Josep Puigsech Farràs / Heraldo de Madrid
La documentación primaria procedente de los actuales archivos de la Federación Rusa, otrora integrados en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), se ha erigido durante los últimos quince años en la columna vertebral que ha permitido llevar a cabo una reconstrucción seria del papel que jugaron los soviéticos en la Guerra Civil Española de 1936-1939. Así, pues, suposiciones y/o interpretaciones ideologizadas totalmente distorsionadas han acabado sucumbiendo ante la realidad que recoge la documentación que estuvo guardada con un celo absoluto hasta el final de la Guerra Fría. El camino que se ha recorrido en los últimos años tiene un valor inmenso, aunque, ciertamente, aún quedan fondos no accesibles a los investigadores –como también sucede, por cierto y sin ir más lejos, con parte de los materiales británicos o franceses sobre la guerra de España-.
Esta base empírica nos permite afirmar, con rotundidad, que la participación de los soviéticos en la guerra de España no correspondió a la de unos diablos rojos, pero tampoco a la de unos ángeles blancos. No fueron figuras maléficas que pretendieron, y consiguieron, dominar la España republicana e imponer su modelo de Estado, avanzando así lo que serían los Estados satélites de la URSS durante la Guerra Fría. Tampoco fueron unas almas caritativas que lucharon altruistamente frente a un bando sublevado al que identificaban como fascista.
La URSS de Yosif Stalin entró en la guerra de España debido, fundamentalmente, a dos factores. Uno, externo al país de los soviets. Y, el otro, derivado del primero, un elemento interno. Respecto al primero, se trató de la internacionalización de la Guerra Civil. El motivo fue la ayuda inmediata que recibieron las tropas sublevadas por parte de las potencias fascistas alemana, italiana y portuguesa, lo que, posteriormente y unido a la petición desesperada y rechazada del Gobierno de la República para recibir ayuda internacional por parte de las potencias liberales como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, forzó al ejecutivo republicano a pedir ayuda a Moscú como opción alternativa. El otro elemento fue la Política de Seguridad Colectiva. Es decir, la lógica de la política exterior de la URSS en los años treinta. Stalin, consciente del peligro real que suponía la expansión territorial del fascismo en Europa, buscaba una alianza con Londres y París para frenarlo. Si no lo detenía podría implicar a medio/largo plazo un ataque sobre la URSS –y así se evidenció en la Segunda Guerra Mundial-, en tanto que enemigo ideológico de las potencias fascistas. En definitiva, una España fascista aumentaba el peligro potencial para la integridad territorial URSS. Moscú quería evitarlo y, si era posible, incluso tenerla como aliada –que no un satélite- en el Mediterráneo.
Entonces, ¿en qué consistió la presencia soviética en España? La prioridad fue conseguir la victoria militar de la República en el campo de batalla y, hacerlo, a través de una estructura militar profesionalizada y una actuación planificada en el campo de batalla. Los asesores militares soviéticos, junto con el material de guerra enviado desde Moscú –todo ello a partir de octubre de 1936, casi tres meses después del inicio del conflicto-, fueron claves para permitir la resistencia republicana en Madrid en el otoño de 1936, así como para prolongar la capacidad de resistencia de la República hasta 1939. Sin ella, esta última habría sucumbido mucho tiempo antes. Stalin quería ganar la Guerra Civil Española. Pero no pensaba volverse loco para conseguirlo. Si los británicos y franceses no apoyaban a la República, con la que compartían su mismo modelo de Estado, la URSS no iba a volcarse irracionalmente en su ayuda militar a la República. Por lo tanto, no serían ninguna casualidad los recortes en el envío de armamento a la República a partir de noviembre de 1937.
Por otro lado, la citada ayuda fue solicitada por el Gobierno de la República. Y pagada, religiosamente, como resultado de unas transacciones comerciales realizadas libremente entre las dos partes. Sí. Buena parte de las reservas de oro del Banco de España tuvieron como destino Moscú. Pero no olvidemos que otra, menor, fue utilizada para pagar una compra de armas a Francia al inicio de la guerra…y con unos precios también fuera de mercado. Es más, las relaciones comerciales entre la URSS y la República crecerían como la espuma durante los años de la guerra. Se firmaron diferentes acuerdos comerciales, siempre centralizados entre el Gobierno de la República y los asesores comerciales soviéticos enviados a España. Las autoridades republicanas compraban armas, alimentos, materias primas para la industria de guerra o productos textiles, entre otros. Y ello aumentó la identificación de muchos ciudadanos republicanos con la URSS. Al fin y al cabo, era el único país que se había dignado a ayudarlos.
Los soviéticos no utilizaron la ayuda militar a cambio de imponer su modelo político en España. Desde el primer momento apoyaron el modelo liberal democrático para la República. Y así se mantuvieron hasta el último día de su presencia en el país. Sólo así, Stalin podía albergar la esperanza de conseguir una alianza con Londres y París, al margen de no tener interés en expandir su modelo de Estado debido a la política estalinista del socialismo en un único país. Apoyaron la recuperación del poder de las instituciones del Estado republicano, manifestando abiertamente su apoyo al Gobierno de la República y, en el caso de la autonomía catalana, al Gobierno de la Generalitat. Ciertamente, tuvieron contactos con la cúpula política y militar de la República, pero jamás la coaccionaron ni controlaron. El Partido Comunista de España (PCE) y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) crecieron en número de militantes y presencia política al calor de la ayuda soviética a la República.
La revolución obrera, defendida por los anarcosindicalistas y los comunistas heterodoxos del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) quedó descartada por Moscú y, con ello, también su apoyo al modelo de milicias y columnas que defendía este colectivo. A partir de aquí, hubo diferencias en el trato a estos protagonistas. Los anarquistas recibieron un trato relativamente cordial –que no de amistad-, especialmente en Cataluña ante la consciencia de su enorme peso social y político, con el objetivo de integrarlos en el proyecto de recomposición del poder institucional del Estado republicano. En cambio, con el POUM la cosa fue diferente. Muy diferente. Desde el primer momento fueron identificados como el enemigo trotskista en España y, por ello, como el enemigo al que se tenía que derrotar sin tapujos. La paranoia de Stalin sobre el trotskismo, identificándolo como una eficaz y activa oposición interna a su poder en la URSS, llegó a España. Primero, marginando al POUM de las esferas públicas, con la complicidad de las autoridades gubernamentales. Después, haciendo lo mismo de las instituciones del poder republicano. Y, finalmente, asesinando a su máximo dirigente, Andreu Nin. Este último fue una de las víctimas, que no superaron la veintena durante toda la Guerra Civil, de la actividad de los servicios secretos en España. La presencia de estos últimos fue mínima numéricamente y su influencia global en el conflicto inapreciable. Sus actividades consistieron desde potenciar los servicios de espionaje republicano hasta organizar el contraespionaje versus aquellos elementos a los que radiografiaban como enemigos del pueblo –habitualmente brigadistas internacionales-. También incluyeron la vigilancia sobre los supuestos trotskistas, los citados brigadistas y los anarquistas, así como los comunistas españoles. Y, por supuesto, actuaron como policía secreta.
Una buena parte de los soviéticos que participaron en la guerra de España acabaron fusilados tras su vuelta a la URSS. Unos antes, y otros más tarde. Su paso por la Guerra Civil se convirtió en una excusa ideal para Stalin para acusarlos de connivencia con el fascismo-trotskismo y/o ineficacia en sus misiones. Pero estas depuraciones formaban parte de una dinámica mucho más general. Stalin había iniciado en 1936 un proceso de depuraciones generalizadas en el conjunto de los brazos del Estado soviético que nada tenían que ver con la lógica de la Guerra Civil, sino con su obsesión, enfermiza, por los supuestos enemigos internos a su poder.
Estas son las realidades sobre la presencia soviética en la Guerra Civil Española. Ni más, ni menos. Unas evidencias fundamentadas en la documentación primaria de procedencia soviética. Es decir, en las fuentes originales.
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