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2749. Periodistas

Noches atrás, en compañía de un grupo de periodistas y escritores, que generosamente se habían congregado para darme la bienvenida, recordé algunos nombres de compañeros pertenecientes a las generaciones de periodistas democráticos que aventó el cataclismo de la guerra. Me di cuenta de si en su tiempo fueron firmas prestigiosas, hoy son nombres olvidados.

Ni un sólo quedó en su sitio, ni ninguno, tras abril de 1939, tuvo la menor posibilidad de ejercer su profesión en España. Muerte, encarcelamiento, exilio. Exilio exterior o interior. Y después... el olvido.

Un destino cruel, pero -reconozcámoslo- muy periodístico. El periodista es fulgor de un día que para renacer necesita del artículo o del reportaje del día siguiente. Y así hasta que el forzado no tiene ya fuerzas ni para sostener la pluma en las manos y se encorva irremediablemente, los hombros hundidos de levantar peleles.

Con la sarracina de 1939 se pretendía acabar para siempre con la raza de los periodistas progresistas, la de los Zozaya, Castrovido, Zugazagoita, Corpus Barga, Bejarano, Chabás, Fajardo, Benavidas, Chaves Nogales, Cimorra, Torres Endrina, Navarro Ballesteros, Esplá y qué sé yo cuántos más, pues la lista completa no se hará nunca. Así que quería que en la prensa española jamás volviera a escribirse la palabra libertad como no fuese para vituperarla.

El resultado ha sido inverso, dije a los que estaban conmigo aquella noche, una de mis primeras noches de Madrid después de tantos años. El resultado eran ellos. Ellos y toda esa espléndida constelación de periodistas democráticos que hoy se afanan en las mesas de Redacción de nuestro país. La historia se toma esas revanchas, pues si la marcha de la vida se puede frenar por la fuerza, es verdad, y que nos lo digan a los españoles, es imposible detenerla del todo e indefinidamente.

He hablado de varias generaciones de periodistas democráticos. En ellas se entrelazaban diferencias – en algunos casos muy acusadas – de edad y de estilo. En el de hombres como Villanueva, director de El Liberal; Leopoldo Bojarano, mi redactor jefe en Ahora; Zozaya, Lezama y otros, se advertían aún residuos de retórica decimonónica. Corpus Barga, Paulino Massip Chabás, Clemente Cimorra, mi entrañable compañero de riesgos en los frentes, nos ofrecían un estilo preciosista, algo recargado para mi gusto. El de los de la última hornada – la mía – era más directo, más cortado y yo diría que más humano. Prodigábamos el reportaje, incluso el gran reportaje y la interviu desenfadada. Tras una que yo le hice, Valle-Inclán dijo de mí que era “un mozo desvergonzado”. Y tenía razón.

Todos esos periodistas, de formación y vuelo tan vario, hacíamos buenos periódicos. El Sol, Luz –donde yo colaboré con Chabás y Herce en la redacción de la página teatral-Ahora, Heraldo de Madrid, cada uno con su tonalidad, eran buenas periódicos. Los periódicos españoles -incluso no pocos de derecha- siempre lo han sido, excepto en esos decenios pasados de delirio luceril y todos amén.

Yo fui con el viejo Zozaya y Lezama en el primer barco -el Sinaia– que salió de Francia para Méjico, repleto, hasta la bodega, de republicanos españoles. Era un cargo vetusto donde apenas nos daban de comer y que navegaba a ritmo de tortura.

-¡Cuánto tardamos en llegar!- Me dijo una mañana don Antonio ante el mar luminoso. Aunque a veces me digo que más vale que vaya tan despacio... porque yo... yo, a mi edad, ya me quedaré allí.

Y allí se quedó. Como Torres Endrina, Carbó, Lezama, Benavides, Allonso Lapena y creo que Féliz Herce y Avecilla, Ceferino R. Avecilla que un día apareció en la Alameda de la capital mejicana con aire mosqueteril y sus setenta años a los costillas... ¡a emprender una nueva vida!

- ¿Qué hay, Félix?

La obesidad bonachona y melancólica de Herce procura abrirse paso entre las mesas de El papagallo, café mejicano para españoles.

- Pues chico...Desde que entre mi estomago y las judías del “Barbas” puse el mar por medio, voy mejor de la diabetes. Pero de todo lo demás... ¡no puedes imaginarte lo malito que soy!

Y Benavides cuando me lo encontraba:

- Tú, por lo menos puedes desahogarte en ese periódico español que habéis fundado aquí. Pero yo... yo no puedo decir esta boca es mía.

Se reanimaba sacudiendo la garganta enferma, como un gallo herido.

- Menos mal que volveré a España con tres libros terminados.

Igual que Falla, todos llevábamos el reloj –el reloj interior– con el de la Puerta del Sol. ¡La Puerta del Sol!... Manuel Fontdevila, ex director de Heraldo de Madrid, catalán él, clamaba patético en Buenos Aires:

- ¡Daría los años que me quedan de vida por morir en la Puerta del Sol!

Se murió en los aledaños de la avenida de Mayo. Como Clemente Cimorra, como Olmedilla...

Desde la Cuba de Batista, donde le enterraron, Juan Chabás me escribió una vez a Francia: “Dicen que este país es muy bello y sólo un loco podría negarlo. Pero, ¿quieres que te diga la verdad?... Para mí, el rincón más bello del mundo está en esa plazona desgarbada, que es la Puerta del Sol.

Y, luego los que se extinguieron en Francia... Otero Seco, Domingo, no sé cuantos más. Y los que han muerto aquí. Al volver a verle en Madrid, Eduardo de Guzmán, un superviviente de aquella época, me ha dicho:

-No encontrarás a nadie. De los periodistas de entonces, creo que no quedamos ni media docena...

Todos, los de azul y los que salieron, se han ido muriendo. De enfermedades, de años... y sobre todo, de pena y de asco. Y hay que decir, que salvo alguna excepción muy rara, los de dentro y los de fuera, llevaron su exilio con la dignidad que les confería la fidelidad a su causa. Lo cual indica que los fundamentos morales de los periodistas suelen ser más sólidos de lo que alguna gente cree...

Sí, hay que vocearlo frente a los muros del olvido. Aunque ya no sirva para nada.


Jesús Izcaray
Triunfo, 11 de diciembre de 1976












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