Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864 - Salamanca, 31 de diciembre de 1936) |
El viejo rector de la Universidad de Salamanca
ha muerto a los 72 años de edad. Miguel de Unamuno ha sido el escritor más
representativo de España. Poeta, ensayista, periodista, novelista y filósofo,
ha debatido todos los problemas que afectan a la conciencia del mundo moderno
imponiendo siempre la impronta española. Al propio tiempo, Unamuno ha
representado la conciencia y el temperamento españoles. Antes de convertirse en
escritor universal, Miguel de Unamuno fue el autor más respetado de la
península ibérica. Allí desempeñó el mismo papel que Carlyle en Inglaterra y
Fichte en Alemania el siglo pasado [se refiere al siglo XIX]. Fue, por tanto,
un moralista destacado y un escritor cuya autoridad se proyectó sobre todas las
generaciones. Su carrera es tanto más admirable en cuanto que Unamuno nunca se
adhirió a ninguna bandería política ni se alzó en defensor de ninguna forma de
gobierno.
Miguel de Unamuno nació el 29 de septiembre de 1864 en
Bilbao, en esa provincia vasca cuyo paisaje le acompañará durante toda su vida.
Cuando sólo contaba diez años, en 1874, presenció el bombardeo de su ciudad
natal por las tropas carlistas, en plena guerra civil. Entre 1884 y 1890
colabora en un periódico socialista aun cuando no fuera militante del partido.
En 1891 ocupó la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca, la cual
desempeñaría hasta su muerte, con el breve intervalo de 1924-29, cuando el
gobierno de Primo de Rivera lo expatrió a París. El año 1897, Unamuno publicó
su primera novela, titulada Paz
en la guerra. Desde entonces colabora en diversas revistas y
periódicos de España y Portugal, publicando artículos, impresiones de viajes,
poemas y estudios críticos y morales. Aunque es profesor de griego, Unamuno se
dedica más a la cultura que a la ciencia propiamente dicha. Le preocupa antes
que nada el estado espiritual del país y no la erudición. Por eso se convirtió
en seguida en uno de los autores españoles más leídos y discutidos. Sobresale
especialmente en el ensayo, género literario al que confiere un ritmo y un
ardor totalmente personales. Fino polemista, también ha publicado varios
volúmenes de ensayos, impresiones de viajes y cuentos. En 1905 aparece su obra
más importante, titulada Vida
de Don Quijote y Sancho, libro que se tradujo a casi todas las
lenguas europeas y consagró el nombre de Unamuno como el de un gran escritor.
Varios años después, publicó el primer volumen de Poesías, luego
un libro de ensayos y relatos literarios titulado Soliloquios
y conversaciones y, finalmente, un volumen de crítica social y
política, Contra
esto y aquello. En 1913, vuelve a la literatura con el libro
de relatos cortos y cuentos El
espejo de la muerte. El mismo año aparece su segunda obra capital El
sentimiento trágico de la vida. Junto a la Vida
de Don Quijote y Sancho es el libro que mayor acogida ha
tenido entre el público europeo y americano. Ya en 1913, Unamuno planteaba el
problema y debatía soluciones que vienen siendo actualidad desde hace apenas
quince años. Efectivamente, varios años después de la guerra, la humanidad
volvió a preocuparse del sentimiento trágico de la existencia y autores
clásicos como Pascal y Nietzsche, u oscuros pensadores como Chester o
Kierkegaard, han vuelto a ser leídos, traducidos y comentados. En 1914 publica
la novela Niebla, traducida
también al rumano, y durante toda la guerra europea escribe artículos, sobre
todo en periódicos suramericanos, a favor de los aliados. En 1916 publicó uno
contra Alfonso XIII que le acarreó una multa de 1.000 pesetas y seis años de
cárcel, para ser amnistiado más tarde. Un año después aparece otra novela, Abel
Sánchez. En 1920 publica el volumen titulado Tres
novelas ejemplares y un prólogo y, en 1921, la novela La
tía Tula. Pero, como seguía escribiendo contra el Directorio
militar, es desterrado el 20 de febrero de 1924 a las Islas Canarias. La gran
popularidad de que gozaba Unamuno en el continente se acrecienta aún más a
causa de ello. En octubre de ese año se le retira el confinamiento y se
establece en Francia, al principio en París, donde escribe La
agonía del cristianismo. Como no podía soportar el ambiente de la
gran capital, Unamuno se traslada a los Pirineos franceses, cerca de su patria.
Al mismo tiempo, publica muchos artículos y ensayos en revistas francesas. Su
obra se va haciendo más conocida en todo el mundo especialmente gracias a las
traducciones al francés. Antes de su expatriación, Unamuno ya era muy conocido
en Italia, por obra y gracia de la entusiasta labor de Giuseppe Beccari, quien
le llegó a traducir seis libros, entre ellos dos obras de teatro, Fedra y La
esfinge, inéditas en español.
A la caída de la dictadura de Primo de Rivera, Unamuno
vuelve a su país y al rectorado de la Universidad de Salamanca. Pero no está
contento, no transige con la política antirreligiosa del gobierno. Escribe por
entonces una serie de artículos en el diario El
Sol en los que llama la atención sobre el carácter
profundamente místico del pueblo español. Al estallar la guerra civil, Unamuno
se declara contra el gobierno de Madrid en una célebre entrevista que reprodujo
toda la prensa mundial[1]. El viejo rector de Salamanca muere en medio de una
impresionante actividad. Tenía en preparación varias novelas, una historia de
la España moderna y un nuevo volumen de ensayos. Se dice que ha dejado un gran
número de documentos y un diario
íntimoextremadamente interesante. De esta suerte, la obra de
Unamuno se revelará más considerable de cuanto se la juzgaba hasta ahora.
Es muy difícil resumir las ideas dominantes en Unamuno.
Maestro de la controversia, técnico de la paradoja, poeta que gustaba a la vez
de la lírica y el humor, a duras penas puede definírsele. Él mismo reconoce que
se define mejor como polemista, cuando toma posición contra el adversario. Entre
todos los derechos íntimos que tenemos que conquistar, no tanto de las leyes
cuanto de las costumbres, no es el menos precioso el inalienable derecho de
contradecirme, escribía Unamuno en su célebre ensayo La
ideocracia, publicado en 1900. Contradecir, o sea, afirmar uno
la razón de su corazón contra quien sea y a cualquier precio. Al luchar por el
derecho a contradecir, Unamuno advierte que esa pasión por la controversia es
un rasgo característico del espíritu ibérico. El propio Unamuno dice que todo
español es un maniqueo inconsciente; cree en una divinidad con dos personas:
una buena y otra mala. Frente a este dualismo originario del espíritu ibérico,
¿qué otra cosa mejor puede hacerse sino practicar “el derecho a protestar”, por
la controversia y la polémica? Por eso, la obra de Unamuno está fuertemente
penetrada por la paradoja, la contradicción, las “razones del corazón”. La
tiranía más abyecta le parece la de las ideas, la ideocracia, y eso le lleva a
afirmar: Feliz
el que cambia de ideas como de casaca. El que piensa orgánicamente
somete sus ideas y se libera así de su degradante tiranía.
En el fondo, la controversia, la protesta, la lucha no
son otra cosa que medios para llegar a la sinceridad, para precisar los
perfiles propios de un hombre, para sacarlo de fórmulas y dogmas, porque éstas
se aplican a otras realidades pero nunca al hombre. Toda la pasión que puso
Unamuno en controversias, polémicas y ensayos tienen como fin únicamente
invitar a la sinceridad, a “despertar a los hombres” obligándoles a doblegarse
ante sus propias almas. Como Giordano Bruno, pretendía despertar a las almas
dormidas, ser un dormitantium
animorum excubitor; y esta cita de Bruno la encontramos comentada
al final del Sentimiento
trágico de la vida. Unamuno opone a este dormitantium
animorum excubitor el ideal de Don Quijote, quien no creía en
el triunfo de sus ideas porque sabía que ellas no eran de este mundo. Tampoco
Unamuno creía en el triunfo de “sus ideas”. ¿Qué ideas? ¿De qué época? ¿De qué
pasión? ¿De qué libro? Unamuno no tiene ideas que predicar. Sólo tiene pasiones
que opone a las pasiones de sus semejantes. Sólo dispone de una técnica: la
sinceridad consigo mismo hasta la muerte. Y es que en la vida no existe otra
solución a la paradoja; quizá después de la muerte cuando el alma encuentre su
descanso...
Las ideas y doctrinas no son la fuente de nuestros actos
sino su justificación ante nosotros mismos y nuestro prójimo, cree Unamuno. Interésanme
más las personas que sus doctrinas y éstas tan solo en cuanto me revelen a
aquéllas. Las ideas son inevitables y necesarias, como lo son los
ojos y las manos a un hombre. Todo
lo que eleva e intensifica la vida refléjase en las ideas verdaderas, que lo
son en cuanto lo reflejan, y en ideas falsas todo lo que la deprima y la
amengüe. Sólo la idea que vives es verdadera. ¿Pero qué es la
verdad?, se pregunta Unamuno en un espléndido ensayo[2]. La
verdad es lo que uno se cree de todo corazón y con toda el alma. El
hombre ha de seguir un único camino para actuar de acuerdo con su corazón y su
alma. Un único camino, que de hecho significa un millón de caminos, mil
millones de caminos. Cada hombre sólo puede encontrar su verdad, su redención
personal. Más
vale el error en el que se cree que no la realidad en que no se cree.
Lo único que cuenta es llegar a uno mismo, a conocer sus pasiones y tiranías.
El hombre sincero, como el hombre desnudo, siempre es hermoso. Al igual que el
paganismo tuvo su culminación desnudando el cuerpo, el cristianismo tenía que
triunfar desnudando el alma…
El cristianismo tenía que triunfar desnudando el alma.
¿Pero qué cristianismo?, se pregunta Unamuno, lector apasionado de san Agustín,
de Tertuliano, de los santos españoles y de Sören Kierkegaard. Evidentemente,
no el cristianismo “racional” y escolástico. En opinión de Unamuno, la iglesia
racionalista constituye una auténtica desgracia. Los cristianos que se creen
“racionalistas” son, en realidad, materialistas sin quererlo; no porque crean
que el ser tiene su base en la materia sino porque quieren verificar la
santidad con pruebas y argumentos filosóficos. Creer en Dios significa para un
cristiano una sola cosa: anhelar con toda su alma que Dios exista. Anhelarlo y decirlo.
Porque la palabra es creadora: Jesús hizo milagros con la palabra, a veces sin
ninguna acción.
Naturalmente, el cristianismo de Unamuno no es el
cristianismo occidental ni tampoco el nórdico. Sus fuentes son “los grandes
africanos”, san Agustín y Tertuliano, santos apasionados, almas de fuego,
paradójicos, gongorinos. Hablando de san Agustín, Unamuno testimonia que el
conceptismo y el gongorismo son las formas más naturales de la pasión y la
vehemencia. Y por esa vía de la fe es como Unamuno se siente ligado
a España. En su ensayo Sobre
la europeización, de 1906, Unamuno se revuelve ferozmente
contra Europa. A su espíritu le repugnan las ideas directrices del espíritu
europeo moderno, la ortodoxia científica. Hay
dos cosas de que se habla muy a menudo, y son la ciencia y la vida. Y una y
otra, debo confesarlo, me son antipáticas.
El ideal de Europa es un hombre liberado del espejismo de
la Esfinge, liberado de la eterna y paradójica angustia, o sea, ¡un hombre que
ya no es hombre! Europa busca la felicidad. Pero tiene que elegir: la felicidad
o el amor; la una no casa con el otro. Pasión y sensualidad, España y Francia
son incompatibles. La pasión es arbitraria, la sensualidad es lógica; en
realidad, puede decirse que la lógica es una forma de la sensualidad. Francia
es riente y sensual, España es dura y triste. En España no hay cosa mejor que
hacer que pensar en la muerte. En Francia todo nos mueve a la superficialidad. Nunca
olvidaré el desagradabilísimo efecto, el hondo disgusto que me produjo la
algazara y el regocijo de un bulevar de París.
Toda esa juventud que canta, bebe, bromea y hace el amor,
le parece a Unamuno falta de conciencia de sí misma, “puramente aparencial”.
Allí, en el París risueño, centro de Europa, Unamuno se
sentía solo. Pío Baroja se quejaba en su artículo ‘Triste país’ de que la
incapacidad de los españoles para ser frívolos y joviales le parecía una de las
cosas más deprimentes del mundo. Unamuno le responde que, por el contrario,
deprimente lo sería una España frívola y jovial. Dejarían de ser españoles y,
por eso, no se iban a convertir en europeos. En esa triste y dura España
nacieron un Cervantes, un Velázquez, un Goya, y otros más nacerán aún si España
no se europeiza. Un ibérico se siente solo y mal en Europa. Sin embargo, existe
una solución, cree Unamuno: ¡españolizar Europa! Es decir, que se popularice la
técnica de la sinceridad, de la paradoja, de la polémica y de la controversia.
Unamuno crea así un imperialismo espiritual ibérico fundado sobre un gran mito
español: Don Quijote. Es conocido el éxito mundial que obtuvo el libro Vida
de Don Quijote y Sancho. Ese libro sustancial y apasionado es, a la
vez, piedra angular en la obra de Unamuno, el fundamento del Mito Español, la
solución de la paradoja que durante toda su vida obsesionó al gran rector de la
Universidad de Salamanca. Don Quijote se forja su mundo, y lo crea desde las
ideas y sus sentimientos. Pero es un mundo vivo, real, efectivo; no un mundo de
sueños, abstracto. De acuerdo a su mundo, Don Quijote actúa, vive y muere; no
cae en “la realidad” de los demás ya hecha de antemano, “automática”, global.
Unamuno encuentra en la acción conforme al sueño (o al ideal, a la fe, a la
imaginación, al amor, etcétera) el único medio de no dejarse esterilizar por la
paradoja, por la nada. Eres sincero, eres tú mismo, vives en tu mundo, pero
tienes que conformarte con ese mundo creado por tu sinceridad, tienes que estar
vivo en él; que actuar, por tanto, en conformidad con ese mundo ideal, no
conservarlo en la mente, bueno para tu soledad, para tus melancolías. La acción
acorde con la paradoja es la única salvación de la nada; pues creas
continuamente vida, creas sinceridad.
Unamuno es el único español que ha logrado dar una nueva
interpretación, ibérica, al idealismo y transformar una filosofía en un Mito.
Mircea Eliade
(Bucarest, 1907-Chicago, 1986)
Mircea Eliade
(Bucarest, 1907-Chicago, 1986)
Este texto fue inicialmente emitido como conferencia por
Radio Bucarest, el 26 de enero de 1937, a las 20 horas. Fue publicada
anteriormente en España por la revista Lateral.
Traducción: Joaquín Garrigós
Fronterad
Fronterad
Notas
[1] V. Mircea Eliade, La España de Unamuno, CLAVES, noviembre 1996. N. del T.
[2] ¿Qué es verdad? N. del T.
[2] ¿Qué es verdad? N. del T.
epitafio de unamuno escrito por un reconocido nazi (m eliade) ... no esperaba encontrar esto en este blog
ResponderEliminarHay que leer todo Svalk. Aquí también encontrarás leyes franquistas, discursos y entrevistas de Franco y sus generales golpistas, etc... Y todo tiene un objetivo: el conocimiento de la Historia. Salud!
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