del rencor, lobos
del odio,
un trueno de uñas
lívidas, un río
de alimañas
hirvientes,
plomos,
ácidos,
espadas purulentas
brotándo,
desatándose,
cayendo
sobre dos brazos
rotos y una frente
partida.
Llegaba roja el alba,
abril tenía
los tallos de
esmeralda,
ensangrentados.
Lenguas,
lágrimas,
campanas desoladas a
lo lejos
sonaron, un idioma
de congoja
y clamor iba
subiendo,
como si le
arrancaran a un planeta,
de cuajo,
las entrañas.
Entonces fue.
Gritó la voz enana,
enloquecida voz, la
voz
hedionda,
aulló, gritó, ordenó
sádicamente la
ración de crimen
dispuesta para el
día,
y luego se sentó
sobre la Cruz,
sobre la Cruz de
Roma.
Entonces
fue. El miedo le
subía
por los oscuros
fondos del instinto.
Pero aquella mriada
frente a las negras
bocas
ya humeantes,
aquel torrente
quieto
de dulzuras
que el fuego quiso
devorar,
aquella
sangre erguida
delante del abismo
se alzó sobre la
muerte
y ahora vuela,
se esparce, por la
noche
del mundo como un
astro. Como un astro
cercano
que podemos tocar
desde la tierra.
Mírame, hermano, sol, espejo
de las vidas, oh sí,
mirame,
lléname
de tu luz, álzame
en ella,
tu luz que ya
convoca
los distantes
insomnios, pone olvido
en las viejas
heridas,
nos doncude
hasta el fín.
Mírame, entrégame
tu tranquila
energía, tu centella
de paz.
No te han vencido
amigo, compañero de la rama
vencida, lazarillo
del más hermoso sueño, no
te han vencido, perduras, ahora estás
entre las cumbres y no obstante,
caminas con nosotros,
te rodean
los brazos que te aman,
siembras,
fundas
los nidos del futuro.
Huya el dolor
a su frontera. Empieza
a amanecer. Yo canto, yo te canto,
de pie sobre mis lágrimas
con la misma esperanza que tu rostro
tenía
cuando, abrazado a tu estatura
inmensa,
a tu impávida rosa,
ibas naciendo,
como una brisa inmemorial, al día
que no acaba, que nunca
acabará.
Dijiste al hacha fraticida:
"Este
será tu último golpe", y luego,
a los que te escuchaban
con dolido estupor: "Seguid, unidas
las manos, destronad
a la bestia".
Cuando suena
a la orilla de las sombras una música
tan pura y verdadera,
es que del muro
martirizado una diadema está
brotando, una
diadema
inagotable
como la sed del
tiempo, como el ala
del mar.
Puedes brillar tranquilo,
tu lo sabes.
Estamos hechos para
la tormenta,
para el beso creador,
estamos hechos.
A tu fulgor,
marchamos. Ya han crecido
al borde de tu
sombra arbustos
jóvenes.
Ellos te llevan en
los labios.
Vamos
contigo a defender
la primavera,
contigo
a levantar la nueva
casa.
Juan Rejano
Juan Rejano
Elegía rota para un himno. En la muerte de Julián Grimau
Editorial: Ecuador 0°0'0", Revista de Poesía Universal, México, abril de 1963
Ilustración: Antonio Rodríguez Luna
Ilustración: Antonio Rodríguez Luna
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