Lo Último

2755. Poema para una Nochebuena




I El vengador

Te soñé como un ángel
que blandiera la espada
y tiñera de sangre
la tierra pálida;

Como una lava ardiente;
como una catarata
celeste, como nieve
que todo lo olvidara.

A veces, cuando el viento
del sur se desataba;
cuando alzaba el invierno
su llama blanca;

cuando el cielo sombrío
derramaba las ascuas
de la tormenta, he dicho:
«es su venganza».

Hería con mi herida,
luchaba con mis armas,
volaba por la vida con
mis alas cortadas.

El vengador, el fuerte
ángel de la venganza,
mataba con la muerte
que a mí me daban.

Y teñía de sangre
la tierra pálida.


II Noche cerrada

Cuántas estrellas tendrá
el mar esta noche...

Cuántas olas, cuántas almas 
en pena, cuántos verdores 
que tan sólo el Vengador 
oculta y conoce... 

Abierta la noche está 
como un gran sueño. Los nombres
los lugares, los caminos, 
las horas, los montes, 
se han borrado. Sólo queda 
soledad y noche. 

Oh, Vengador: 
negras alas, negras músicas, enormes 
horas negras... Vengador: 
soledad y noche. 
Sólo soledad y noche. 

¿Han de alimentar el alma, 
Vengador, tus roncos sones, 
tus negras alas, tu paso 
helado...? ¿Negros crespones 
adornan la dolorida 
soledad del hombre? 


III El niño

Un niño de oro y rosa, ¿puede 
anticipar el alba? 
Una brizna de hierba, ¿puede 
ser el brazo de la venganza? 
El Vengador, ¿es el amor? 
La mano débil, ¿es el hacha? 
Con sangre suya y llanto suyo, 
¿rescata ajena sangre y lágrimas? 

Todo era oscuro. Soledad 
y noche. (El alma aprisionada.) 
Y ahora en la noche se ha encendido 
maravillosa llama. 
Entre espumas de ola y de nube 
el alma canta, liberada. 

Como si fuera el centro ardiente 
del amor que todo lo abrasa. 


IV Noche hermosa

Sabed:: si se la escucha, 
se oye latir la piedra. 
Y resuenan, y acordan y hermanan sus voces los siglos 
en la dura madera. 

Hoy la noche es la mano 
que pulsa la piedra y la estrella, 
y el corazón el dorado racimo 
que va de la estrella a la piedra, 
que va de la piedra a la estrella. 

Qué silenciosa mano 
el corazón aprieta. 
Y cómo cae el zumo 
y rocía la hierba, 
y humedece las calles, 
la silenciosa piedra, 
las fuentes donde todos
 los astros se reflejan. 

Maravillosa llama, 
inextinguible hoguera, 
faro celeste que alumbre a los que anden 
con sus vidas a cuestas, 
cuando ya no seamos 
sino viento que pasa y no mueve la rama, 
sino mar que se agita y no pone temblor en la playa desierta. 

Maravillosa llama, 
inextinguible hoguera, 
encendido celaje 
interior, agua eterna 
que se agita, que corre 
de la piedra a la estrella, 
de la estrella a la piedra... 


José Hierro
Quinta del 42, 1952








No hay comentarios:

Publicar un comentario