Siete
Hay un fatalismo
español. No me resultó difícil darme cuenta de que aquel camarero de un café de
Valencia no estaba conforme con su situación personal ni, por extensión, con la
de su país. Pero reconocía, eso sí, que "Franco de todos modos ha hecho
una gran obra, porque este país necesita una dictadura. No hay más remedio. Si
los españoles no tenemos las manos atadas, ¡hala!, nos peleamos. Es por el
temperamento, ¿sabe usted? Hay muchos españoles para los cuales la dictadura ha
llegado a ser una costumbre, en todo caso un mal necesario: se acepta a Franco
como al frío en el invierno, como las mujeres educadas para la sumisión aceptan
maridos que las maltratan, "porque es el Destino, la cruz de cada cual, la
voluntad de Dios".
Pero hay también una
rebeldía española, una furia legendaria que está todavía viva en esta sociedad
desangrada por la tragedia. Es la rebeldía que el plebiscito no muestra, la de
los hombres que dicen no, en castellano:
"No,
yo
digo no,
digamos
no,
nosotros
no somos de ese mundo"
o en catalán :
"No!
jo
dic no,
diguem
no.
Nosaltres
no som d’eixe món"
Es la rebeldía de las
huelgas de Asturias y las manifestaciones estudiantiles, la crispación y la
protesta de la nueva España peleadora que canta por la boca del valenciano
Raimon: la que no reniega de su forma de piel de toro, la que tendrá la
palabra, de nuestra generación en adelante, las manos ya no atadas por la
memoria.
Ocho
"Tendría que
escribir más canciones contra el miedo. Todas las canciones contra el
miedo". Raimon vuelve la cara al sol que se alza, blanco, sol de invierno
recién nacido, entre las montañas. Tiene ahora 26 años. Su padre, un carpintero
anarquista, acababa de salir de la cárcel cuando él nació: la familia vivía,
vive todavía, en el barrio obrero de Játiva, en una calle que se llamaba, pero
ya no se llama, De la Libertad. En el 1939, al fin de la guerra, la calle
perdió su nombre: las tropas franquistas le blanquearon el rótulo, a la cal, y
desde entonces la gente la llama Calle Blanca, Carrer Blanc en catalán. Esta es
la casa de Raimon que debió abandonar, hace unos pocos años, "la cara al
vent, al vent del món", "porque creo que puedo deciros, en mi
maltratada lengua, en su lengua catalana dicha al modo de Valencia,
paraules
i fets
que
encare ens fan sentir homes entre els homes
Raimon no es popular
solamente entre los casi siete millones de españoles que hablan catalán; de
norte a sur y de este a oeste, lo mejor de la nueva generación reconoce su
naciente voluntad de afirmación y lucha en las canciones que Raimon, más que
cantar, vocifera.
Hasta en Madrid, que
tradicionalmente mira de reojo cuanto viene de tierras catalanas, Raimon ha
conquistado el segundo puesto en las encuestas de popularidad entre los
jóvenes, según los resultados publicados por un diario del régimen: un cursilón
inofensivo obtuvo el primer puesto. Primer Premio en el Festival de la Canción
del Mediterráneo, Gran Premio al Disco de Cantante Extranjero en París: también
las recompensas y el éxito estrepitoso de las funciones internacionales de Raimon
señalan, más allá de fronteras, su creciente resonancia.
Sin embargo, en
España, Raimon no puede actuar en televisión, desde hace dos años, y la radio
le está también prácticamente prohibida. El long-play que recoge su actuación
en el Olympia de París, se vende a precio de oro, traído desde Andorra de
contrabando: allí están grabadas las canciones que el régimen no le permite
cantar, tampoco, en sus funciones públicas. Porque cada vez que Raimon canta,
en programas organizados por los estudiantes en toda España, las funciones se
transforman en mítines, la fiebre sube.
Él no ignora, por
cierto, el poder explosivo de sus canciones. A fines de noviembre del año
pasado, en Sabadell, populoso suburbio industrial de Barcelona, tuvo que cantar
seis veces seguidas la misma canción: "La Nit", -la noche- porque la
censura le prohibió las otras que integraban el recital. Raimon sacó de su
bolsillo un papelito y leyó los títulos de cada una de las canciones no
permitidas: el público acometió entonces, a coro, furiosamente, "Diguem
no" -Digamos no- prohibida desde 1964:
Hemos
visto el miedo
ser
ley para todos.
Hemos
visto el hambre
ser
el pan de muchos,
y
cómo han hecho callar
a
muchos hombres
llenos
de razón.
"El miedo. El
miedo a las tradiciones, a lo que piensa el vecino, a perder la paga. Tendría
que escribir más canciones contra el miedo": Raimon sacude la cabeza,
sonríe tristemente. Desde el alto peñón donde estamos sentados, escuchamos, en
el silencio de la mañana, el tintineo de los cencerros de una manada de ovejas
que marcha, por la quebrada, rumbo a la ermita de San José. Raimon me dice las
letras de algunas canciones prohibidas:
Tú,
tú que me escuchas
con
cierto miedo.
Tú
me obligas a gritar
y de otras que ni
siquiera ha presentado nunca a la censura:
Así
vengas o no vengas,
hará
frío este invierno.
Y
las viejas que venden tabaco
lo
sentirán mucho más.
Desde el punto de
vista de los comisarios, todos estos sencillos versos de Raimon, explicados y
discutidos en cada recital, resultan más peligrosos que ciertas obras clásicas
del marxismo o las herejías de Freud y los existencialistas franceses, ya
editadas o de próxima aparición en Barcelona. Para la España conformista y
temerosa, que elevó el certificado de voto en el referéndum a la categoría de
talismán mágico, tales canciones son muy inconvenientes. Si en los días del
plebiscito se prohibió actuar a un conjunto yeyé por el solo hecho de que se
llamaba "Los no", ¿cómo va a permitirse a Raimon cantar libremente
sus canciones?
Raimon revela y
presiente a la otra España, a la nueva, habla de "un tiempo que ya es un
poco nuestro" y de "un país que ya estamos haciendo": es
demasiado. ¿Acaso no se le han rechazado a Berlanga quince guiones de películas
que ha ido presentando en vano, uno tras otro, a la censura? Apenas pasada la
guerra, se prohibió en España "La República" de Platón.
En 1967, la censura
demuestra que ha ganado sentido práctico.
Eduardo Galeano
El
reino de las contradicciones. España: de
la guerra civil al referéndum de 1966
Cuadernos de Ruedo
ibérico núm. 10, diciembre-enero 1967
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