Lo Último

2601. Elegía rota para un himno. En la muerte de Julián Grimau

Volvió el cubil a crepitar: serpientes
del rencor, lobos
del odio, 
un trueno de uñas lívidas, un río
de alimañas hirvientes,
plomos, ácidos, 
espadas purulentas
brotándo,
desatándose,
cayendo
sobre dos brazos rotos y una frente
partida.

Llegaba roja el alba, 
abril tenía
los tallos de esmeralda,
ensangrentados.

Lenguas,
lágrimas, 
campanas desoladas a lo lejos
sonaron, un idioma
de congoja
y clamor iba subiendo,
como si le arrancaran a un planeta,
de cuajo,
las entrañas.



Entonces fue.
Gritó la voz enana,
enloquecida voz, la voz
hedionda,
aulló, gritó, ordenó
sádicamente la ración de crimen
dispuesta para el día,
y luego se sentó sobre la Cruz,
sobre la Cruz de Roma.

Entonces 
fue. El miedo le subía
por los oscuros fondos del instinto.

Pero aquella mriada
frente a las negras bocas
ya humeantes,
aquel torrente quieto
de dulzuras
que el fuego quiso devorar,
aquella
sangre erguida delante del abismo
se alzó sobre la muerte
y ahora vuela,
se esparce, por la noche
del mundo como un astro. Como un astro
cercano
que podemos tocar desde la tierra.

Mírame, hermano, sol, espejo
de las vidas, oh sí, mirame,
lléname
de tu luz, álzame
en ella,
tu luz que ya convoca
los distantes insomnios, pone olvido
en las viejas heridas,
nos doncude
hasta el fín.

Mírame, entrégame
tu tranquila energía, tu centella
de paz.

No te han vencido

amigo, compañero de la rama
vencida, lazarillo
del más hermoso sueño, no
te han vencido, perduras, ahora estás
entre las cumbres y no obstante,
caminas con nosotros,
te rodean
los brazos que te aman,
siembras,
fundas
los nidos del futuro.

Huya el dolor
a su frontera. Empieza
a amanecer. Yo canto, yo te canto,
de pie sobre mis lágrimas
con la misma esperanza que tu rostro
tenía
cuando, abrazado a tu estatura
inmensa,
a tu impávida rosa,
ibas naciendo,
como una brisa inmemorial, al día
que no acaba, que nunca
acabará.

Dijiste al hacha fraticida:
"Este
será tu último golpe", y luego,
a los que te escuchaban
con dolido estupor: "Seguid, unidas
las manos, destronad
a la bestia".

Cuando suena
a la orilla de las sombras una música
tan pura y verdadera,
es que del muro
martirizado una diadema está
brotando, una diadema
inagotable
como la sed del tiempo, como el ala
del mar.

Puedes brillar tranquilo,
tu lo sabes.
Estamos hechos para la tormenta,
para el beso creador,
estamos hechos.
A tu fulgor, marchamos. Ya han crecido
al borde de tu sombra arbustos
jóvenes.
Ellos te llevan en los labios.

Vamos
contigo a defender la primavera,
contigo
a levantar la nueva casa.


Juan Rejano
Elegía rota para un himno. En la muerte de Julián Grimau
Editorial: Ecuador 0°0'0", Revista de Poesía Universal, México, abril de 1963
Ilustración: Antonio Rodríguez Luna








No hay comentarios:

Publicar un comentario