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2566. Aquellas mujeres / Aquelas mulleres

Mariñeiros, 1936 - José Suárez


Soy heredera de una estirpe de mujeres que plantaron la semilla de lo que soy hoy. Milicianas de bravura, guerrilleras que hacían de cada día una victoria, maestras que descubrían el mundo con horizontes preñados de luz. Mujeres que sabían que si no luchaban estaban perdidas. Mujeres capaces de vencer al mundo.

También soy heredera de aquellas mujeres que tenían presente y se quedaron sin futuro. Mujeres a las que borraron los privilegios de la piel. Mujeres que administraron el silencio y el dolor. Mujeres que pasaron sus días de cárcel en cárcel como semillas que arrastra el viento. Mujeres entregadas al sacrificio por ser ungidas con el primer color del espectro solar: el rojo.

Mujeres para las que la fragilidad de la vida era su único premio. Mujeres humilladas doblemente por ser mujeres. Madres con los senos secos que sonreían con dientes maltrechos. Madres que perdieron a sus hijos en un bombardeo, camino del exilio o por hambre y desnutrición. Madres a las que les robaron los hijos las mentes enfermas franquistas.

Mujeres que eran una cadena de desamparo. Madres, hermanas, esposas y novias de presos que compartieron las consecuencias de la represión, que tejieron la urdimbre de la solidaridad. Mujeres que trazaron resistencias invisibles contra la dictadura.

Mujeres derrotadas, aprendidas en soledad, castigadas y mutiladas como la tierra, que revistieron de luto hasta el último pliegue de su corazón.

Mujeres republicanas. Hijas de rojos, esposas de rojos, madres de rojos, hermanas de rojos. Mujeres con las que el franquismo no pudo, que murieron en silencio y con la herida abierta, porque el tiempo no cura y la transición no tapa.

Nadie les pidió perdón.

La tibia Ley de la Memoria Histórica se olvidó de ellas al no incluirlas como víctimas de la represión. Se olvidó de miles de mujeres que fueron vejadas y represaliadas durante la Guerra y la postguerra por los vencedores, que ejercieron sobre ellas múltiples violencias.

Nadie les pidió perdón.

Tal vez porque la República fue de las mujeres, muchas la defendieron como bandera de su propia dignidad. Lucharon para conquistar el sitio que les correspondía en una sociedad entre iguales y no dudaron cuando el golpe de estado fascista quiso arrebatarles los logros conseguidos. Muchas se dejaron la vida en el intento.

Las mujeres que defendieron la legalidad republicana fueron perseguidas, torturadas, violadas, encarceladas, inhabilitadas, ejecutadas, silenciadas.

Hubo mujeres que se unieron a las Milicias Galegas como Marciana Pimentel, Esperanza Rodríguez Gómez, Paulina Rodríguez, o Enriqueta Otero Blanco.

Hubo maestras como Josefa García Segret, condenada a la pena de muerte, más tarde conmutada; María Vázquez Suarez, fusilada en una playa de Miño; Mercedes Romero Abella, a la violaron, cortaron los pechos y ejecutaron en la Cuesta de la Sal; Concepción González-Mosquera, cuyo cuerpo fue encontrado sin vida en Riazor; Ernestina Otero, depurada e inhabilitada; Elvira Bao Maceiras, encarcelada al inicio de la Guerra y separada de la enseñanza; Placeres Castellanos Pan, que además actuó como enfermera del Socorro Rojo. Se exilió en Francia y se incorporó a la Resistencia. El franquismo acabó con la vida de su marido, Víctor Fraiz y su hijo.

La represión abarcó a toda la población femenina, desde intelectuales como Juana Capdevielle, asesinada cuando estaba embarazada o  María Brey Mariño, la tía roja de Rajoy. También se extendió a mujeres del ámbito rural como Pilar Fernández Seijas, Josefa Barreiro, Carmen Sarille, Virginia Meilán, Manuela Graña y Carmen Pesqueira Domínguez, "A Capirota".

Sus cadáveres eran expuestos a la vista pública en carreteras, playas y caminos, como ocurrió con Anunciación Casado Antares, cuyo cuerpo sin vida fue trasladado por los vecinos en un carro hasta el cementerio. Otras, ante el temor de la represión fascista optaron por el suicidio, como Carmen de Miguel Agra, que formó parte del suicidio colectivo del bou "Eva".

Todas permanecen en el dolorido recuerdo, como Amada García, aferrada a su pequeño hijo de tres meses antes de ser fusilada; como Rosario Hernández "La Calesa", secuestrada, violada, torturada, mutilada y tras ser asesinada se llevaron su cuerpo cerca de las Cíes, donde fue fondeada bajo una plancha de hierro; como Ángela Iglesias Rebollar, asesinada junto a su marido bajo la acusación de refugiar a huidos.

Hubo valientes mujeres que formaron parte de la guerrilla, que no dudaron en tomar las armas y otras que realizaron una tarea imprescindible como colaboradoras en la clandestinidad de los maquis que habitaban los montes de Galicia, como Consuelo Rodríguez López, “Chelo”, su hermana Antonia, Clarisa Rodríguez, que  cuando se la llevaron para interrogarla estaba embarazada y días después su cadáver apareció en una cuneta con signos de haber sido violada; Carmen Jerez, que murió también embarazada y tras violarla durante meses le dieron muerte a tiros; Enriqueta Otero Blanco, condenada a la pena de muerte, que conmutada la hizo permanecer casi veinte años entre rejas; Carmen Fernández Seguín, mujer y madre de guerrillero, encarcelada durante trece años.

Hubo más, muchas más, como Urania Mella, María Teresa Alvajar, Joaquina Dorado, María Miramontes... madres, abuelas, hermanas, hijas ...

Nadie les pidió perdón.

Soy heredera de su historia, de su lucha y de su impuesto olvido. Por ello debo hablar en su nombre, devolverles la palabra, rasgar el velo de indiferencia e impunidad que las cubre y procurar que algún día se les pida perdón.


María Torres
De Herdeiras, de Carmen Penim, 2017
Libro-CD, pág. 74-77


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Son herdeira dunha estirpe de mulleres que plantaron a semente do que son hoxe. Milicianas de bravura, guerrilleiras que facían de cada día unha vitoria, mestras que descubrían o mundo con horizontes preñados de luz. Mulleres que sabían que se non loitaban estaban perdidas. Mulleres capaces de vencer o mundo.

Tamén son herdeira daquelas mulleres que tiñan presente e quedaron sen futuro. Mulleres ás que lles borraron os privilexios da pel. Mulleres que administraron o silencio e a dor. Mulleres que pasaron os seus días de cárcere en cárcere como sementes que arrastra o vento. Mulleres entregadas ao sacrificio por ser unxidas coa primeira cor do espectro solar: o vermello.

Mulleres para as que a fraxilidade da vida era o seu único premio. Mulleres humilladas dobremente por ser mulleres. Nais cos seos secos que sorrían con dentes maltreitos. Nais que perderon os seus fillos nun bombardeo, camiño do exilio ou por fame e desnutrición. Nais ás que lles roubaron os fillos as mentes enfermas franquistas.

Mulleres que eran unha cadea de desamparo. Nais, irmás, esposas e noivas de presos que compartiron as consecuencias da represión, que teceron a rede da solidariedade. Mulleres que trazaron resistencias invisibles contra a ditadura.

Mulleres derrotadas, aprendidas en soidade, castigadas e mutiladas como a terra, que revestiron de loito ata o último pregue do seu corazón.

Mulleres republicanas. Fillas de vermellos, esposas de vermellos, nais de vermellos, irmás de vermellos. Mulleres coas que o franquismo non puido, que morreron en silencio e coa ferida aberta, porque o tempo non cura e a transición non tapa.

Ninguén lles pediu perdón.

A morna Lei da memoria histórica esqueceuse delas ao non incluílas como vítimas da represión. Esqueceuse de miles de mulleres que foron vexadas e represaliadas durante a guerra e a posguerra polos vencedores, que exerceron sobre elas múltiples violencias.

Ninguén lles pediu perdón.

Talvez porque a República foi das mulleres, moitas a defenderon como bandeira da súa propia dignidade. Loitaron para conquistar o sitio que lles correspondía nunha sociedade entre iguais e non dubidaron cando o golpe de estado fascista quixo arrebatarlles os logros conseguidos. Moitas deixaron a vida no intento.

As mulleres que defenderon a legalidade republicana foron perseguidas, torturadas, violadas, encarceladas, inhabilitadas, executadas, silenciadas.

Houbo mulleres que se uniron ás Milicias Galegas como Marciana Pimentel, Esperanza Rodríguez Gómez, Paulina Rodríguez, ou Enriqueta Otero Blanco.

Houbo mestras como Josefa García Segret, condenada á pena de morte, máis tarde conmutada; María Vázquez Suárez, fusilada nunha praia de Miño; Mercedes Romero Abella, violárona, cortáronlle os peitos e executárona na Costa do Sal; Concepción González-Mosquera, cuxo corpo foi atopado sen vida en Riazor; Ernestina Otero, depurada e inhabilitada; Elvira Bao Maceiras, encarcerada ao comezo da guerra e separada do ensino; Placeres Castellanos Pan, que ademais actuou como enfermeira do Socorro Vermello. Exiliouse en Francia e incorporouse á resistencia. O franquismo acabou coa vida do seu marido, Víctor Fraiz e o seu fillo.

A represión abarcou a toda a poboación feminina, desde intelectuais como Juana Capdevielle, asasinada cando estaba embarazada ou María Brey Mariño, a tía vermella de Rajoy. Tamén se estendeu a mulleres do ámbito rural como Pilar Fernández Seijas, Josefa Barreiro, Carmen Sarille, Virginia Meilán, Manuela Graña e Carmen Pesqueira Domínguez, a Capirota.

Os seus cadáveres eran expostos á vista pública en estradas, praias e camiños, como ocorreu con Anunciación Casado Antares, cuxo corpo sen vida foi trasladado polos veciños nun carro ata o cemiterio. Outras, ante o temor da represión fascista optaron polo suicidio, como Carmen de Miguel Agra, que formou parte do suicidio colectivo do bou Eva.

Todas permanecen no doloroso recordo, como Amada García, aferrada ao seu pequeno fillo de tres meses antes de ser fusilada; como Rosario Hernández, a Calesa, secuestrada, violada, torturada, mutilada e tras ser asasinada levaron o seu corpo preto das Cíes, onde foi fondeada baixo unha placa de ferro; como Ángela Igrexas Rebollar, asasinada xunto ao seu marido baixo a acusación de refuxiar fuxidos.

Houbo valentes mulleres que formaron parte da guerrilla, que non dubidaron en tomar as armas e outras que realizaron unha tarefa imprescindible como colaboradoras na clandestinidade dos maquis que habitaban os montes de Galicia, como Consuelo Rodríguez López, Chelo; a súa irmá Antonia, Clarisa Rodríguez, que cando a levaron para interrogala estaba embarazada e días despois o seu cadáver apareceu nunha cuneta con signos de ser violada; Carmen Jerez, que morreu tamén embarazada e tras violala durante meses déronlle morte a tiros; Enriqueta Otero Blanco, condenada á pena de morte, que conmutada, a fixo permanecer case vinte anos entre reixas; Carmen Fernández Seguín, muller e nai de guerrilleiro, encarcerada durante trece anos.

Houbo máis, moitas máis, como Urania Mella, María Teresa Alvajar, Joaquina Dorado, María Miramontes... nais, avoas, irmás, fillas...

Ninguén lles pediu perdón.

Son herdeira da súa historia, da súa loita e do seu imposto esquecemento. Por iso debo falar no seu nome, devolverlles a palabra, resgar o veo de indiferenza e impunidade que as cobre e procurar que algún día se lles pida perdón.


María Torres
De Herdeiras, de Carmen Penim, 2017
Libro-CD, pág. 74-77




















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