Tiene también la sangre sus
revoluciones,
sus líderes y demagogos
que arengan al pueblo de las
ansias
congregado en el corazón.
Tiene también la sangre sus
masacres
—en nombre de oscurísimas
razones—,
en las que mueren tantos
inocentes:
los de pequeña voz, los tímidos
que no saben exponer sus
deseos;
menos aún, imponerlos.
Mueren entre las venas, y de
manera irrevocable,
lo mismo que acontece entre la
historia.
Muere toda una grey de tristes
oprimidos, pero
en la espantosa servidumbre del
reemplazo
sucumben a su vez los opresores
sin que exista un recodo, un
breve hueco
en que dejar sobre una lápida
constancia de su paso.
En la anónima fosa de la sangre
yacen mezclados víctimas y
verdugos;
y en las terribles horas de la
comprensión
qué imposible resulta
distinguir
del corrompido olor de la
esperanza degollada
el agrio aroma de sus asesinos.
Francisca Aguirre
Ítaca, 1972
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