El miliciano Pedro Salas, rodeado de un grupo de camaradas (Foto: Vicente López Videa/Mundo Gráfico) |
"Cuando
entremos en Burgos nos afeitaremos".—Espíritu de disciplina y obediencia,
una compenetración absoluta y un ansia de combatir y de ser siempre los primeros
en la línea de fuego.
Hay
una característica común a todos los milicianos con quienes hemos hablado: la
modestia. Deliberadamente, hemos ido eligiendo para estas informaciones a un
soldado popular de cada una de las agrupaciones proletarias y republicanas que
luchan en los distintos frentes.Y todos, como obedeciendo a una consigna
—¡magnífica consigna de disciplina y de serenidad!—, contestan a nuestras
preguntas, eludiendo en sus respuestas la parte que pudiera parecer vanidad
personal. Con la misma serenidad con que se juegan la vida frente al enemigo
—en ejemplo magnífico de arrojo y de valor—, hablan de sus hechos de armas,
restándole importancia a su actuación heroica, a esa decisión arrolladora de
vencer, que es, desde el primer día de actuación, la característica de los
milicianos. Cuando el periodista trata de inquirir el dato personal, el gesto
individual de heroísmo,el miliciano responde siempre
generalizando, pidiendo para todos sus camaradas, desde los soldados a los
jefes, el laurel. Cuando se escriba la historia de estos días agitados que
estamos viviendo, habrá que encerrar el perfil de los soldados populares dentro
de estos cuatro puntos cardinales: serenidad, heroismo, disciplina y modestia.
Cuatro manifestaciones distintas de un sólo exponente: su amor a la República y
a la libertad.
*
El
camarada Pedro Salas Esmerado, militante de la C.N.T., es un buen ejemplo de lo
expuesto anteriormente. No quiere hablar de su actuación en Toledo y en los
frentes de la Sierra, donde viene luchando desde el primer día. Prefiere
hacerlo de un modo general, hablando de las Milicias y de los jefes. Y no hay
más remedio que seguirle en su deseo, porque de otro modo no hablaría.
Pedro
Salas, a quien hemos podido interrogar en un paréntesis de la lucha que ha
aprovechado para pasar en Madrid breves horas, está, cuando le interrogamos,
rodeado de camaradas. Entre ellos, Augusto Pardo, otro militante de la C.N.T.,
un hombre sagaz, de espíritu fino, que está prestando muy buenos servicios a la
causa del pueblo. Salas lleva una barba de muchos días, que es un buen punto de
partida para el comentario jocoso de sus camaradas.
—Es
una promesa, ¿sabe usted?—nos dice, acariciándose la barbechera del rostro—. El
capitán Galán ha prometido no afeitarse hasta el día que entremos en Burgos. Y
muchos milicianos de su columna nos hemos dejado la barba. Es un poco molesta;
pero estoy seguro de que la vamos a tener poco tiempo.
Salas
habla del capitán Galán con verdadera veneración. Y me dice:
—Es
un soldado más entre nosotros. Y un prodigio de resistencia, de serenidad, de
heroísmo y de fervor por nuestra causa. A su lado se lucha hasta la muerte, sin
reparar en el peligro, porque él es el primero en dar ejemplo. ¡Y si viera
usted cómo trata a sus soldados! Para nosotros es no sólo un camarada,
sino un padre.
Se
habla de la situación actual de Toledo, y Salas, que contribuyó a su conquista
en los primeros días, comenta;
—Allí
ya no hay nada que hacer. Esa resistencia en el Alcázar del último foco de los
sublevados desaparecerá rápidamente. A los dos días de estar nosotros en
Toledo, cuando ya se habían encerrado los insurgentes en el Alcázar, nos
convencimos de que, fatalmente, por su propio agotamiento, los rebeldes estaban
condenados inexorablemente a la rendición. Y nos fuimos a la Sierra, donde
había más cosas que hacer, donde se podía luchar hasta borrar del mapa a los
enemigos.
Hablamos
de los peligros del frente, del riesgo de las primeras líneas de fuego, y el
camarada Salas tiene un comentario humorístico.
—¡Bah!
A todo se acostumbra uno, a pesar de que para esa lluvia no hay paraguas.
Y
luego, seriamente, desvía la intención personal del tema:
—Lo
interesante es que los soldados y milicianos estén bien atendidos. Y lo están.
Yo estoy destinado como suministrador en el Economato, y se lo puedo asegurar.
He aguantado muchas balas del enemigo, porque parece que ya tiene «calado» al
camión de víveres; pero es lo mismo. El camión llega siempre hasta las primeras
líneas, pase lo que pase, para que estén bien atendidos los camaradas. Como
prueba de este deseo, conseguido plenamente, tiene usted este ejemplo:
todos los ranchos calientes que se reparten a la tropa—siempre en la mayor
cantidad posible—llegan hasta las mismas avanzadas. Igual ocurre con el café
que se reparte por las mañanas.
Seguimos
hablando del frente:
—Allí
—nos dice Salas— hay un espíritu de disciplina y de obediencia realmente
magníficos. Y una compenetración absoluta, y un ansia de combatir y de ser
siempre los primeros en la línea de fuego, que es lo que nos lleva siempre a la
consecución de cuantos objetivos se propone el mando.
Una
pausa. Y este elogio:
—Se
han recibido en el frente donativos de Izquierda Republicana, enviados por
Victoria Kent, que se desvela por el bienestar de los milicianos. ¡Qué mujer
más admirable es Victoria Kent!
Una
última pregunta mía:
—¿Cuál
es la situación del enemigo en la Sierra?
—De
fracaso y desconcierto ante el ímpetu de nuestros hombres. El enemigo está
agotado, vacilante. Le vemos; pero a cada hora que pasa da una mayor sensación
de agotamiento.
Pedro
Salas, envuelto en la marea de camaradas, se aleja camino del domicilio social
de la C.N.T. Al marchar levanta el puño en despedida:
—¡Salud!
—¡Salud!
Mundo
Gráfico, 19 de agosto de 1936
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