En la gesta magnífica que el pueblo español
desarrolla para la defensa de sus libertades, no podía faltar el concurso de
los toreros.
Idolos populares auténticos, forjados por
la admiración y el entusiasmo de las multitudes, los toreros son carne y alma
del pueblo. Nacen de la cantera popular, y casi siempre de sus capas más
humildes estos mozos que deslumbran por una noble ambición de gloria se juegan
gallardamente su vida por el triunfo. La razón principal del éxito de los
toreros, su pervivencia como figuras de excepción en la vida española, está en
su honda raigambre popular. El pueblo les tiene por suyos, y se satisface con
sus triunfos porque los considera propios. Muchachos nacidos del más puro
venero popular, en el anónimo de la gente que trabaja y sufre, hambrienta de
todo, de pan y de justicia, el torero es para el pueblo un tipo heroico surgido
de sus propias entrañas que logra, a costa de sangre, redimirse de la miseria y
conquistar nombradía.
La justicia que el pueblo ejerce con sus
aplausos o sus censuras en las plazas de toros es automática y desinteresada.
La fama del torero surge así por obra de un plebiscito espontáneo de mas pura
categoría democrática.
He aquí la clave de la intensa simpatía
popular por por los toreros. El pueblo los hace, los consagra o los hunde, y
contra estos fallos clamorosos de la opinión popular no valen influencias ni
habilidades políticas, ni ninguna de las otras injerencias que han
mixtificado el sentir del pueblo en otras zonas de la vida social. Los
toreros, carne y alma del pueblo, son del pueblo siempre. Y ellos, conscientes
de su origen y de a lo que ello obliga, están siempre a disposición del pueblo.
No hay una causa generosa de solidaridad, de filantropía social, a que los
toreros no hayan sido los primeros en contribuir ofreciendo su trabajo, su
dinero y su vida.
No podía, pues, faltar su concurso en esta
épica lucha que el pueblo ha emprendido por la defensa de sus libertades.
Y desde los primeros momentos, desde las
horas más dramáticas, los toreros han empuñado, unos, las armas; otros han
colaborado esforzadamente en los servicios civiles; todos se han ofrecido
generosamente para tomar parte en espectáculos cuyos productos vayan a remediar
los estragos de la subversión.
Unos dan su sangre; otros, su dinero;
todos, su trabajo para la causa del pueblo.
En la Sierra hay un grupo de toreros
peleando bravamente. El novillero Luis Prados (Litri II), responsable político
de un grupo, ha visto premiado su heroísmo recibiendo, primero, la insignia de
alférez; después, la de teniente de Milicias, en pleno campo de batalla.
Con él pelean sin descanso el vallecano
Miguel Palomino, Vrasmonte, Joselito Migueláñez, Pepe Hillo, Borocao, N
Martín, Aldeano, Pedro Miranda, Martinito, Fortuna Chico, Alcolea, Martitos,
Curro Rcyna, Saturio Torón y muchos más que no aspiran ahora a los ecos del
renombre, sino al cumplimiento de sus deberes de ciudadanos.
Un bravo ex matador de toros, célebre en
tiempos, el asturiano Bernardo Casielles, luchó heroicamente en el Cuartel de
la Montaña, en Getafe y en Carabanchel. Sin tomarse tregua, Casielles marchó a
Guadarrama, tomó parte en el épico asalto del pueblo a las primeras cumbres,
salvó con magnífico valor, con férvido entusiasmo, un momento difícil y cayó
gravemente herido por un casco de metralla, en el instante mismo en que los
milicianos, alentados por su palabra y su valor, barrían al enemigo.
Otro torero, el banderillero de Belmonte,
José Pérez (Nili), ha dado un alto ejemplo de civismo prestando espontánea y
generosa colaboración a las autoridades municipales en el gran trabajo, de
importancia decisiva, que han supuesto los abastecimientos en los primeros días
de lucha.
Y muchos otros diestros de todas las
categorías: Cagancho, Niño de la Palma, Bienvenida, Maravilla, Chiquito de la
Audiencia, Félix Colomo, cien más cuya enumeración sería pro lija, rivalizan en
disponer espectáculos a beneficio de las víctimas.
Los toreros cumplen patrióticamente su
deber. Carne y alma del pueblo, lo mismo que se juegan gallardamente la vida
por la fama, la ofrecen ahora generosamente por el triunfo del pueblo.
J.F.
Mundo Gráfico, 12 de agosto de 1936
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