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2729. Guerra de trincheras: las milicias en el Frente del Norte

Amalio Presmanes. Foto cedida por su hija Rosa Elvira Presmanes


Amalio, cómo no, gracias a su coraje y total entrega, estuvo en primera línea en el denominado Frente del Norte y fue nombrado comisario político con rango militar de comandante, al mando de un grupo de combate.

Los republicanos del norte no disponían de tropas suficientes, ya que no poseían un ejército organizado para poder lanzar ofensivas contra los territorios de Castilla y León. Sus efectivos estaban divididos por regiones: las milicias asturianas, las cántabras y las vascas; el equipo y armamento del que disponían era muy inferior al de los ejércitos republicanos de la zona centro.

Durante la resistencia de Gijón, Amalio estuvo encargado de controlar los almacenes de víveres para la población y para los milicianos, pero también participó en uno de los hechos más notorios de la contienda asturiana: el asedio y asalto final a los cuarteles de Simancas y el de Zapadores, que habían sido tomados desde el inicio de la contienda por el ejército sublevado.

El cuartel de Simancas era un emplazamiento estratégico ya que se encuentra en un alto desde donde se domina una parte importante de la ciudad y su bahía. En julio de 1936, las fuerzas militares de Gijón se correspondían a las tropas del regimiento Simancas y a las del VIII Batallón de Ingenieros, con guarnición en el cercano cuartel de El Coto. A su mando estaba Antonio Pinilla, jefe de este regimiento, comprometido con los rebeldes franquistas, que se habían atrincherado en el de Simancas, desde donde los francotiradores causaban muchas bajas entre la población.

El asalto para liberar el cuartel fue durísimo y la resistencia, tenaz. Se sometió el edificio al bombardeo aéreo, al cañoneo de artillería de diferentes calibres y a la dinamita para derribar los muros del cuartel. Tenía que tomarse el cuartel al coste que fuera, y dicho coste fue muy caro. Amalio siempre explicaba triste y emocionado que tuvieron que «jugarse» a los palitos quién se iba a colocar un cinturón con explosivos, para inmolarse y, de esta manera, abrir paso al resto de los milicianos. No había otra manera de lograrlo y el 21 de agosto la suerte le tocó a una mujer miliciana. Gracias a ella, finalmente abrieron el boquete por donde pudieron pasar los milicianos y tomarlo. Al fin la gesta del asedio al cuartel de Simancas se había coronado con éxito después de un largo mes de lucha. Amalio siempre citaba la miliciana que dio su vida para conseguirlo pero yo, a día de hoy, no recuerdo su nombre, que queda en el anonimato de la historia.

Hace pocos años, en una visita a Gijón, pude observar aún las marcas de las balas en los muros del cuartel, y mientras contemplaba el monolito alzado cerca de las puertas del cuartel a la gloria de los muertos habidos en el bando nacionalistas por Dios y por España, sin ninguna alusión a los milicianos republicanos, la tristeza me embargó pensando en la valiente acción de la miliciana.

El cuartel de Zapadores también fue un bastión de resistencia de los sublevados. En su asedio —según consta en la causa— también participó Amalio, pero no recuerdo que contase nada significativo al respecto. Sí nos contaba que estas operaciones las hacían a menudo como expertos dinamiteros, para llevar a cabo acciones especiales y concretas en pequeño grupo.

Asimismo, en la causa del juicio de guerra sumarísimo contra él, de 1942, consta que participó en la voladura del puente de Cornellana del río Narcea, pero de ello no recuerdo escucharle anécdota alguna. La causa recoge este episodio: «El entusiasmo por la causa roja, prueba elocuente de ello es que sus servicios fueron premiados y citados en la Orden General del 9 de agosto de 1937 del Ejercito del Norte, que en el artículo primero dice así: “Se premia la meritoria actuación de este individuo, ascendiéndole a cabo por el ardor y espíritu demostrado, volando el puente de Cornellana del rio Narcea, en la carretera de Oviedo a La Coruña”».

Curiosamente, este documento que le nombra cabo por esta acción fue también un elemento de suerte. Era inverosímil nombrar cabo a un comisario político, y como no pudieron obtener ninguna constancia documentada del hecho, ello impidió la condena de pena de muerte.

Así, a pesar de haber sido acusado, finalizada la guerra, como comandante, comisario político, y solo constar su ascenso a cabo por la acción en el puente de Cornellana, le impusieron tan solo una condena de 30 años de prisión, a lo cual también contribuyeron los buenos antecedentes dados por los curas asturianos a los que había salvado la vida de una ejecución inminente en 1934, cuando Amalio defendió que fueran juzgados, y no ejecutados.

El avance de los sublevados para conquistar Bilbao fue imparable y en junio de 1937 se produjo la Batalla de Bilbao, en la que participó Amalio. La población estaba siendo desplazada hacia Santander, y el Gobierno vasco se retiró a la aldea de Trucios, tras dejar en la capital una Junta de Defensa de Bilbao. Tras una valerosa y enconada defensa del Ejército del Norte, las tropas sublevadas pudieron entrar por donde la fortificación era más débil, dato que había sido filtrado al enemigo por el traidor comandante Goicoechea, tras un intenso bombardeo de la artillería y la aviación franquistas. Los hombres del italiano comandante Nanetti, republicano y comunista, huyeron cruzando el rio Nervión, sin volar los puentes tras de sí dejando abierta la carretera de Bilbao. El 17 de junio de 1937 cayeron 20.000 bombas sobre Bilbao. Los bombardeos sobre Guernica habían tenido lugar dos meses antes[1].

El 18 de junio el republicano general Ulibarri mandó retirar el resto de sus tropas de la ciudad de Bilbao.  La última de estas unidades salió de la ciudad en la madrugada del 19 de junio y era necesario retardar la entrada a la ciudad de las tropas fascistas. Con esta finalidad Amalio, con un pequeño grupo de expertos, dinamitaron la mayoría de los puentes de la ría. Esta era una de las acciones a las que siempre hacía mención después de pasados tantos años. Siempre que voy a Bilbao, veo todos aquellos magníficos puentes sobre la ría, y pienso en él.  La voladura de puentes fue el final de la denominada «Batalla de Bilbao» y los milicianos fueron batiéndose en retirada hacia Santander.

La ofensiva de los sublevados para llegar a Santander no se produjo hasta el 14 de agosto y, dado su mayor número de fuerzas, lograron una decisiva victoria en apenas unas semanas. De esta manera, el ejército sublevado, con el apoyo de la Legión Cóndor y el Corpo Truppe Volontarie, destruyó las fuerzas republicanas en la cornisa cantábrica, se hizo con el control de Vizcaya, y después de haber completado la conquista de Guipúzcoa, cerró el acceso terrestre con Francia. En Asturias, aún resistía lo que quedaba del Ejército republicano del Norte. Pero desde el sur, los sublevados habían conseguido establecer un pasillo directo a Oviedo y terminaron con el cerco de las milicias republicanas.

Mientras todo esto sucedía, en Barcelona se estaban produciendo los graves enfrentamientos entre las fuerzas del POUM y las comunistas; y se perpetraba el asesinato de Andreu Nin por agentes a las órdenes directas de Moscú. Cabe preguntarse si, en Asturias, aquellos milicianos, valerosos combatientes comunistas, conocían lo que estaba sucediendo y si era así, cómo les llegaba dicha información y cómo lo justificaban.

La URSS no formalizó las relaciones diplomáticas con la República española hasta el inicio de la Guerra Civil. Tal como plantea el historiador Arnau González Vilalta[2], en la exposición «Une Catalogne indépendent?», Stalin no estaba intentando expandir la revolución sino romper el asedio de Hitler. Las intenciones de los soviéticos en España eran frenar a los revolucionarios anarquistas y convertir la Cataluña y la España republicanas en un estado liberal democrático.


Rosa Elvira Presmanes García
Amalio: fuego, vapor y armas
Editorial Tintamotora, 2018


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[1] El ejército sublevado fue el primero, en toda la historia, de llevar a cabo bombardeos sistemáticos contra la población civil. Madrid, Durango, Guernica, Cartagena, Alicante, Valencia, Alcañiz, Reus, Tarragona, Lleida, Barcelona, Granollers, Figueras, fueron ciudades bombardeadas por la Legión Cóndor alemana, la Aviación Legionaria italiana o por la aviación sublevada.

[2] Arnau González Vilalta, profesor de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.










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