Convento
que se llamó de las Pastoras, en Chamberí, casi inmediato al pulmón
popular de la Glorieta de Cuatro Caminos. Un caserón ni muy antiguo ni muy
moderno, con cierto aire recoleto y provinciano. El patio conventual, con sus
arcadas, sus galerías y sus arriates, parece el de una casona de Sevilla. Y al
fondo de la mansión, el jardín umbroso, fresco, abierto entre un cuadrilátero
de galerías con balcones y rejas.
En
una vasta sala, llena de alegría solar, entonan su canción de ritmo monótono
hasta cincuenta máquinas de coser. Parlas y risas femeninas decoran como
estribillo la canción mecánica. Cincuenta muchachas trabajan con esa animación
juvenil que hace alegre y provechoso el esfuerzo. Modistas y sastras, espuma de
juventud; las que decoran con su gracia única, en escuadrones volantes, las
aceras madrileñas dos veces al día entre un revuelo de piropos y risas.
¿Ha
empezado la temporada de costura? Ciertamente, por estos días, las madames más
o menos auténticas habían regresado ya de sus compras parisinas, y los modistos
afamados lanzaban sus primeras reclames en los periódicos y empezaban a
recibirse en los grandes almacenes los tejidos que la fantaisia de los
dibujantes lanzaban como nuevas modas.
Todas
estas muchachas empezaban a ir al taller de madame o a recluirse en los más
modestos «cuartos de labor» de las modistas de la clase media.
La
labor que ahora hacen todas estas muchachas es bien distinta. Por los tableros
de sus máquinas no se deslizan, al ritmo de la Singer, telas costosas, sedas y
crespones, pañetes delicados, lanas fonjes y ricas. Sus manos pulidas, de uñas
esmaltadas; sus manos habituadas a las delicadezas de las toilettes lujosas,
manejan gruesos tejidos de colores apagados, cosen piezas innúmeras de tela
azul uniforme y proletaria.
La
madame no pasea entre las máquinas su prestancia vanidosa, dura y exigente, que
se desquita en el taller de las zalemas y adulaciones que prodigó en la «sala
de pruebas» a las clientas ricas.
Rige
este taller luminoso, alegre, lleno de risas y canciones en flor, una
muchachita menuda y morena, viva e inteligente. Es casi una niña, y tiene
dinamismo y energía de verdadera autoridad. Se llama Isabel López, y es la
secretaria femenina del Radio 9 de las Juventudes Socialistas Unificadas.
Ella
ha organizado, en lo que fue convento, este taller colectivo, donde ciento
veinte muchachas trabajan haciendo cazadoras de abrigo, «monos», camisas y
jerseys para los combatientes del pueblo.
—Todas
estas compañeras —me dice— están trabajando aquí voluntaria y
desinteresadamente. Bastó un solo llamamiento de las Juventudes para traerlas.
Algunas estaban colocadas y tenían labor retribuida en otros talleres, y la han
dejado para venir a trabajar gratis.
Nos
cuenta Isabel López cómo en pocas horas se organizó el taller:
—Las
primeras veinte máquinas las dio la Casa Singer. Las demás han ido viniendo
como fruto de las requisas hechas por las Juventudes. En Abastecimientos los
surten de telas para los uniformes y camisas, y de lanas, para los jerseys.
—¿Cómo
está organizado el trabajo?
—Por
el sistema stajanovista. Cada compañera, con una o dos ayudantas, trabaja en
una máquina. Controlamos el rendimiento de cada máquina, que ya está calculado
en cada jornada, y luego, colectivamente, el del taller, que ha de alcanzar una
cifra de producción prevista.
—¿Cuál
es la producción actual?
—Somos
hasta ahora ciento veinte compañeras, divididas en tres Secciones. No hace más
que una semana que estamos trabajando, y ya conseguimos hacer diariamente unas
setenta cazadoras, otros tantos «monos» y camisas; los jerseys, naturalmente,
por ser labor más minuciosa, se hacen en menor cantidad.
—¿Usted
está al frente de los tres talleres?
—Tengo
como ayudantas dos delegadas; Mercedes del Hierro y Valentina Pérez. Esta es
una gran luchadora. Ha estado en los frentes de la Sierra como enfermera;
luego, en Talavera, en las cocinas de campaña y llevando víveres a las líneas
de fuego.
—
¿Son todas madrileñas, chamberileras, estas muchachas?
—En
su mayor parte, están afiliadas a nuestro Radio de Chamberí. Pero hay varias
asturianas, a las que los sucesos sorprendieron en Barcelona. Habían ido
formando parte de las Agrupaciones de folklore que iban a actuar en la
Olimpíada Popular, y se han quedado aquí.
Interrumpe
Isabel sus explicaciones. Los preparativos del fotógrafo han producido cierto
revuelo en el taller. El enjambre femenino se alborota, risueño, preocupado con
la pose ante el objetivo. Isabel, con acento enérgico, clama:
—¡A
trabajar! ¡La labor no debe interrumpirse ni por hacer fotografías ni por nada!
Instantáneamente
el alegre tumulto cesa. Ni una protesta, ni una murmuración. Vuelven a trepidar
las máquinas.
—Veo
que hay disciplina—insinúo.
Isabel
López me contesta con gravedad:
—Naturalmente;
como la tiene toda la juventud en estos instantes. Precisamente porque nada, ni
siquiera el interés del jornal nos obliga, tenemos derecho a exigirnos a
nosotras mismas el máximo esfuerzo.
Un
cortador se acerca a hacerle una consulta, y la secretaria la resuelve
rápidamente. Se intensifica el ritmo mecánico de la canción laboriosa. Isabel
López, satisfecha, toma unas notas en su bloc. El enjambre humano trabaja.
Alegría creadora del entusiasmo, que no se cansa, que no ve en el trabajo un castigo,
sino una liberación. ¡Salud, camaradas!
Juan
Ferragut
Mundo
Gráfico, 30 de septiembre de 1936
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