Miguel Hernández con su hermana Elvira y su sobrina Elvira |
Me empuja a
martillazos y a mordiscos,
me tira con bramidos
y cordeles
del corazón, del
pie, de los orígenes,
me clava en la
garganta garfios dulces,
erizo entre mis
dedos y mis ojos,
enloquece mis uñas y
mis párpados,
rodea mis palabras y
mi alcoba
de hornos y
herrerías,
la dirección altera
de mi lengua,
y sembrando de cera su
camino
hace que caiga torpe
y derretida.
Mujer, mira una
sangre,
mira una blusa de
azafrán en celo,
mira un capote
líquido ciñéndose en mis huesos
como descomunales
serpientes que me oprimen
acarreando angustia
por mis venas.
Mira una fuente
alzada de amorosos collares
y cencerros de voz
atribulada
temblando de
impaciencia por ocupar tu cuello,
un dictamen feroz,
una sentencia,
una exigencia, una
dolencia, un río
que por manifestarse
se da contra las piedras,
y penden para siempre
de mis
relicarios de carne
desgarrada.
Mírala con sus
chivos y sus toros suicidas
corneando cabestros
y montañas,
rompiéndose los
cuernos a topazos,
mordiéndose de rabia
las orejas,
buscándose la muerte
de la frente a la cola.
Manejando mi sangre,
enarbolando
revoluciones de
carbón y yodo,
agrupando hasta
hacerse corazón,
herramientas de
muerte, rayos, hachas,
y barrancos de
espuma sin apoyo,
ando pidiendo un
cuerpo que manchar.
Hazte cargo, hazte
cargo
de una ganadería de
alacranes
tan rencorosamente
enamorados,
de un castigo
infinito que me parió y me agobia
como un jornal
cobrado en triste plomo.
La puerta de mi
sangre está en la esquina
del hacha y de la
piedra,
pero en ti está la
entrada irremediable.
Necesito extender
este imperioso reino,
prolongar a mis
padres hasta la eternidad,
y tiendo hacia ti un
puente de arqueados corazones
que ya se
corrompieron y que aún laten.
No me pongas
obstáculos que tengo que salvar,
no me siembres de
cárceles,
no bastan cerraduras
ni cementos,
no, a encadenar mi
sangre de alquitrán inflamado
capaz de despertar
calentura en la nieve.
¡Ay qué ganas de
amarte contra un árbol,
ay qué afán de
trillarte en una era,
ay qué dolor de
verte por la espalda
y no verte la
espalda contra el mundo!
Mi sangre es un
camino ante el crepúsculo
de apasionado barro
y charcos vaporosos
que tiene que acabar
en tus entrañas,
un depósito mágico
de anillos
que ajustar a tu
sangre,
un sembrado de lunas
eclipsadas
que han de aumentar
sus calabazas íntimas,
ahogadas en un vino
con canas en los labios,
al pie de tu cintura
al fin sonora.
Guárdame de sus
sombras que graznan fatalmente
girando en torno mío
a picotazos,
girasoles de cuervos
borrascosos.
No me consientas ir
de sangre en sangre
como una bala loca,
no me dejes tronar
solo y tendido.
Pólvora venenosa
propagada,
ornado por los ojos
de tristes pirotecnias,
panal horriblemente
acribillado
con un mínimo rayo
doliendo en cada poro,
gremio fosforescente
de acechantes tarántulas
no me consientas
ser. Atiende, atiende
a mi desesperado
sonreír,
donde muerdo la hiel
por sus raíces
por las lluviosas
penas recorrido.
Recibe esta fortuna
sedienta de tu boca
que para ti heredé
de tanto padre.
Miguel Hernández
Eso, hagamos memoria.
ResponderEliminarAyer día 7 de noviembre se cumplió el 82 aniversario de la matanza de Paracuellos en la que hubo un genocidio brutal en la que murió un número de personas que ha día de hoy no está claro. Como poco murieron más de 2.500 personas entre ellas 300 niños aproximadamente (estos niños es que serían falangistas)
Como el sarcasmo no cabe mejor no insisto.
Eso, hagamos memoria.
Lastima de sociedad y memoria manipulada hasta la saciedad.