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2661. Isabel Oyarzábal Smith. Recuerdos de la tía Ella

Isabel Oyarzábal en su exilio mejicano (Arxiu Nacional de Catalunya. Fondo Isabel Oyarzábal Smith)



Rodrigo de Oyarzábal, sobrino de Isabel Oyarzábal Smith,  (Málaga, 12 de junio de 1878 - Ciudad de México, 28 de mayo de 1974), ha querido compartir con nosotros algunos recuerdos de su tía, que transcribimos a continuación:

Por la madre escocesa, los cuatro hijos mayores de Juan Oyarzabal Bucelli y Ann Margarita Smith Guthrie, eran llamados por sus nombres en inglés: Molly por María Asunción, Jack, mi abuelo, por Juan, Ella por Isabel y Dick por Ricardo. Para los tres pequeños Pepe, Anita e Inés prevaleció el español.
Mi padre, Juan de Oyarzabal Orueta, hijo de Jack, es el “sobrino Juan” que Isabel cita en “Hambre de Libertad”: “Antes de partir, sin embargo, tenía que arreglar ciertos asuntos de mi sobrino Juan… Me había escrito una valerosa carta en la que decía que estaba dispuesto a trabajar en cualquier cosa como un ‘hombre libre’[1][2].
El piso que rentaron en México se ubica en la glorieta conocida como Plaza Washington, en el cruce de las calles Londres y Versalles en la Colonia Juárez de la Ciudad de México. En la tercera planta (en la segunda estaba el laboratorio de Germán, el yerno de Isabel).
Era yo muy joven cuando, por iniciativa propia, cruzaba media ciudad para ir a visitar a la Tía Ella, en una época en la que todavía no existía el metro en la Ciudad de México. Le llevaba unas “lenguas de gato” amargas, que eran unos de sus chocolates preferidos.
El piso era muy grande y se comunicaba con el del laboratorio del tío Germán. En una pequeña habitación tenía puesta, al lado de la ventana, una mesa de madera pequeña, cubierta por un mantelillo blanco y dos sillas. La vista daba a la estatua de George Washington que, en aquellos tiempos, engalanaba la glorieta.
Tía Ella me sentaba en una de las sillas, me convidaba una lengua de gato e iba hacia un armario del cual regresaba con un paquete de cartas. Se sentaba, veía al General y comenzaba a leerme su correspondencia. Recuerdo a Unamuno, Valle-Inclán y Pío Baroja, entre los españoles, así como Diego Rivera y Frida Khalo, entre los mexicanos.
Su lectura iba siempre de la mano de la actuación. Cómo interpretaba cada intención, con su gracia andaluza y sus brazos tan expresivos, me llevaba a imaginar a los personajes en el momento de escribir sus cartas, además de que siempre acompañaba la lectura con una anécdota personal con cada uno de ellos.
Escucharla leer las cartas a sus cerca de 90 años, me resultaba fascinante y me entusiasmaba mucho. En esos tiempos, además de conocerla como la tía que salvó a papá del campo de concentración, y de considerarla, prácticamente, como una abuela paterna, era para mí una escritora, así como el tío Cefe un pintor. Con el tiempo fui entendiendo todo su papel durante la guerra y, mucho más recientemente, su aportación al movimiento feminista en el mundo.
En casa Málaga siempre estaba presente y, por consiguiente, Andalucía también. La última vez que vi a mi Tía Ella, menos de un año antes de su muerte, fue en nuestra casa. Mis padres la habían invitado a comer. Estábamos a la mesa la tía, mis padres, mis hermanos y yo. Mi hermano Shanti iniciaba su formación como mimo y decidieron, a media comida, organizar una orquesta entre él y tía Ella, de tal forma que uno imitaba a un músico tocando un instrumento y la otra lo seguía con otro. El punto climático fue cuando Isabel Oyarzábal tomó las castañuelas y con todo el salero andaluz echó los brazos pa’tras y dio un ¡recital de flamenco en pantomima!
Conocimos también a la tía Anita, por supuesto, nacionalizada estadounidense, y a la tía Inés, que vino de visita desde las Filipinas con todo y su hábito. Siempre me pareció muy extraño que la mayor y la menor de las hermanas fueran monjas y Ella, roja.

Rodrigo de Oyarzábal
Julio 2018

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[1] Isabel Oyarzábal Smith. Hambre de Libertad. Pag. 468
[2] Carta de Juan de Oyarzabal a su tía Isabel desde el Campo de Concentración de Bizerta







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