Hay
dos conceptos en el mundo que están en crisis: el capitalismo y la democracia
burguesa. Cuando se habla de crisis no se quiere significar que han
agotado sus posibilidades, sino simplemente que en su forma actual no pueden
existir y es necesario un cambio, no sólo de postura, sino de estructura.
Conviene que el lector no confunda el valor y alcance de estos dos vocablos.
Capitalismo es una forma especifica de producción, y singularmente de
producción industrial. Como ha dicho Mussolini recientemente, la más perfecta
expresión del capitalismo "es una forma de producción en masa para un
consumo en masa, financiado en masa a través de la emisión del capital anónimo
nacional o internacional". Burguesía es un modo de ser y de vivir, que
puede ser grande o pequeño, heroico o filisteo. La burguesía puede ser
capitalista, pero no lo es necesariamente. Hay un tipo de burguesía —la
media—que lo mismo hace referencia a un patrono que a un obrero. Constituye una
clase no por su condición, que algunas veces es tan servil —servil de servicio,
pero sin menoscabo de la dignidad— como la del proletario, sino por su posición,
posición más accidental que permanente.
El dictador italiano se ha planteado este problema: "¿La crisis del capitalismo
es la crisis en el sistema o del sistema?" Y apurando la consecuencia con
un rigor lógico digno de su posición critica, llega a esta conclusión: la
crisis ha penetrado tan profundamente en el sistema, que se ha hecho una crisis
del sistema. Traducido a otras palabras de expresión más fácil y sencilla,
quiere decir que el capitalismo está herido. ¿De muerte? Para Stalin y todos
los dirigentes y tratadistas rusos, sí. Para Mussolini, también. El mismo
dictador italiano, después de bosquejar la historia del capitalismo en el
último siglo desde que se inicia en el año 1830 con la introducción del telar
mecánico, la aparición de la locomotora y la fábrica, que surge como la
manifestación típica del capitalismo industrial, hasta que por último la
empresa capitalista deja de ser un hecho económico porque sus dimensiones la
llevan a ser un hecho social, y se lanza en brazos del Estado, reconoce su
crisis, que puede ser mortal.
Ante esta perspectiva, mejor
dicho, ante esta realidad, ¿qué postura debe adoptar ante estos dos problemas
cardinales que escinden al mundo el hombre liberal, que todavía cree que la
democracia burguesa, a pesar de la honda crisis por que atraviesa, no ha
agotado sus posibilidades?
Valle-Inclán nos tiende la mano y se presta amablemente al diálogo. Reconoce la
gravedad del momento y coincide con nosotros en la necesidad de que los hombres
representativos —él se excluye con modestia— orienten a la opinión en estos
momentos o simplemente expongan su pensamiento.
—Me parece acertada la opinión de Benavente —comienza diciéndonos el gran D.
Ramón—. Creo que es la única postura lícita para un hombre que, aceptando el
hecho, la realidad de su existencia y reconociendo las virtudes y defectos del
fascismo y del comunismo, permanece equidistante de las dos tendencias.
—Bien, D. Ramón: pero España está amenazada por la derecha y por la izquierda
con una dictadura, y la gente se pregunta, angustiada, ¿qué va a pasar?
—Sí, claro; esta es la realidad. Cualquiera sabe lo que va a pasar —agrega con
un gesto de duda—. Ahora, lo que yo no creo es que aquí se dé una revolución
del tipo italiano ni del ruso. Cada pueblo hace su revolución y crea sus
sistemas de gobierno. El fascismo es netamente italiano, como el comunismo es
ruso, y sería una torpeza trasplantarlos íntegros a un pueblo que ni su
espíritu, ni su tradición, ni sus costumbres, ni el ambiente son propicios. Si
en España llega a producirse la revolución, tendrá un carácter español, o será
de tipo portugués o africano, que son los pueblos que ofrecen más semejanza con
el nuestro.
—Sin embargo —comentamos—, en Alemania ha triunfado el fascismo.
—El fascismo alemán tiene pocos puntos de contacto con el Italiano. Casi
me atrevería a sostener que no es tal fascismo. El neosocialismo alemán es
en su fondo y en su forma una ambición imperialista. Mussolini llega al
fascismo por un convencimiento, por creer que el socialismo había agotado sus
posibilidades. Hitler crea el neosocialismo por un sentimiento de odio, por
estimar que la decadencia del pueblo alemán se debe al marxismo. No repara, no
analiza, si el socialismo alemán ha cumplido ya su destino, si ha llegado al
término de su trayectoria. Para él sólo hay una cosa: el Imperio —que no es un
hombre, sino una organización—; y, naturalmente, como el socialismo es enemigo
de toda idea imperialista, contra el socialismo va, movido por un sentimiento
de dominación y de poder. Le repito que no son iguales, aunque las líneas
generales de su arquitectura se asemejen.
—¿Y el comunismo?
—Otra equivocación, pero no de ideario, sino de táctica. Yo no niego que pueda
darse en España. Como se van poniendo las cosas, pudiera llegar a ser un
hecho. Hay mucha hambre y más injusticia, y sobre todo el predominio cada
vez más creciente de la clase trabajadora. Claro que para esto se tienen que
dar otras circunstancias. Pero lo que yo censuro es que se quiera calcar la
revolución rusa. Me parece una ambición pueril. En Rusia fueron posibles muchas
cosas que tal vez en España no lo serían. Cada movimiento revolucionario
adquiere el carácter del pueblo donde se produce. Observe usted el carácter que
adquieren dos revoluciones del mismo tipo político como la francesa y la inglesa.
No; no creo en las imitaciones. Y no creo por convencimiento filosófico y por
experiencia histórica. Si es cierta la teoría hegeliana de que la historia es
el campo de la experiencia metafísica, el lugar donde da sus revelaciones el
espíritu universal, y que estas revelaciones constituyen el espíritu de los
pueblos, cada pueblo se manifiesta según su espíritu, y la revolución tiene que
responder a su naturaleza.
—Entonces, ¿usted cree que la revolución, blanca o roja, puede
producirse?
—¡Hombre!, poder, ya lo creo. Pero no me refiero a ese punto, sino a la
pretensión que algunos caudillos tienen de imitar los movimientos extranjeros.
No. Si en España es inevitable la revolución, tiene que ser española, sobre
todas las cosas. ¿Más honda que la rusa? ¿Más superficial que la italiana? Más
española. Esta es mi posición y mi creencia. Cuanto más italiano sea el
fascismo y más ruso el comunismo —ya sé que es una doctrina genérica a toda la
sociedad— menos españoles serán el fascismo y el comunismo de nuestro pueblo.
¿Está claro?
—Evidente. Pero su posición es un poco pesimista, D. Ramón.
—¿Y cómo quiere usted que sea para el hombre que desapasionadamente contempla
el panorama de la vida española? Mire usted: en España es donde mejor han
estado las derechas y el clero y donde peor considerado ha estado el
obrero. Y cuando se ha intentado restarles parte de sus bienes y privilegios
para mejorar a la clase trabajadora ponen el grito en el cielo. Claro que hay
algunos que transigen voluntariamente; pero la mayoría son do una incomprensión
feroz. Yo me he preguntado muchas veces, contemplando la actitud de nuestras
derechas, qué pasaría en España si el Estado, como sucede en Inglaterra, les
quitara el sesenta por ciento de sus rentas. Creo sinceramente que algunos
llegarían hasta pegarse un tiro. Palabra.
También el clero está mal acostumbrado. En otros pueblos vive recluido en su
iglesia, pero aquí interviene en todo. Y esto es lo grave. Porque lo malo del
clero no es que sea clero, sino que el clericalismo se ha convertido en arma
política. Lo que le decía a usted Benavente era cierto. Aquí no se ha podido
tocar a nada que rozara con la Iglesia. Y así han ido las cosas. La Iglesia, en
España, que bien orientada ha podido ser la mejor aliada del trabajador, ha llegado
a hacerse odiosa para la mayoría de esta gente por sus halagos y complacencias
con la alta burguesía y el capitalismo. Claro que so ha hecho rica, pero
ha perdido la entraña popular, el calor de humanidad que da el contacto con las
masas, y sobre todo, su ascendiente.
—Una pregunta final, D. Ramón: ¿Cómo ve usted el porvenir de la
República?
—Bien. Claro que lo vería mejor si no estuviera bajo la amenaza de dos fuerzas
que intentan asaltarla; pero creo que unas y otras, en la hora de la lucha —si
llega—, pondrán por encima de sus ideales el que debe ser común a todos: la
salvación de la República, y con ella, España, Y nada más. Ya está bien.
Don Ramón queda un Instante pensativo. Su mano va de arriba a abajo acariciando
la barba de florida plata, esa barba de chivo cantada por el gran Rubén, y sus
ojos nos miran un poco recelosos, esos ojos de mediterráneo que se han
derramado por el haz esplendoroso del mundo aprisionando la naturaleza fugitiva
de las cosas para después verterse en obras que son cristales y latidos de la
belleza inmortal.
Federico M. Alcázar
La Voz, 3 de febrero de 1934
"...la salvación de la República, y con ella, España. Y nada más. Ya está bien".
ResponderEliminarPalabras cuyo eco (ya está bien) sigue hoy vigente.
Salud!
Si Loam, esa España que también es la nuestra, aunque algunos se la apropiaron especialmente desde abril de 1939 (Ya está bien)
EliminarSalud!