Vencida Francia, ocupada una gran parte de su territorio a partir dé la
ofensiva de mayo-junio de 1940, quedaba la ficción de la llamada «zona libre» que
comprendía, sobre todo, el mediodía francés, excluida la banda que, a lo largo
de la Aquitania, condujo a los ocupantes hasta la frontera franco-española de
Hendaya. En esta zona, la Policía germana intervenía, casi siempre, a través de
la organización administrativa dirigida por el gobierno instalado en Vichy,
presidido por el mariscal Petain, en torno al cual los «colaboracionistas» iban
adquiriendo puestos de mando y extendiendo su influencia política. Cuando los
agentes de la Gestapo hacían acto de presencia en algún lugar «libre», ello
significaba que la situación se agravaba y que la naciente Resistencia adquiría
proporciones inquietantes.
La caza al hombre—que hemos conocido muy de cerca en la «ciudad rosa»,
Toulouse— era obra de alemanes, de milicianos de Darnand y de algunos otros
agentes extranjeros que tenían para actuar en tierra extraña el beneplácito de
la Gestapo. No obstante, la situación, las posibilidades de movimientos, eran
mejores que en la zona ocupada, gracias a lo cual pudieron crearse,
organizarse, desarrollarse grupos de la oposición activa, como «Combat»,
«France d'abord», «Libération» y otros, entre los cuales queremos destacar
—porque los historiadores del país vecino se olvidan muchas veces de citarla—
la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que agrupó a muchos miles de
compatriotas exiliados. Estos grupos lograron traer en jaque y, en ocasiones,
enfrentarse en grandes batallas (Vercors, Gliéres, etc.) con la potencia
Wehrmacht. Por lo que respecta a los españoles, grupos, compañías, batallones,
brigadas y divisiones participaron en los combates de la Resistencia y en los
de la Liberación en más de los dos tercios del territorio metropolitano.
En estas condiciones tan especiales de peligro, el comandante Rigal, poco
antes de ser detenido por la Gestapo, en el verano de 1942, conoció en Toulouse
a un miembro del grupo «Combat» llamado Jean Capel, con el que coincide en
cuanto a la forma de actuar y de organizarse. Capel será más conocido a lo
largo de este relato con el nombre de «comandante Barreau» (muchos autores
escriben: «Barrot»; nosotros preferimos «Barreau», ateniéndonos al Orden del
Día firmado por el general 0lleris y que reproducimos más adelante).
Barreau recibe en su domicilio de la calle Caraman a amigos de absoluta
confianza, organiza algunas acciones poco espectaculares pero eficaces, prepara
falsos documentos de identidad para personas perseguidas —judíos en
particular—, crea un centro de información y una oficina de reclutamiento. Los
primeros reclutados fueron su esposa, su suegra, su cuñado. Al poco tiempo
recibe la visita del alcalde de un pueblecillo cercano a la capital del
Languedoc, Auriac, que pone a disposición del jefe del grupo una propiedad, un
«chateau», en el que, de su propia iniciativa, esconde ya a judíos y
resistentes perseguidos. Apenas establecido este contacto, los alemanes ocupan
la totalidad de Francia, terminando con la ficción de las dos zonas, lo que
hace pensar a Barreau y a sus amigos que ya había pasado la hora de la
propaganda y de las acciones secundarias; que había llegado el momento de
organizar un maquis. Para ello era necesario organizar una escuela de cuadros
y, al frente de ella, pone a un ex sargento de Caballería que había hecho su
servicio militar en Tarbes, Christian Roque Maurel. El 25 de mayo de 1943 se
organiza un primer campo en los alrededores de Villefranche de Rouergue
(Aveyron), en el caserío de Estibi, a 15 kilómetros del pueblo. Los primeros
componentes de este maquis son 16 estudiantes, sin armas ni equipos, vestidos
con pantalones cortos y dedicando la mayor parte de su tiempo a la práctica de
la cultura física, al estudio teórico de los reglamentos militares.
Cuando se trató de bautizar al grupo, alguien propuso y los demás aceptaron
entusiasmados, que fuera llamado «Bir-Hakeim», en recuerdo del principal hecho
de armas en que habían intervenido los «franceses libres en el desierto de
Libia. Así, simplemente, sin ceremonial, nació el maquis que habría de vivir
una vida intensa y errante, antes de comportarse heroicamente en La Parade, en
compañía de nuestros compatriotas emigrados, la mayor parte de los cuales
cayeron muertos, con las armas en la mano, en el sitio que es hoy lugar de
peregrinación.
Este maquis no fue reconocido oficialmente, «homologado» para emplear el
lenguaje de la época, por los servicios de la «Armée Secrete», por lo cual tuvo
que arreglárselas como pudo para procurarse armas, municiones, abastecimientos
diversos; un sacerdote, Fauveau, les regaló una radio («un aparato de TSF», se
decía entonces). De esta manera marginal estuvieron los voluntarios hasta que,
el 2 de junio de 1943, el teniente coronel Sarda de Caumont («Pagnol»,
«Rosette» en la Resistencia), jefe de los maquis R4 (cuarta región) reconoce,
por fin, la organización en marcha y toma en mano la dirección de la escuela de
cuadros. Barreau recibe una primera subvención de 25.000 francos. Algunos
golpes de mano permiten al grupo la recuperación de 70 mosquetones y 7.000
cartuchos con los que armar a los 35 «maquisards» en julio.
Pero el 25 de agosto los alemanes instalan una formación SS en
Villefranche, obligando a Barreau a evacuar sus tropas en dirección del
departamento cercano del Hérault, sobre la meseta de Douch, cerca de Béradieux,
donde recibe un segundo contingente de voluntarios a los que se puede encuadrar
fácilmente gracias a los buenos resultados de la escuela guerrillera. Al margen
del «Bir-Hakeim», los amigos y familiares de Barreau crean en Toulouse un grupo
franco, especializado en los golpes de mano, que se reunía en una sala del
Museo de Historia Natural, disimulando su armamento entre las tumbas y que
depositaba el producto de sus acciones de «recuperación» en un local prestado
por... los servicios municipales de limpieza. Este trabajo permitió dotar al
maquis de automóviles, camiones y otros medios de transporte, gasolina y piezas
de recambio. El golpe de mano que logró dar mejores resultados fue el que dio
el grupo en la Montaña Negra, en un campo de jóvenes («chantiers de jeunesse»),
donde los resistentes se apoderaron de dos toneladas de equipos y víveres,
calzado, mantas, conservas, etc. Ya el «BirHakeim» había adquirido personalidad
destacada entre los grupos resistentes del sector y ahogada autonomía.
Pero esta actividad, esta combatividad, esta notoriedad, terminarían por
atraer la atención de los alemanes. El 10 de septiembre, a las seis y media de
la mañana, cuando una espesa niebla cubría aún la meseta, se oyeron tiros a
corta distancia. Una columna de la Wehrmacht, compuesta de 400 hombres, había
cercado el campamento sin que los centinelas se apercibieran de la operación.
Inmediatamente, los muchachos de Barreau toman posición y obligan al enemigo a
detenerse y, luego, a retroceder. Mas los asaltantes reanudan el asalto, tiran
con sus armas automáticas, morteros y cañones ligeros. Estaban rabiosos, pues
en el primer asalto habían perdido a varios soldados y un capitán. Después de
una hora de combates encarnizados, el jefe del maquis se da cuenta que el cerco
es incompleto. Más tarde se supo que los alemanes que debían guarnecer el
flanco norte se habían perdido en la bruma, llegando a la cita con dos horas de
retraso. De esta manera, los «maquisards» habían desaparecido cuando el grueso
de la tropa ocupó la meseta. La pequeña tropa llegó, extenuada y medio
desvestida, a una aldehuela casi en ruinas, Saint Pierre le Cat, donde, en
contra de la voluntad de sus habitantes, logró encontrar viejos trajes y algunos
víveres. Para conseguir el consentimiento, fue necesario amenazar con quemar
las viviendas (lo que prueba que, por aquel entonces, los que no sufrían
directamente de la presencia alemana, aun sin tener ninguna simpatía por los
ocupantes, no se comportaban bien con los resistentes).
Se hizo el recuento: de los 47 resistentes, dos habían quedado sobre el
terreno y cuatro fueron hechos prisioneros, fusilados dos meses después en
Toulouse. Los asaltantes habían tenido ocho muertos y doce heridos, según se
pudo averiguar. Un enlace fue a la ciudad, visitó el cuartel general y, una vez
informado éste de lo sucedido, se decidió que los jóvenes fueran a la propiedad
de Auriac, que había sido ofrecida mucho antes por el alcalde de esta
localidad; otros se escondieron en Toulouse. Era necesario un tiempo de espera
para estudiar las posibilidades de nuevos emplazamientos.
En los Bajos Pirineos, las autoridades de Vichy habían instalado unos
campos para la juventud, algunos de ellos evacuados por estar cerca de la línea
de demarcación. Barreau estudió el emplazamiento del que había existido en la
meseta de Benou, cerca de Eaux-Bonnes, y decide la instalación de los
refractarios. En la noche del 11 al 12 de octubre, el grupo especial, en un
golpe de mano audaz sobre el depósito de los campamentos establecido en el
«chateau» de Lespinet, cerca de Toulouse, logró apoderarse de siete toneladas
de jerseis, pantalones, sacos tiroleses, calzado, conservas, un automóvil y una
camioneta. Así se instaló el nuevo campamento.
LA CAZA AL HOMBRE
Mientras tanto, los servicios policíacos nazis lograron conocer los nombres
y domicilios de los dirigentes de este grupo, que no conseguían desarticular ni
destruir. Sin embargo, a pesar de las pesquisas, visitas domiciliarias y detenciones
de rehenes, los principales interesados no pudieron ser detenidos y fueron a
esconderse al «chateau» de Auriac. En esta situación difícil, Barrean establece
nuevas relaciones y tiene frecuentes entrevistas con los dirigentes militares,
en particular con «Rosette». Las discusiones, a propósito de la actuación de
los grupos armados y de su organización, enfrentan a los dos hombres. Muy a
menudo no están de acuerdo ni sobre el presente ni sobre el porvenir de la
Francia liberada.
El superior jerárquico, por ser su amigo, propone a Barreau:
—Le voy a poner en relación con «Rebatet» (Cheval), responsable de la
Región 3 y le voy a destacar con él. ¿Qué le parece?
Barreau acepta la proposición y el maquis «Bir-Hakeim» pasa a depender, en
octubre de 1943, de la región de Montpellier. En esta ciudad establece su
Estado Mayor en compañía de Mallet y de Coucy. En el 4 de la calle Marechal, se
abre un centro de reclutamiento, una vez establecidos los contactos con el jefe
regional de la «Armée Secrete» Pavelet («Villars»). Inmediatamente, como en
Toulouse, se organiza un cuerpo franco para operar en la región del Hérault,
mandado por Mallet, a quien los guerrilleros llaman «el toubib».
Barreau soñaba con organizar una fuerte concentración de voluntarios.
Cuando recorrió la región de Clermont l'Hérault se quedó atónito: donde
esperaba hallar grupos fragmentados, descubrió una verdadera falange de jóvenes
patriotas ardientes y deseosos de combatir bajo sus órdenes. La integración de
estas tropas aguerridas y con elevada moral en el «Bir-Hakeim» fue el
acontecimiento principal de su historial: aumentó su prestigio y multiplicó sus
posibilidades de acción. Fue gracias a esta potencia que, incluso después de la
tragedia de La Parade, de la que hablaremos más adelante, el maquis logró
renacer de sus cenizas y triunfar.
En diciembre, ya reunidas las fuerzas hasta entonces dispersas, canalizadas
las iniciativas personales del comandante Barreau y del capitán Demarnes, el
«Bir-Hakeim» tiene: en Montpellier, el Estado Mayor más el cuerpo franco de
Mallet; en Toulouse, un cuerpo franco mandado por Darrénougué; en Clermont
l'Hérault, el grupo de combate venido de Benou, más el maquis-escuela. Al salir
de una reunión celebrada en Toulouse, a la que asistían Barreau, Uziel («Viví
») y Coucy, estos dos últimos fueron detenidos —un delator que les conocía
comunicó su presencia al inspector de policía Puchot, especialista de la lucha
antiguerrilla urbana—, pero Barreau logró escaparse. Coucy fue internado unos
días en la Intendencia de la Policía de Montpellier, y Barreau, al frente de un
grupo de «maquisards» intentó, en vano, liberarle. Más tarde, trasladado a la
Central de Eysses (véase nuestro artículo precedente) fue a parar al campo.de
exterminio de Dachau, luego a Mathausen, de donde regresó a la Liberación en un
estado de salud lamentable.
Barreau se reincorpora al maquis de Clermont. La fisonomía de la región
aparecía como un lugar ideal para servir de base a operaciones futuras: cerca
del litoral, donde se podía ayudar a un posible desembarco aliado;
posibilidades de dispersión rápida en caso de peligro por estar a caballo entre
el valle y la montaña. De allí partieron la mayoría de las expediciones de
«recuperación» de armamento, municiones, abastecimientos y otros materiales que
les enviaban otras formaciones clandestinas. El grupo de combate de Clermont
llegaba de refuerzo cuando un «grupo-maquis» era atacado; el «grupo-maquis»
suministraba hombres al «grupo-combate» cuando se realizaba un golpe de mano de
difícil ejecución. De vez en cuando, los de la llanura subían al monte para
descansar, para hacerse «olvidar» por los perseguidores al acecho, y volvían a
bajar descansados, en busca de nuevas aventuras.
Un día advirtieron a Barreau que su escuela de Benou estaba en peligro y
dio a ésta orden de repliegue. La nueva concentración de efectivos coincidía
con la decisión del jefe regional de reunir a los grupos desperdigados y
almacenar los víveres necesarios para un largo período y mucha gente. Al
entregar la suma de cien mil francos al encargado de realizar el proyecto, le
dijo:
—Pronto les enviaremos una formación constituida ya para instruir a los
nuevos reclutas. El grupo viene armado.
Se trataba del «Bir-Hakeim».
La preparación de este nuevo campo de acogida fue minuciosamente estudiada.
Si los comerciantes de los alrededores se comprometieron a suministrar víveres,
muchos fueron los responsables locales que estimaron que no se podía establecer
un maquis tan cerca de la carretera general y de una villa con una importante
guarnición alemana. Tras numerosas visitas a los lugares mejor adaptados para
los emplazamientos, se eligió Terris (Gard) en noviembre de 1943. El 2 de
diciembre llegó el primer equipo, compuesto de 13 hombres. A partir de entonces
empiezan las incorporaciones de refractarios al trabajo obligatorio en
Alemania, venidos de los departamentos del Gard, Ardeche y Vaucluse, obreros e
intelectuales. El maquis cuenta ya con más de sesenta voluntarios y, después de
algunos golpes de mano, posee el armamento necesario para hacer frente al
enemigo, en la defensa o en el ataque. No faltan responsables que acusan de
coquetería a los «maquisards» porque éstos parecen provocar a los alemanes,
recorriendo con sus vehículos las carreteras, en pleno día, a toda velocidad,
pasando por delante de la estación del ferrocarril y del Hotel de Europa, donde
están alojados los jefes germanos.
Dos veces los ocupantes les persiguen, pero, a fuerza de audacia—o de
inconsciencia— logran los hombres del «Bir-Hakeim» escapar sanos y salvos.
Barreau tiene apreciaciones discordantes a las de Jean Serbe (verdadero
nombre: Jean Todorov, otro héroe del maquis). Esta falta de unidad de criterio
en el mando perjudica al conjunto del movimiento guerrillero regional. Los
alemanes, al atacar a los «maquisards» harían olvidar las disidencias y luchas
intestinas y alejar los enfrentamientos estériles.
EL ATAQUE DEL 26 DE FEBRERO DE 1944
En el «mas» de Serret, los «maquisards» habían almacenado importantes
reservas en víveres, armamento, municiones, materiales diversos y gasolina. El
sábado 26 de febrero, Mallet recibe la orden de Barreau de reunirse en este
lugar por temor a un ataque enemigo. La víspera, una patrulla de resistentes
había visto no lejos de allí a un grupo de siete vehículos alemanes. Los
jóvenes, en lugar de esconderse y vigilar los movimientos de los soldados,
abrieron el fuego matando, en el coche que iba a la cabeza de la expedición, a
un comandante y tres oficiales. El resto del convoy dio media vuelta. Y, al día
siguiente, llegó un contingente de SS de la Novena Panzerdivisión Hohenstaufen;
el Estado Mayor alemán estaba decidido a terminar con las bandas de
refractarios que les acuciaban con sus emboscadas.
El 26, pues, a las ocho de la mañana, una columna de cuatrocientos
soldados, con autos, camiones y cañones ligeros, atraviesan el pueblecillo de
La Bastide de Virac en dirección de Serret. Gendarmes y milicianos franceses
forman parte de las fuerzas represivas. Las avanzadillas del maquis dan la
alerta, tiran; los alemanes responden con un fuego nutrido. Los dos primeros
caídos fueron dos españoles: los hermanos Navarro, que llegaban con un camión
de abastecimiento y se encuentran en medio del tiroteo. Los «maquisards», que
mantuvieron a raya a los asaltantes, sienten que van a ser cercados y deciden
retirarse. El «Bir-Hakeim» perdió en esta operación a un sólo hombre, «el
Abuelo», que se sacrificó para que los demás se pusieran a salvo. Los
asaltantes tuvieron veinte muertos y treinta heridos.
Cincuenta combatientes deciden establecerse en La Silvadiére y otros quince
se quedan en los parajes cerca de Serret. Los alemanes, furiosos, logran cercar
dos propiedades: Plagnol y Roche, entran a saco en ellas, lanzando granadas en
el interior, se apoderan del dinero y joyas que había en los armarios, detienen
y se llevan a los propietarios, mientras que los hombres de La Silvadiére
soportan un nuevo ataque alemán.
Este mismo día reservaba otras sorpresas a los resistentes. Algunos
vehículos caen en unas emboscadas, otros se encuentran inopinadamente con
barreras instaladas por las tropas adversas a la entrada de Saint-Hippolyte du
Fort y en algunas de sus calles estrechas. Hubo muchos muertos y algunos
heridos, más un puñado de prisioneros. El alcalde afirmó que eran vecinos del
pueblo, por lo que evitó las represalias anunciadas. Continuó la caza al hombre
con mayor saña. Varios heridos fueron conducidos por sus camaradas al hospital,
donde, a pesar de la oposición de los médicos, fueron asesinados allí mismo por
los SS.
Conviene destacar un hecho, anecdótico si se quiere, pero significativo: la
formación SS que actuó en Saint-Hippolyte estaba compuesta de cuadros alemanes
y de soldados de diversas nacionalidades: checos, italianos, franceses y
españoles. Una vez más, como sucedió en otros frentes de Europa y en la Unión
Soviética, compatriotas nuestros se batieron los unos contra los otros, quien
vestido con el uniforme negro y la calavera, -quien con la pelliza del
guerrillero.
El primero de marzo, detención de seudorresistentes en las calles de la
villa, que serviría de pretexto para preparar, en gran secreto, una gran
operación en el este y el noroeste del Gard, donde había varios grupos de la
Resistencia más el «Bir-Hakeim». Las operaciones empezaron el día 6 y se
extendieron hasta el mes de abril; los alemanes vinieron cinco veces a los
emplazamientos de los hombres de Barreau. Luego, durante un período de
reagrupamiento y de reorganización, fue la paz relativa.
Del conjunto de estas operaciones existen documentos abrumadores, en
particular para los ocupantes. El jefe de la brigada de Gendarmería de Pont
Saint-Esprit, el ayudante Chambon, habla de docenas de detenidos contra los que
no pesaba ninguna acusación. Dos habitantes del pueblo denunciaron a otros,
acusándoles de «burgueses gaullistas». Al final, gracias a los chivatos
locales, que querían arreglar cuentas con otros conciudadanos por alemanes
interpuestos, éstos lograron detener a amigos del maquis que servían de enlace
o suministraban informaciones.
LA TRAGEDIA DE LA PARADE
Es hora ya de hablar de los guerrilleros españoles y de su espectacular
participación en los combates contra el ocupante. A mediados de 1942 fueron
reclutados los primeros voluntarios que se instalaron en los bosques frondosos
del departamento de Lozére. La mayoría venía de la cuenca minera de la Grand
Combe y de Alés (Gard), de donde salieron guerrilleros tan famosos como
Cristino García, más tarde fusilado en España por tentativa de creación de
grupos armados. Hasta finales de 1943, la Quince Brigada de la Tercera División
de la Agrupación de Guerrilleros españoles fue mandada por García Acevedo.
Cuando éste pasó a mandar la Primera División (Gers, Altos Pirineos, Bajos
Pirineos) fue sustituido en el cargo por Miguel López. La Brigada disponía de
abundante dinamita, que se extraía de las minas del Gard. No es ésta la ocasión
de citar el número y la importancia de las acciones realizadas desde su
creación, sobre todo los sabotajes en fábricas y minas. Como los españoles,
aunque gozaban de total autonomía en las filas de la Resistencia, trabajaban en
contacto con los maquis franceses (en los que había, igualmente, muchos
compatriotas), era natural que el «Bir-Hakeim» solicitara la ayuda de los
hombres de López para ayudar a recoger los envíos de armas que llegaban por
avión y serían largados en el lugar conocido por el nombre de La Parade, un
prado en las alturas, en torno al cual abundaban los árboles. Esta recuperación
resultaría trágica como vamos a ver.
Los alemanes habían sido advertidos del «parachutage» proyectado. En las
cercanías de la meseta pelada concentraron hombres y material abundantes. Pero
los resistentes se apercibieron demasiado tarde de la presencia enemiga. Los hechos
ocurrieron el 28 de mayo de 1944. El destacamento español formó una línea de
protección para cubrir la pista y colocó algunos centinelas para evitar la
sorpresa posible.
Y la sorpresa tuvo lugar, sin embargo. El ataque alemán se inició por los
cuatro costados. Los «maquisards», pasada la primera sorpresa, resistieron
heroicamente. En los primeros combates cayó el comandante Barreau.
Inmediatamente toma la dirección de las operaciones Miguel Lopez, que continuó
la resistencia aun cuando parecía que todo estaba perdido para la tropa
gaullista. Replegándose llegaron hasta una casa, donde se refugiaron los
supervivientes de la encerrona. Desde ella, economizando cuanto era posible las
municiones, hicieron muchas bajas entre los asaltantes, lo que enfurecía aún
más a éstos. Después de varias horas de lucha, los alemanes dieron el asalto y
lograron ocupar las posiciones que los franceses y españoles aún en vida
defendían hasta haber terminado las municiones. Los guerrilleros hechos
prisioneros estaban todos heridos, entre ellos, gravemente, López. Los
alemanes, sin hacerles una cura de urgencia (¿para qué, si los pensaban
matar?), les condujeron a Mende, donde pensaban interrogarles. Todos ellos
fueron torturados y algunos murieron a causa de las torturas. Al no conseguir
informaciones interesantes, les metieron en un camión para conducirles hasta
Baradoux, donde serían fusilados. Mientras se formaba el pelotón de ejecución,
Miguel López, debilitado por la pérdida de sangre, casi paralizado por la
tortura, hizo un último esfuerzo para escaparse, cayendo, a los pocos metros,
acribillado a balazos. En Baradoux cayeron, además de López, los guerrilleros
Manuel Suárez, Eloy Montes, Manuel Sánchez, Manuel Garrido, Gabriel Asensio,
Felipe Casal y Manuel Carrasco. En los lugares en que hubieron de batirse
cayeron para siempre, además de los franceses del maquis, nuestros compatriotas
Enrique Oliva, Manuel Mejías, Remigio Hons, José García, José Camarasa, Agustín
Fuentes, Celestino Cuesta, Manuel Cuenca, Marcos Amador, Mariano Cales, José
Fernández, Carlos Gallego, Aquilino García, Gilberto Teruel y Joaquín Olmos.
Joaquín Olmos, Aquilino García y Manuel Carrasco, veteranos ya de las luchas
guerrilleras en Francia, habían participado en el asalto a la cárcel de Nimes.
El golpe fue rudo para los muchachos del «Bir-Hakeim» como para los de la
Brigada española. Pero ésta reclutó nuevos elementos y actuó brillantemente en
los sucesivos combates que terminarían con la liberación de la región. Otros
compatriotas dejaron allí sus vidas: el capitán José Simó, Félix Aguado,
Antonio Carrasco y Pedro Sánchez. Hubo también catorce heridos. No quisiéramos
terminar esta crónica sin citar el ejemplo de coraje dado por José 0lloza,
autor o coautor de varios sabotajes, detenido por la Gestapo, conducido a Mende
y de allí a Montpellier. Después de haber sufrido lo indecible, sin que
denunciara a ninguno de sus camaradas, logró escaparse e incorporarse a su
Brigada. Habiendo tomado parte en los combates de la Liberación fue, como otros
más, condecorado con la cruz de guerra. De estas gestas españolas en tierras
extrañas quedan, entre otros, el monumento elevado a su memoria en La Parade,
sobre el cual están cincelados los nombres de los caídos.
Alberto Fernández
Tiempo de Historia nº 12, noviembre 1975
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