Ya tenemos República en España. La conciencia nacional, tan trabajada en profundidad y extensión, ha sabido manifestarse rotundamente. Tan rotundamente, que ha bastado un solo gesto para terminar con la monarquía borbónica.
Hemos destruido el régimen monárquico
que estaba acabando con España. Hemos implantado la República que tiene que
hacer de España una nación libre, progresiva, abierta a todas las audacias de
la civilización.
El instrumento más eficaz de
esa transformación nacional ha de ser la escuela. La escuela ha sido siempre el
arma ideológica de todas las revoluciones. La escuela tiene que convertir a los
súbditos de la monarquía borbónica en ciudadanos de la República española.
La escuela, en este periodo de
transición que se abre ahora en la vida nacional, tiene que ser profundamente
revolucionaria. Hoy más que nunca, todo revolucionario digno de ese nombre
tiene que ser un educador. Y todo educador auténtico tiene que ser igualmente
un revolucionario. La revolución no será tal revolución si no penetra en las
conciencias de los ciudadanos, convirtiéndolos en leales servidores del nuevo
régimen.
La República al enfrentarse con
el problema de la educación nacional, tiene que atacar con decisión y valentía
todos los aspectos del mismo. Tiene que acabar con la absurda organización
actual. Hay que hacer una reforma total que abarque desde los Jardines de la
infancia hasta la Universidad. Hay que extender los beneficios de la enseñanza
a todos los españoles hasta conseguir que no quede un solo analfabeto en
nuestro país, ni deje de cultivarse una sola inteligencia. El país necesita,
hoy más que nunca, que todo ciudadano preste el máximo rendimiento a la nación.
Y la República traicionaría a su propia esencia si no ofreciese a todos los
españoles las posibilidades necesarias para que su inteligencia y su vocación
encuentren el cauce que merecen.
La escuela en la República no
es sólo un problema de cantidad. Es, fundamentalmente, un problema de calidad.
La República tiene que hacer muchas escuelas, pero cuidado que la escuela sea
verdaderamente escuela. No tanto por el edificio y por el material, sino por el
espíritu que ha de vivificar la diaria labor docente. La República tiene que
hacer maestros nuevos. Los maestros que necesita el país en esta hora decisiva.
Pero tiene además que utilizar a los maestros actuales. Ese ha de ser uno de
los problemas más delicados del nuevo régimen.
La República, en fin, tiene que
fijar su mirada en la escuela rural. Fijarla seriamente, no como nos amenazaba
hacerlo el régimen caído, que quería engañar al país con el famoso camión
ambulante. La República tiene que sembrar escuelas en todos los pueblos y
aldeas españolas. Y cada escuela tiene que ser la verdadera célula rural de la
República. En torno a la escuela ha de girar la vida del pueblo. La escuela ha
de ser el verdadero Hogar infantil durante el día y la verdadera Casa del
Pueblo durante la noche. El maestro de esta hora histórica, libertada su
conciencia, fraternizando con el pueblo, tiene que forjar los luchadores que
necesita la República española. Y los forjará.
Rodolfo Llopis
Crisol, 16 de abril de 1931, pág. 13
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