Entre tu esposo y tu, compañera, amasasteis
con sudor y sangre el yeso de las paredes de tu hogar. Entre tu esposo y tu, en
las mejores horas robadas al sueño, después de las largas jornadas de trabajo, fortalecisteis
con piedras, cimientos y umbrales. Vuestros cuerpos pulieron son su planta el
portal, y por las habitaciones respirabais el aire íntimo y querido de vuestra
historia de casados. Era un hogar abrazado a vuestra piel como una piel mayor,
conyugal, adornada de techos y lámparas, con los balcones ahogados de flores.
Vuestro hijo redoblaba la alegría de la vida sencilla, iluminando las penumbras
y las sombras de los días y los malos días con su niñez.
¿Qué
pasó? El fascismo. El hogar quedó arrasado bajo el bombardeo. Mi compañera
contempla de ruina, desde lo que ha sido umbral, de lo que fue su casa. El
estupor le hace llevar un puño a la boca y sus ojos se golpean desiertos contra
las piedras y se pasean por el hogar desolados como por una gran ciudad hermosa
y derrumbada. Todo ha sido víctima de la metralla. Dan ganas de decir: ¿Qué han
hecho las inocentes sillas, las mesas inocentes para que se las atropelle de
este modo? No existen las habitaciones donde se amó mi compañera con su esposo,
y sobre un trozo de pared que queda se ven grabadas las entrañas de su hijo. El
esposo duerme a pedazos bajo un armario caído, que ha vomitado en su caída
fotografías, encajes, ropas olvidadas. El verderol que alejaba el silencio de
las conversaciones y las siestas, ametrallado en su jaula, clava en quien le mira
unos ojos horrorizados, inmóvilmente ingenuos, y la violenta muerta ha vuelto
pálido su verde plumaje. Un colchón se desangra generoso bajo los cascos
ruinosos del yeso seco... Mi compañera lo ve todo como si lo hubieran
destrozado contra su cabeza: siente arder, quemar, agonizar cada mueble roto en
su alma. Y los restos de su hogar reciben un llanto desesperado.
Miguel
Hernández
Frente Sur (Jaén), 15 de abril de 1937
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