Hay una cuestión de guerra interesante, aunque no sea
de las más urgentes, que no ha encontrado solución, ni siquiera aproximada,
entre nosotros en los dos años largos que llevamos de campaña: nos referimos a
la literatura de guerra.
No se quiere decir con esto que no se haga, sino que
no se ha encontrado el modo justo y conveniente, y que hay necesidades en este
aspecto que están completamente por satisfacer. Lo que se escribe sobre la
guerra suele ser muy vago; casi siempre se trata de generalidades, de tono
excesivamente encomiástico, y, además, antes político que militar. Nada, pues,
que tenga que ver con la realidad efectiva del Ejército o con el desarrollo de
las operaciones. Y cuando se quiere evitar esto se tropieza en uno de estos dos
escollos: o la literatura de guerra se reduce a la pura anécdota de campamento,
casi siempre deleznable, o entra de lleno en la indiscreción. Por eso,
repetidas veces, las autoridades militares han prohibido toda información que
no sea la del parte oficial acerca de operaciones de gran importancia. Así,
cuando la ofensiva de Brunete, en el frente del Centro, o la que se terminó con
la toma de Teruel, y en otros muchos casos. Con esto, claro es, se evita el
peligro de decir lo que no convenga, pero es a costa de suprimir la función de
la crónica de guerra, que tiene un papel importante en la moral del Ejército y
en la de la población civil, y en otra cosa que se suele olvidar, a pesar de su
interés, y es la relación entre esos dos grupos nacionales.
Para darse cuenta de estas deficiencias basta recordar
la Gran Guerra, Durante ella se escribió mucho más –y con mucho más espíritu–
que sobre esta que estamos viviendo. Y no nos referimos a la literatura de las
naciones beligerantes, sino a lo que entonces se producía en España. Es
sorprendente que no haya acompañado a una conmoción tan intensa y tan próxima
como es la de nuestra guerra un desarrollo adecuado de la literatura militar.
Es ésta una anormalidad que merecería alguna reflexión.
Vamos a intentar bosquejar brevemente lo que echamos
de menos en ese aspecto y los medios posibles de satisfacer a esas necesidades.
En primer lugar, falta una crónica diaria, o poco menos, de las operaciones.
Los partes no pueden ser descriptivos ni narrativos: tienen que limitarse a dar
cuenta de los resultados militares de la jornada. Pero en una guerra en que
toma parte un pueblo entero, no se puede pedir a éste un interés vivo e
inmediato por lo que sólo conoce de un modo abstracto. Tal como se hacen hoy
las cosas, se tiene poco contacto con la realidad viva de la guerra y del
Ejército; a éste se le aplican siempre los adjetivos más elogiosos, sin medida,
haciendo que se gasten y pierdan valor. Por otra parte, la nación tiene escasa
familiaridad con las fuerzas que la defienden, y sólo oye hablar de pocas
unidades. Es menester que se pueda seguir de un modo discreto, vivo y veraz, la
marcha de la campaña; que no se quede atenido al puro balance de ganancias y
pérdidas –el parte–, al elogio hiperbólico y gratuito o a la anécdota, con
frecuencia chabacana, que suele dar la Prensa. Es necesario que la guerra tenga
un sentido en todo momento para los que la hacen, que son todos los españoles,
de un modo o de otro.
Por otra parte, convendría mucho que se diese
temporalmente, cada semana o al terminar cada grupo de operaciones, un
comentario autorizado y suficiente sobre esa etapa. De otro modo la guerra
carece de figura, y no se mide la importancia de las cosas; se da casi el mismo
valor al corte de comunicaciones que a la pérdida de un pueblo, o a un golpe de
mano afortunado que a la penetración por el Ebro. A la claridad política de que
tanto se habla debe acompañar en el pueblo una claridad militar; es menester
que se sepa, en términos generales y sin grave error, qué ocurre en la campaña,
qué etapas de ella vamos recorriendo y en qué sentido.
Por último, interesa enormemente la literatura militar
como literatura para militares, de formación congruente para la guerra. Pero
esto es una cuestión completamente distinta, y su lugar es otro.
La única dificultad que puede haber para que se
escriba sobre la guerra como conviene es la falta de personas aptas o el riesgo
de indiscreción. Ambas razones han impedido que se deje esta misión en manos de
los corresponsales de Prensa, pero no ha sido para ponerlo en otras. Es el
Ejército mismo el que debería ocuparse de ello. En sus filas está hoy toda la
juventud española, y aun la primera madurez; lo mismo entre los soldados que
entre los oficiales se pueden encontrar personas –hacen falta poquísimas,
además– capaces de hacer bien estas tareas. Respecto a los riesgos de
inoportunidad o imprudencia, dentro del Ejército no son problema, puesto que
estos trabajos se harían bajo la inspección directa del Estado Mayor y aun por
indicación suya. Creemos que este es el camino para dar a nuestra lucha el
espíritu que –unas veces por su falta, otras por su calidad– echamos de menos.
Julián Marías
Blanco y Negro núm. 14
1 de noviembre de 1938
1 de noviembre de 1938
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