I El vengador
Te soñé como un ángel
que blandiera la espada
y tiñera de sangre
la tierra pálida;
Como una lava ardiente;
como una catarata
celeste, como nieve
que todo lo olvidara.
A veces, cuando el viento
del sur se desataba;
cuando alzaba el invierno
su llama blanca;
cuando el cielo sombrío
derramaba las ascuas
de la tormenta, he dicho:
«es su venganza».
Hería con mi herida,
luchaba con mis armas,
volaba por la vida con
mis alas cortadas.
El vengador, el fuerte
ángel de la venganza,
mataba con la muerte
que a mí me daban.
Y teñía de sangre
la tierra pálida.
II Noche cerrada
Cuántas estrellas tendrá
el mar esta noche...
Cuántas olas, cuántas almas
en pena, cuántos verdores
que tan sólo el Vengador
oculta y conoce...
Abierta la noche está
como un gran sueño. Los nombres
los lugares, los caminos,
las horas, los montes,
se han borrado. Sólo queda
soledad y noche.
Oh, Vengador:
negras alas,
negras músicas, enormes
horas negras... Vengador:
soledad y noche.
Sólo soledad y noche.
¿Han de alimentar el alma,
Vengador, tus roncos sones,
tus negras alas, tu paso
helado...? ¿Negros crespones
adornan la dolorida
soledad del hombre?
III El niño
Un niño de oro y rosa, ¿puede
anticipar el alba?
Una brizna de hierba, ¿puede
ser el brazo de la venganza?
El Vengador, ¿es el amor?
La mano débil, ¿es el hacha?
Con sangre suya y llanto suyo,
¿rescata ajena sangre y lágrimas?
Todo era oscuro. Soledad
y noche. (El alma aprisionada.)
Y ahora en la noche se ha encendido
maravillosa llama.
Entre espumas de ola y de nube
el alma canta, liberada.
Como si fuera el centro ardiente
del amor que todo lo abrasa.
IV
Noche hermosa
Sabed:: si se la escucha,
se oye latir la piedra.
Y resuenan, y acordan y hermanan sus voces los siglos
en la dura madera.
Hoy la noche es la mano
que pulsa la piedra y la estrella,
y el corazón el dorado racimo
que va de la estrella a la piedra,
que va de la piedra a la estrella.
Qué silenciosa mano
el corazón aprieta.
Y cómo cae el zumo
y rocía la hierba,
y humedece las calles,
la silenciosa piedra,
las fuentes donde todos
los astros se reflejan.
Maravillosa llama,
inextinguible hoguera,
faro celeste que alumbre a los que anden
con sus vidas a cuestas,
cuando ya no seamos
sino viento que pasa y no mueve la rama,
sino mar que se agita y no pone temblor en la playa desierta.
Maravillosa llama,
inextinguible hoguera,
encendido celaje
interior, agua eterna
que se agita, que corre
de la piedra a la estrella,
de la estrella a la piedra...
José Hierro
Quinta del 42, 1952
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