Madrid, 20 de abril
Hoy es el
décimo día de nutrido bombardeo indiscriminado de objetivos no militares en los
barrios centrales de Madrid. Desde las cinco de la mañana la ciudad ha sido
bombardeada por baterías de seis y tres pulgadas y baterías antiaéreas desde la
colina de Garabitas, y dondequiera que vaya y a cualquier hora del día, durante
el lanzamiento de más de doscientas granadas, no puedo perder de vista ni dejar
de oler el polvo de granito gris blanquecino y el olor acre, altamente explosivo, ni evitar
la vista de los muertos y heridos y de las mangueras que lavan, no el polvo
sino la sangre de calles y aceras.
Algunas granadas llegan después de un fuerte sonido al salir de la
batería con un alarido rápido y sibilante. Otras, mayores, llegan con un grito
curvo. La gente se dispersa hacia el amparo de los edificios y las plazas se
vacían durante el bombardeo, pero en cuanto cesa, vuelven a sus quehaceres,
impertérritos. El bombardeo de Madrid se ha prolongado lo bastante para enseñar
a la gente qué granadas son peligrosas por sus ruidos, y aunque el bombardeo de hoy ha sido tal vez el peor sufrido por una población civil, con
treinta y dos muertos y doscientos heridos, la vida ha seguido su curso normal.
La gente no está impresionada a causa de la maravillosa insensibilidad
adquirida en la guerra por todos excepto los cobardes, de modo que un terrible
bombardeo se antoja, tras diez días de repetición cotidiana, algo completamente
rutinario.
La vista de una calle llena de cristales rotos frente al edificio
donde suelo comer parece normal, o más normal que el milagro de una granizada.
Durante el almuerzo, el censor de prensa muestra un fragmento manchado de humo de un balcón de piedra que entró por la ventana de la nueva
habitación elegida por su seguridad, después de que una bomba destrozase la
otra, y todos lo examinan con interés desapasionado. El portero de nuestro
hotel fue herido en los muslos por una bala de ametralladora mientras abría la
puerta a unos clientes, y esa bala y la que entró por la ventana de la
habitación, ocupada por este corresponsal, parecen muy poco importantes porque
no tenían ningún significado militar.
El bombardeo es desconcertante porque, o bien significa que los
fascistas están gastando toda la munición disponible con la esperanza de matar
a toda la población supuestamente roja de Madrid (donde ni un solo
amigo de este corresponsal de los tiempos en que viví aquí, fuera cual fuese su
política o religión, ha sido ejecutado o dado por desaparecido en esta guerra,
salvo los que han muerto luchando en el frente, y esto incluye a periodistas,
toreros, hoteleros, pintores, anticuarios, médicos, ingenieros, propietarios de
tiendas o de bares a quienes he conocido y con quienes he pasado el rato en
fechas recientes), o pretenden con el bombardeo de Madrid sembrar el terror
como represalia o amenaza, porque de dos mil a tres mil moros y guardias
civiles están ahora aislados en sus posiciones de la Ciudad Universitaria.
Las comunicaciones de las fuerzas rebeldes de la Ciudad
Universitaria están definitivamente cortadas, pero debido a la organización
subterránea y de trinchera de sus posiciones, los ocupantes podrán resistir un
largo asedio si se les suministra alimentos, agua y municiones. Los moros del
Rif atrincherados en la Ciudad Universitaria están tan bien como en su casa
mientras duren las provisiones, ya que luchar es su única profesión. Sin
embargo, el saliente es ahora militarmente insostenible y cualquier heroísmo
exhibido por sus ocupantes será tan inútil, militarmente hablando, como el bombardeo de Madrid.
Sí el resultado de bombardear Madrid es un incremento de la
evacuación, solo hará que ayudar al gobierno, cuyo principal problema es cómo
alimentar a la ciudad. En opinión de este corresponsal, el gobierno de Valencia
da muestras de una notable ineficiencia en la organización de la alimentación
de la ciudad, si se tiene en cuenta su maravillosa organización militar de la
defensa de Madrid. A veces parece exhibirse aquí un heroísmo incomprensible y
aunque se dispone de gran cantidad de alimentos en Valencia, todo el Levante y
Cataluña, el pueblo de Madrid no se alimenta como es debido.
Esto suele achacarse al sabotaje anarquista, pero el deber del
gobierno es controlar estos elementos y organizar un servicio adecuado de
suministros para Madrid.
Aprovechando personalmente una mañana tranquila y abordando esta
cuestión desde el punto de vista de la acción directa, este corresponsal cazó
ayer con una escopeta prestada, detrás del frente del Pardo, cobrando patos
silvestres, perdices, cuatro conejos y una infortunada lechuza a la que maté
después de anochecer, confundiendo su vuelo silencioso al tupido bosque con el
de una becada. Por otra parte, confundí la explosión de un mortero de trinchera con una bandada de perdices.
Entretanto, la situación militar sigue en punto muerto, poseyendo
todavía el gobierno una posición ofensiva. Los informes sobre una disminución
de la presión fascista en el frente de Bilbao parecen confirmados por el poco
insistente ataque del gobierno contra la Casa de Campo, destinado no solo a
aislar la Ciudad Universitaria, sino también a atraer a tropas rebeldes del
norte. Las posiciones de la Casa de Campo son las más difíciles de tomar y el
gobierno, después de poner bajo fuego las comunicaciones de la Ciudad
Universitaria, decidió no insistir en la táctica de baño de sangre de la última guerra y optó por un intento posterior, tal vez un movimiento
envolvente en lugar de un ataque directo.
El problema actual de esta guerra es no desgastar y no acabar con
las tropas mejor entrenadas mientras se preparan otras nuevas para una guerra
de movimiento, la cual es fácil de preparar sobre papel pero imposible de
llevar a cabo hasta que las nuevas tropas estén lo bastante entrenadas mediante
acciones de combate experimentales, a fin de que puedan coordinarse con el plan
general y con tanques, aviación y artillería. Mientras el gobierno conserve la
meseta castellana central, moviéndose desde el centro de un círculo, puede
repeler ataques o atacar al igual que desde el eje de una rueda. Esto
significa que los ataques de Franco contra frentes aislados, lejos de Madrid,
siempre podrán ser anulados por el gobierno, pasando a la ofensiva desde el
centro de la rueda y desviando tropas del distante objetivo de Franco.
Este corresponsal vio la aplicación de este principio cuando las
mejores tropas gubernamentales que luchaban en el frente del Pardo a las seis
de la mañana del día del ataque italiano a Guadalajara, fueron capaces de
abandonar las líneas y luchar contra los italianos aquella tarde en
Guadalajara, a ochenta kilómetros de distancia; y el hospital de campaña gubernamental del Pardo fue instalado aquella
misma tarde en Guadalajara y atendió a 450 heridos aquella misma noche.
Según buenas fuentes, los italianos que están ahora con los
rebeldes son distribuidos en brigadas mixtas junto con las tropas de Franco y
ya no se les confían más acciones independientes. Las brigadas se refuerzan con
unidades de la Guardia Civil, que corresponde a sus antiguos carabinieri, los
cuales actuaron como policía militar en la última guerra para evitar
deserciones o una retirada demasiado precipitada. Sin embargo, este período de
calma, dejando aparte el martirio de Madrid, se atribuye aquí a la necesidad de Franco de encontrar una nueva
táctica ofensiva desde el fracaso admitido de la rápida táctica motorizada
italiana.
Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil española (1937-1938)
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