Madrid, 10 de mayo
Había
pétalos de amapola en la trinchera recién cavada, arrastrados desde las
praderas que azotaba el viento procedente de los picos nevados de las montañas.
Al fondo de los pinares del viejo pabellón de caza real se elevaba en el
horizonte la silueta blanca de Madrid. A cuarenta metros, una ametralladora
ligera disparaba con mortífera insistencia y los proyectiles pasaban con el
rápido chasquido que hace pensar a los reclutas que son explosivos. Protegimos nuestras cabezas detrás de la
tierra excavada y miramos hacia el terreno ondulado y surcado donde hace trece
meses fracasó la ofensiva de Largo Caballero contra la colina de las Garabitas,
cubierta de pinos, que domina Madrid. La colina sigue allí, pero en los dos
últimos meses el gobierno la ha sembrado de trincheras para proteger sus
flancos. Una famosa brigada, apodada «Los topos de Usera», que tomó la
trinchera de la muerte que dominaba aquel castigado suburbio y cavó y minó el
camino de su avance hasta que las fuerzas de Franco tuvieron que abandonar la
posición después de dominar en aquel frente, avanza ahora con regularidad para tomar esta colina que podría resistir
cualquier ataque frontal. Era bueno volver a ver los topos. Este corresponsal
no había estado con ellos desde principios de diciembre y sentía curiosidad por
conocer el estado de su moral después del corte de comunicaciones entre Madrid
y Barcelona.
—Enséñeme en el mapa la situación en Cataluña —pidió el
comandante.
Este corresponsal le mostró la línea y explicó con exactitud lo
sucedido. El comandante escuchó sin demasiado interés.
—Está bien —dijo—, ahora quiero enseñarle algo interesante. Esto
es mucho mejor que Usera. El terreno es mejor para luchar y tenemos
unos proyectos maravillosos.
Ahí lo tienen. Este es el factor inexplicable que los extranjeros
nunca se imaginan al analizar la campaña española. Este factor es el
regionalismo de los españoles. Puede causar un efecto negativo cuando se
pretende combinar las operaciones a una escala muy grande, pero en cuanto un
sector es aislado de otro, en lugar de sentir pánico parecen aliviados de que
no haya necesidad de contacto con otra región. Hoy he hablado con una docena de
oficiales españoles a quienes conozco bien, y ninguno ha hecho preguntas que no fueran rutinarias sobre el estado del frente en la costa y en
el Ebro. Lo único que querían era contar lo bien que iba todo en su sector.
Esto puede ser una debilidad y, como tal, es posible vencerla.
Pero como fuerza no puede ser nunca inculcada ni sustituida.
Madrid tiene ahora una guerra propia y parece feliz por ello. El
Levante tiene una guerra propia y está orgulloso de ello. Extremadura y
Andalucía tienen su guerra y no han de preocuparse por Cataluña. Están
aliviados. Cataluña lucha ahora por su cuenta y considera que tiene algo por lo
que merece la pena luchar. Es un país extraño, desde luego, y la historia ha probado que cuando se
divide es cuando se vuelve más peligroso. Unido, siempre surgen los celos
sectoriales. Una vez dividido, aparece el orgullo de provincia, de sector, de
ciudad y de distrito. Napoleón lo descubrió al ser derrotado y otros dos
dictadores lo están descubriendo hoy.
Un ejército tiene que ser alimentado y provisto de municiones.
Este recibe ambas cosas. Las raciones son más escasas en Madrid que el año
pasado por estas fechas, pero más equilibradas. Hay más pan y carne dos veces
por semana para la población civil. La primavera ha llegado con casi dos meses de retraso y faltan hortalizas, pero ahora empiezan a venir
de Valencia. Ha sido un invierno severo, frío y con poco combustible, pero no
hay trazas del hambre que se veía en los rostros grises y demacrados en Austria
después de la guerra y durante la inflación.
Los oficiales con quienes he hablado en los dos últimos días de
visitar el frente central dicen que tienen municiones suficientes para luchar
durante un año, si fuese necesario, y que no dejan de fabricarse más.
—Lo que necesitamos es artillería, más armas automáticas y
aviones, y entonces estaremos listos para pasar a la ofensiva.
Dejando aparte todo optimismo, este viaje ha sido una revelación
para este corresponsal, que ha volado aquí desde el frente catalán. Madrid no
ha cambiado y es más sólido que nunca. Todos los días y todas las noches se
cavan trincheras y zapas para rebasar el Flanco del enemigo y poder aliviar el
sitio de la ciudad. No cabe duda de que se luchará enconadamente para defender
Castellón y Valencia. Pero está claro que hay un año de guerra por delante,
aunque los diplomáticos europeos intenten decir que se habrá acabado dentro de
un mes.
Ernest Hemingway
Despachos de la guerra civil española (1937-1938)
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