Mariñeiros, 1936 - José Suárez |
Soy heredera de una estirpe de mujeres que plantaron la semilla de lo que soy hoy. Milicianas de bravura, guerrilleras que hacían de cada día una victoria, maestras que descubrían el mundo con horizontes preñados de luz. Mujeres que sabían que si no luchaban estaban perdidas. Mujeres capaces de vencer al mundo.
También soy heredera de aquellas mujeres que tenían
presente y se quedaron sin futuro. Mujeres a las que borraron los privilegios
de la piel. Mujeres que administraron el silencio y el dolor. Mujeres que
pasaron sus días de cárcel en cárcel como semillas que arrastra el viento.
Mujeres entregadas al sacrificio por ser ungidas con el primer color del
espectro solar: el rojo.
Mujeres para las que la fragilidad de la vida era su
único premio. Mujeres humilladas doblemente por ser mujeres. Madres con los
senos secos que sonreían con dientes maltrechos. Madres que perdieron a sus
hijos en un bombardeo, camino del exilio o por hambre y desnutrición. Madres a
las que les robaron los hijos las mentes enfermas franquistas.
Mujeres
que eran una cadena de desamparo. Madres, hermanas, esposas y novias de presos que compartieron las consecuencias de la represión, que tejieron la
urdimbre de la solidaridad. Mujeres que trazaron resistencias invisibles contra
la dictadura.
Mujeres derrotadas, aprendidas en soledad, castigadas
y mutiladas como la tierra, que revistieron de luto hasta el último pliegue de
su corazón.
Mujeres republicanas.
Hijas de rojos, esposas de rojos, madres de rojos, hermanas de rojos. Mujeres con las que el franquismo no pudo, que murieron en silencio y con
la herida abierta, porque el tiempo no cura y la transición no tapa.
Nadie les pidió
perdón.
La tibia Ley de la Memoria Histórica se olvidó de ellas al no incluirlas
como víctimas de la represión. Se olvidó de miles de mujeres que fueron vejadas
y represaliadas durante la Guerra y la postguerra por los vencedores, que
ejercieron sobre ellas múltiples violencias.
Nadie les pidió perdón.
Tal vez porque la República fue de las mujeres, muchas
la defendieron como bandera de su propia dignidad. Lucharon para conquistar el
sitio que les correspondía en una sociedad entre iguales y no dudaron cuando el
golpe de estado fascista quiso arrebatarles los logros conseguidos. Muchas se
dejaron la vida en el intento.
Las mujeres que defendieron la legalidad republicana
fueron perseguidas, torturadas, violadas, encarceladas, inhabilitadas, ejecutadas,
silenciadas.
Hubo mujeres que se unieron a las Milicias Galegas
como Marciana
Pimentel, Esperanza Rodríguez Gómez, Paulina Rodríguez, o Enriqueta Otero
Blanco.
Hubo maestras como Josefa García Segret, condenada a la pena de
muerte, más tarde conmutada; María Vázquez Suarez, fusilada en una playa de Miño; Mercedes Romero Abella, a la violaron, cortaron los pechos y ejecutaron en
la Cuesta de la Sal; Concepción González-Mosquera, cuyo cuerpo fue encontrado sin vida en Riazor; Ernestina Otero, depurada e inhabilitada; Elvira Bao Maceiras, encarcelada al inicio de la Guerra y separada de la
enseñanza; Placeres Castellanos Pan, que además actuó como enfermera del Socorro Rojo. Se
exilió en Francia y se incorporó a la Resistencia. El franquismo
acabó con la vida de su marido, Víctor Fraiz y su hijo.
La represión abarcó a toda la población femenina,
desde intelectuales como Juana
Capdevielle, asesinada cuando estaba embarazada o María Brey
Mariño, la tía roja de Rajoy. También se extendió a mujeres del ámbito rural
como Pilar Fernández Seijas, Josefa Barreiro, Carmen Sarille, Virginia
Meilán, Manuela Graña y Carmen
Pesqueira Domínguez, "A Capirota".
Sus cadáveres eran expuestos a la vista pública en
carreteras, playas y caminos, como ocurrió con Anunciación Casado Antares, cuyo cuerpo sin vida fue trasladado por
los vecinos en un carro hasta el cementerio. Otras, ante el temor de la
represión fascista optaron por el suicidio, como Carmen de Miguel Agra, que formó parte del suicidio colectivo del
bou "Eva".
Todas permanecen en el dolorido recuerdo, como Amada García, aferrada a su pequeño hijo
de tres meses antes de ser fusilada; como Rosario
Hernández "La Calesa", secuestrada, violada, torturada, mutilada y tras ser asesinada
se llevaron su cuerpo cerca de las Cíes, donde fue fondeada bajo una plancha de
hierro; como Ángela Iglesias Rebollar,
asesinada junto a su marido bajo la acusación de refugiar a huidos.
Hubo valientes mujeres que formaron parte de la guerrilla, que no dudaron
en tomar las armas y otras que realizaron una tarea imprescindible como
colaboradoras en la clandestinidad de los maquis que habitaban los montes de
Galicia, como Consuelo Rodríguez López,
“Chelo”, su hermana Antonia, Clarisa Rodríguez, que cuando se la llevaron para interrogarla estaba
embarazada y días después su cadáver apareció en una cuneta con
signos de haber sido violada; Carmen Jerez,
que murió también embarazada y tras violarla durante meses le dieron muerte a
tiros; Enriqueta Otero Blanco,
condenada a la pena de muerte, que conmutada la hizo permanecer casi veinte
años entre rejas; Carmen Fernández Seguín,
mujer y madre de guerrillero, encarcelada durante trece años.
Hubo más, muchas más, como Urania Mella,
María Teresa Alvajar, Joaquina Dorado, María Miramontes... madres, abuelas, hermanas, hijas ...
Nadie les pidió perdón.
Soy heredera de su historia, de su lucha y de su
impuesto olvido. Por ello debo hablar en su nombre, devolverles la palabra,
rasgar el velo de indiferencia e impunidad que las cubre y procurar que algún
día se les pida perdón.
María Torres
De Herdeiras, de Carmen Penim, 2017
Libro-CD, pág. 74-77
*
Son herdeira dunha estirpe de mulleres que plantaron a semente do que son hoxe. Milicianas de
bravura, guerrilleiras que facían de cada día unha vitoria, mestras que
descubrían o mundo con horizontes preñados de luz. Mulleres que sabían que se
non loitaban estaban perdidas. Mulleres capaces de vencer o mundo.
Tamén son herdeira daquelas
mulleres que tiñan presente e quedaron sen futuro. Mulleres ás que lles borraron
os privilexios da pel. Mulleres que administraron o silencio e a dor. Mulleres
que pasaron os seus días de cárcere en cárcere como sementes que arrastra o
vento. Mulleres entregadas ao sacrificio por ser unxidas coa primeira cor do
espectro solar: o vermello.
Mulleres para as que a
fraxilidade da vida era o seu único premio. Mulleres humilladas dobremente por ser mulleres. Nais cos seos secos que
sorrían con dentes maltreitos. Nais que perderon os seus fillos nun bombardeo,
camiño do exilio ou por fame e desnutrición. Nais ás que lles roubaron os
fillos as mentes enfermas franquistas.
Mulleres que eran unha cadea de desamparo. Nais,
irmás, esposas e noivas de presos que compartiron
as consecuencias da represión, que teceron a rede da solidariedade. Mulleres
que trazaron resistencias invisibles contra a ditadura.
Mulleres derrotadas, aprendidas
en soidade, castigadas e mutiladas como a terra, que revestiron de loito ata o
último pregue do seu corazón.
Mulleres republicanas. Fillas de vermellos, esposas de vermellos, nais de
vermellos, irmás de vermellos. Mulleres coas
que o franquismo non puido, que morreron en silencio e coa ferida aberta,
porque o tempo non cura e a transición non tapa.
Ninguén lles pediu perdón.
A morna Lei da memoria histórica esqueceuse delas
ao non incluílas como vítimas da represión. Esqueceuse de miles de mulleres que
foron vexadas e represaliadas durante a guerra e a posguerra polos vencedores,
que exerceron sobre elas múltiples violencias.
Ninguén lles pediu perdón.
Talvez porque a República foi das
mulleres, moitas a defenderon como bandeira da súa propia dignidade. Loitaron
para conquistar o sitio que lles correspondía nunha sociedade entre iguais e
non dubidaron cando o golpe de estado fascista quixo arrebatarlles os logros
conseguidos. Moitas deixaron a vida no intento.
As mulleres que defenderon a
legalidade republicana foron perseguidas, torturadas, violadas, encarceladas, inhabilitadas, executadas, silenciadas.
Houbo mulleres que se uniron ás
Milicias Galegas como Marciana
Pimentel, Esperanza Rodríguez Gómez, Paulina Rodríguez, ou Enriqueta Otero Blanco.
Houbo mestras como Josefa García Segret, condenada á pena de morte, máis tarde conmutada;
María Vázquez Suárez, fusilada nunha praia de
Miño; Mercedes Romero Abella, violárona,
cortáronlle os peitos e executárona na Costa do Sal; Concepción González-Mosquera, cuxo corpo foi atopado
sen vida en Riazor; Ernestina Otero, depurada e inhabilitada; Elvira Bao Maceiras, encarcerada ao comezo da guerra e
separada do ensino; Placeres Castellanos
Pan, que ademais actuou como enfermeira do Socorro Vermello. Exiliouse en
Francia e incorporouse á resistencia. O franquismo acabou coa vida do
seu marido, Víctor Fraiz e o seu fillo.
A represión abarcou a toda a
poboación feminina, desde intelectuais como Juana Capdevielle, asasinada cando
estaba embarazada ou María
Brey Mariño, a tía vermella de Rajoy. Tamén se estendeu a mulleres do ámbito
rural como Pilar Fernández Seijas, Josefa Barreiro, Carmen Sarille, Virginia
Meilán, Manuela Graña e Carmen Pesqueira Domínguez, a Capirota.
Os seus cadáveres eran expostos á
vista pública en estradas, praias e camiños, como ocorreu con Anunciación
Casado Antares, cuxo corpo sen vida foi trasladado polos veciños nun carro ata
o cemiterio. Outras, ante o temor da represión fascista optaron polo suicidio,
como Carmen de Miguel Agra, que formou parte do suicidio colectivo do bou Eva.
Todas permanecen no doloroso
recordo, como Amada García, aferrada ao seu pequeno fillo de tres meses antes
de ser fusilada; como Rosario Hernández, a Calesa, secuestrada, violada, torturada, mutilada e tras ser asasinada levaron o
seu corpo preto das Cíes, onde foi fondeada baixo unha placa de ferro; como
Ángela Igrexas Rebollar, asasinada xunto ao seu marido baixo a acusación de
refuxiar fuxidos.
Houbo valentes mulleres que formaron parte da
guerrilla, que non dubidaron en tomar as armas e outras que realizaron unha
tarefa imprescindible como colaboradoras na clandestinidade dos maquis que
habitaban os montes de Galicia, como Consuelo
Rodríguez López, Chelo; a súa irmá Antonia, Clarisa Rodríguez, que cando a
levaron para interrogala estaba embarazada e días despois o seu cadáver
apareceu nunha cuneta con signos de ser violada; Carmen Jerez, que morreu tamén embarazada e tras violala durante meses déronlle
morte a tiros; Enriqueta Otero Blanco, condenada á pena de morte, que conmutada,
a fixo permanecer case vinte anos entre reixas; Carmen Fernández Seguín, muller
e nai de guerrilleiro, encarcerada durante trece anos.
Houbo máis, moitas máis, como Urania Mella, María Teresa Alvajar,
Joaquina Dorado, María Miramontes... nais, avoas, irmás, fillas...
Ninguén lles pediu perdón.
Son herdeira da súa historia, da
súa loita e do seu imposto esquecemento. Por iso debo falar no seu nome,
devolverlles a palabra, resgar o veo de indiferenza e impunidade que as cobre e
procurar que algún día se lles pida perdón.
María Torres
De Herdeiras, de Carmen Penim, 2017
Libro-CD, pág. 74-77
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