Lo Último

2533. ¿Fascismo o comunismo? Una entrevista a Valle-Inclán




Hay dos conceptos en el mundo que están en crisis: el capitalismo y la democracia burguesa.  Cuando se habla de crisis no se quiere significar que han agotado sus posibilidades, sino simplemente que en su forma actual no pueden existir y es necesario un cambio, no sólo de postura, sino de estructura. Conviene que el lector no confunda el valor y alcance de estos dos vocablos. Capitalismo es una forma especifica de producción, y singularmente de producción industrial. Como ha dicho Mussolini recientemente, la más perfecta expresión del capitalismo "es una forma de producción en masa para un consumo en masa, financiado en masa a través de la emisión del capital anónimo nacional o internacional". Burguesía es un modo de ser y de vivir, que puede ser grande o pequeño, heroico o filisteo. La burguesía puede ser capitalista, pero no lo es necesariamente. Hay un tipo de burguesía —la media—que lo mismo hace referencia a un patrono que a un obrero. Constituye una clase no por su condición, que algunas veces es tan servil —servil de servicio, pero sin menoscabo de la dignidad— como la del proletario, sino por su posición, posición más accidental que permanente.

El dictador italiano se ha planteado este problema: "¿La crisis del capitalismo es la crisis en el sistema o del sistema?" Y apurando la consecuencia con un rigor lógico digno de su posición critica, llega a esta conclusión: la crisis ha penetrado tan profundamente en el sistema, que se ha hecho una crisis del sistema. Traducido a otras palabras de expresión más fácil y sencilla, quiere decir que el capitalismo está herido. ¿De muerte? Para Stalin y todos los dirigentes y tratadistas rusos, sí. Para Mussolini, también. El mismo dictador italiano, después de bosquejar la historia del capitalismo en el último siglo desde que se inicia en el año 1830 con la introducción del telar mecánico, la aparición de la locomotora y la fábrica, que surge como la manifestación típica del capitalismo industrial, hasta que por último la empresa capitalista deja de ser un hecho económico porque sus dimensiones la llevan a ser un hecho social, y se lanza en brazos del Estado, reconoce su crisis, que puede ser mortal.

Ante esta perspectiva, mejor dicho, ante esta realidad, ¿qué postura debe adoptar ante estos dos problemas cardinales que escinden al mundo el hombre liberal, que todavía cree que la democracia burguesa, a pesar de la honda crisis por que atraviesa, no ha agotado sus posibilidades?

Valle-Inclán nos tiende la mano y se presta amablemente al diálogo. Reconoce la gravedad del momento y coincide con nosotros en la necesidad de que los hombres representativos —él se excluye con modestia— orienten a la opinión en estos momentos o simplemente expongan su pensamiento.

—Me parece acertada la opinión de Benavente —comienza diciéndonos el gran D. Ramón—. Creo que es la única postura lícita para un hombre que, aceptando el hecho, la realidad de su existencia y reconociendo las virtudes y defectos del fascismo y del comunismo, permanece equidistante de las dos tendencias.

—Bien, D. Ramón: pero España está amenazada por la derecha y por la izquierda con una dictadura, y la gente se pregunta, angustiada, ¿qué va a pasar?

—Sí, claro; esta es la realidad. Cualquiera sabe lo que va a pasar —agrega con un gesto de duda—. Ahora, lo que yo no creo es que aquí se dé una revolución del tipo italiano ni del ruso. Cada pueblo hace su revolución y crea sus sistemas de gobierno. El fascismo es netamente italiano, como el comunismo es ruso, y sería una torpeza trasplantarlos íntegros a un pueblo que ni su espíritu, ni su tradición, ni sus costumbres, ni el ambiente son propicios. Si en España llega a producirse la revolución, tendrá un carácter español, o será de tipo portugués o africano, que son los pueblos que ofrecen más semejanza con el nuestro.

—Sin embargo —comentamos—, en Alemania ha triunfado el fascismo.

—El fascismo alemán tiene pocos puntos de contacto con el Italiano. Casi me atrevería a sostener que no es tal fascismo. El neosocialismo alemán es en  su fondo y en su forma una ambición imperialista. Mussolini llega al fascismo por un convencimiento, por creer que el socialismo había agotado sus posibilidades. Hitler crea el neosocialismo por un sentimiento de odio, por estimar que la decadencia del pueblo alemán se debe al marxismo. No repara, no analiza, si el socialismo alemán ha cumplido ya su destino, si ha llegado al término de su trayectoria. Para él sólo hay una cosa: el Imperio —que no es un hombre, sino una organización—; y, naturalmente, como el socialismo es enemigo de toda idea imperialista, contra el socialismo va, movido por un sentimiento de dominación y de poder. Le repito que no son iguales, aunque las líneas generales de su arquitectura se asemejen.

—¿Y el comunismo?

—Otra equivocación, pero no de ideario, sino de táctica. Yo no niego que pueda darse en España. Como se van poniendo las cosas, pudiera llegar a ser un   hecho. Hay mucha hambre y más injusticia, y sobre todo el predominio cada vez más creciente de la clase trabajadora. Claro que para esto se tienen que dar otras circunstancias. Pero lo que yo censuro es que se quiera calcar la revolución rusa. Me parece una ambición pueril. En Rusia fueron posibles muchas cosas que tal vez en España no lo serían. Cada movimiento revolucionario adquiere el carácter del pueblo donde se produce. Observe usted el carácter que adquieren dos revoluciones del mismo tipo político como la francesa y la inglesa. No; no creo en las imitaciones. Y no creo por convencimiento filosófico y por experiencia histórica. Si es cierta la teoría hegeliana de que la historia es el campo de la experiencia metafísica, el lugar donde da sus revelaciones el espíritu universal, y que estas revelaciones constituyen el espíritu de los pueblos, cada pueblo se manifiesta según su espíritu, y la revolución tiene que responder a su naturaleza.

—Entonces, ¿usted cree que la revolución, blanca o roja, puede producirse?

—¡Hombre!, poder, ya lo creo. Pero no me refiero a ese punto, sino a la pretensión que algunos caudillos tienen de imitar los movimientos extranjeros. No. Si en España es inevitable la revolución, tiene que ser española, sobre todas las cosas. ¿Más honda que la rusa? ¿Más superficial que la italiana? Más española. Esta es mi posición y mi creencia. Cuanto más italiano sea el fascismo y más ruso el comunismo —ya sé que es una doctrina genérica a toda la sociedad— menos españoles serán el fascismo y el comunismo de nuestro pueblo. ¿Está claro?

—Evidente. Pero su posición es un poco pesimista, D. Ramón.

—¿Y cómo quiere usted que sea para el hombre que desapasionadamente contempla el panorama de la vida española? Mire usted: en España es donde mejor han estado las derechas y el clero y donde peor considerado ha estado el obrero. Y cuando se ha intentado restarles parte de sus bienes y privilegios para mejorar a la clase trabajadora ponen el grito en el cielo. Claro que hay algunos que transigen voluntariamente; pero la mayoría son do una incomprensión feroz. Yo me he preguntado muchas veces, contemplando la actitud de nuestras derechas, qué pasaría en España si el Estado, como sucede en Inglaterra, les quitara el sesenta por ciento de sus rentas. Creo sinceramente que algunos llegarían hasta pegarse un tiro. Palabra.

También el clero está mal acostumbrado. En otros pueblos vive recluido en su iglesia, pero aquí interviene en todo. Y esto es lo grave. Porque lo malo del clero no es que sea clero, sino que el clericalismo se ha convertido en arma política. Lo que le decía a usted Benavente era cierto. Aquí no se ha podido tocar a nada que rozara con la Iglesia. Y así han ido las cosas. La Iglesia, en España, que bien orientada ha podido ser la mejor aliada del trabajador, ha llegado a hacerse odiosa para la mayoría de esta gente por sus halagos y complacencias con  la alta burguesía y el capitalismo. Claro que so ha hecho rica, pero ha perdido la entraña popular, el calor de humanidad que da el contacto con las masas, y sobre todo, su ascendiente.

—Una pregunta final, D. Ramón: ¿Cómo ve usted el porvenir de la República?

—Bien. Claro que lo vería mejor si no estuviera bajo la amenaza de dos fuerzas que intentan asaltarla; pero creo que unas y otras, en la hora de la lucha —si llega—, pondrán por encima de sus ideales el que debe ser común a todos: la salvación de la República, y con ella, España, Y nada más. Ya está bien.

Don Ramón queda un Instante pensativo. Su mano va de arriba a abajo acariciando la barba de florida plata, esa barba de chivo cantada por el gran Rubén, y sus ojos nos miran un poco recelosos, esos ojos de mediterráneo que se han derramado por el haz esplendoroso del mundo aprisionando la naturaleza fugitiva de las cosas para después verterse en obras que son cristales y latidos de la belleza inmortal.


Federico M. Alcázar
La Voz, 3 de febrero de 1934





2 comentarios:

  1. "...la salvación de la República, y con ella, España. Y nada más. Ya está bien".

    Palabras cuyo eco (ya está bien) sigue hoy vigente.

    Salud!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si Loam, esa España que también es la nuestra, aunque algunos se la apropiaron especialmente desde abril de 1939 (Ya está bien)
      Salud!

      Eliminar