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2681. El Ferrol que nunca fue del caudillo

Una estatua ecuestre de Franco es retirada del patio de Herrerías del Arsenal Militar de Ferrol



Manuel Vázquez Montalbán - El País - 19/8/1991

"En el Ferrol se levantará un monumento al general Franco como recuerdo perenne a su gesta heroica de oponerse a la invasión masónica"(El Ideal Gallego, 10/11/1936).

Aunque Franco sigue de estatua ecuestre en la plaza radial que introduce al centro histórico de Ferrol, la ciudad ha dejado de ser de El Caudillo. ¿Lo fue alguna vez? En la calle de María, un bajorrelieve épico proclama que allí nació Francisco Franco Bahamonde en 1892 y allí creció, aunque no tanto como él hubiera querido. Pilar recuerda así a su hermano, el caudillo: "No era tímido ni retraído. Ser pacífico no quiere decir que fuera tímido. Jugaba normalmente con los demás niños de su edad. El que tuviera aspecto de estar siempre asustado, es otra de las imaginaciones e inventos de la gente. Lo que ocurre es que como era delgadito y muy poquita cosa, podía parecer tímido. Le llamaban cerillita. El tiempo ha demostrado que de tímido nada".

El primo, Franco Salgado Araujo, en Mi vida junto a Franco recuerda con melancolía y cariño el Ferrol de su infancia, un duro Ferrol para el huérfano que se acogía a la tutoría de su tío, el padre de Franco, y a las sobras de afecto y solidaridad de una familia numerosa y secretamente rota. Paquito y Pacón eran inseparables y lo siguieron siendo a lo largo de su carrera militar, y cuando Paquito se conviertió en Franco, Franco, Franco, Pacón siguió a su lado, indudablemente fiel, aunque en la trastienda de su capacidad de observación fue acumulando discrepancias que con el tiempo han sonado a disidencias. Pacón recuerda los largos paseos a los que les obligaba el tío por los alrededores de Ferrol, en busca de las alturas desde las que poder dominar la ría y desgranar lecciones de cosas y de navegaciones que enfurruñaban a Pilar, dejaban indiferente a Paquito y, en cambio, encantaban al primo añadido, tal vez porque necesitaba la estatura de un padre, aunque fuera prestado. Los Franco Bahamonde adoraban a su madre y reservaban para su padre desde el respeto ritualista de doña Pilar —al fin y al cabo un padre es un padre— hasta el desprecio de Paquito, acentuado cuando don Nicolás se marchó a Madrid y vivió allí "con otra mujer", con otra mujer que no era la abnegada, sufrida, martirizada santa madre, doña Pilar Bahamonde Pardo y Taboada y Bermúdez de Castro y Tenreiro y Basanta... una colección de apellidos prestigiados en aquel Ferrol de pocas familias y calles, reticuladas unas y otras según la racionalidad de urbanistas militares y con una vida social dominada por la aristocracia de la Marina: los oficiales del Cuerpo General. "El Ferrol siempre ha sido una ciudad pendiente de las apariencias", musita a mi lado un ilustre jurista. Estamos acodados sobre la balaustrada de los jardines de Comandancia y ante nosotros se despliegan los edificios del Arsenal. Cien años atrás, Ferrol era una de las sociedades más cerradas de España cuando Franco la dejó en 1907 para ingresar en la Academia Militar de Toledo, casi al mismo tiempo su padre abandonaba el hogar familiar. En la ciudad de las apariencias, los Franco Bahamonde habían quedado como desnudos y Franco sólo volvería al Ferrol para ver a su madre, y, ya caudillo, para recorrer la senda que tantas veces siguió doña Pilar hasta la ermita de la Virgen de Chamorro a pedirle a la Virgen consuelo o tal vez explicaciones por el mal pago concedido a su virtud.

Son abundantes las referencias a la galleguidad de Franco. Retranca gallega. Ambigüedad gallega. En cualquier caso los Franco pertenecían por tradición más a la Armada que a Ferrol, una garita de España, asomada a un océano por donde llegaban restos del imperio y su conciencia de galleguidad no iba más allá del lacón con grelos y la gaita. Caracteriológicamente, ¿qué tiene que ver el frío y calculador Francisco con el vehemente y versátil Ramón?¿El acomodaticio Nicolás con la apasionada Pilar?¿La virtuosa y abandonada madre educadora de obreros católicos con el padre partidario de los tobillos femeninos y jóvenes?

Desde la muerte de su madre en Madrid, cuando la buena mujer iba camino de Roma para que Su Santidad la bendijera, Ferrol dejó de tener interés para Franco. Y viceversa, los ferrolanos acabaron considerando a Franco un exceso histórico que pocos beneficios les reportaba, hasta el punto de que las primeras elecciones municipales democráticas las ganaría el doctor Quintanilla, hijo del alcalde republicano fusilado por los rebeldes en 1936. Todavía hoy gobernarían las izquierdas en Ferrol de haberse puesto de acuerdo a tiempo socialistas y comunistas, pero se dejaron llevar por el pleito de si eran galgos o podencos, y se les coló una frágil mayoría de derecha, hoy cuestionada, mientras las izquierdas tratan de recomponer su alianza. La evidente escasa química entre Galicia y los Franco se capta en la ausencia de bibliografía sobre esa relación, salvo algunas muestras de cantos ditirámbicos y lameculos de los años cuarenta. Aunque doña Pilar siguió ejerciendo de ferrolana y Pontedeume conseguía concentrar a casi todos los hermanos en el verano, la marcha del padre, la dispersión de los hermanos por los ejércitos de tierra, mar y aire rompió un vínculo, y muy especialmente en el caso de Franco, Franco, Franco, porque su excelencia tuvo mando en plaza en La Coruña y luego veraneó en el Pazo de Meirás o rezó en el Chamorro por la memoria de su madre o se dejó llevar bajo palio en la catedral de Santiago, ante multitudes tan curiosas como las que esperaban al príncipe Felipe y a Isbel Sartorius, pero Paquito de hecho nunca volvió a Galicia, nunca volvió a la calle María, nunca volvió a casa.

El 108 de la calle de Frutos Saavedra de Ferrol, más conocida por la calle de María. Aquí nació Franco, en un caserón como tantos otros caserones ferrolanos donde vivían familias de la oficialidad naval. Hoy sólo puede visitarse con un permiso expreso de la duquesa de Franco, y los guardianes de las llaves de la casa respetan esta condición hasta sus últimas consecuencias. Pero ya Pilar Franco nos avisó en sus memorias Nosotros, los Franco, que su cuñada Carmen Polo, la había dejado irreconocible, desde la sospecha de que el caserón original no estaba a la altura histórica alcanzada por su marido. Puedo imaginar los recorridos del niño hasta el paseo de la Herrera, los jardines de Comandancia, orientado por el racionalismo urbano del barrio de la Magdalena.

Franco nunca volvió realmente a esta casa y tras la muerte de su madre alcanzó el rango metafísico de Santísima Trinidad, España, Su Madre y Él como una entidad esencial. Todo lo demás, accidentes de paisaje o de paisanaje. Accidentes. De la lectura de Desarrollo urbano y crisis social en Ferrol, de Enrique Clemente Cubillas, deduzco que esta ciudad ha crecido y se ha autodestruido en relación con leyes económicas y sociales objetivas, sin que interviniera el factor humano del padrinaje de Franco. De la misma manera que los problemas de Galicia, de identidad o materiales, recogidos en la monografía Galicia, coordinada por José Antonio Durán, no tienen un antes y un después del franquismo , sino una lógica interna marcada por el deshabitamiento y el olvido del Estado central, que siempre contó con gallegos dóciles o terribles al servicio de la supuesta unidad de destino en lo universal llamada España. Salgo de Galicia y llegado a la altura de Lugo los rótulos me avisan por primera vez que puedo escoger la carretera de Sarria y Monforte y acercarme a recuperar la aldea de mi padre, aquel mi primer encuentro con parte de mis raíces, en el verano de 1947, cuando perdí el primer diente y se murió Manolete. Pero dejo pasar el reclamo, como más adelante dejo pasar el de Puebla de San Julián, aquella estación ferroviaria en la que se reunía una familia gallega separada por emigraciones, guerras y cárceles y que durante todo un verano habló de todo lo divino y lo humano sin mencionar a Franco, ni siquiera una guerra que les había herido y dividido tan innecesariamente.







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