Lo Último

2962. Mientras los hombres mueren

Carmen Conde Abellán
(Cartagena, 15 de agosto de 1907 - Majadahonda, 8 de enero de 1996
)


Mientras los hombres mueren fue escrito en un tiempo de inmenso dolor por lo que la guerra destruía y seguirá destruyendo. No unos hombres determinados sino todos los hombres son llorados aquí con el profundo desconsuelo que siente una mujer ante los inescrutables designios que permiten el horror donde vivía la confiada sonrisa.

Los poemas "A los niños muertos en la guerra" que figuran en este mismo libro, me fueron arrancados de la entraña con más profunda desesperación todavía.

Todo dolor es inútil. Lo supe entonces y lo sé mejor ahora. Y, sin embargo, decir en voz alta cuanto se está sufriendo por lo irremediable, parece que borra todos los límites entre los demás y nosotros.

Y ese fue el único consuelo que entonces encontré.


I

Mientras los hombres mueren os digo yo, la que canta desoladas provincias del Duelo, que se me rompen sollozos y angustias contra barcos de ébano furibundo; y la fruta par de mis labios quema de suspiros porque los cielos se han dejado hincar imprecaciones sombrías.

A los hombres que mueren yo los sigo en su buscar por entre las raíces y los veneros fangosos, pues ellos y yo tenemos igual designio de ensueño debajo de la tierra.

¡Cállense todos los que no se sientan doblar de agonía hoy, día de espanto abrasado por teas de gritos, que esta mujer os dice que la muerte está en no ver, no oír, ni saber. ni morir!


II

¿Ninguna mano puede sacar el puñal que me ha multiplicado el corazón...? ¿Son los felices de pan , o los heridos de pánico los míos? Llevo mis dedos al costado que fue de Cristo y me zumba la sangre de dos mil años de terror inútil.

¿Quién monta esos caballos azules de fríos que corren las mesetas donde el pasado alzó murallas de Ávila y Segovía trágicas? ¿Qué cinturas metálicas de guerreros se bañan en el Tajo y en el Guadalquivir por donde se tradujo al romance Atenas y Arabia?

La tierra está nutrida de simientes frescas porque los seres que se incorporan, desfrutecidos, devuelven intacto el caudal de generaciones que no tuvieron tiempo de crear.

¡Y mi corazón en puñal, como el vuestro, hermanos de la sangre en llamas, tiene cada día más rotas sus geografías de latidos!


III

En la más ahondada raíz del mar clavaron mis hermanos sus gritos de terror: "No queremos morir", y los ojos hacían más azules a los gritos. Y el mar se fue creciendo, monte y monte denso de carne verde, con cuellos de alados encajes, hasta que el cielo lo recibió poseyéndolo en clamores.

Yo iba por las noches negras sin rosas de sol en mi frente. ¿Cómo encender mis sienes si aquellos a los que yo amaba tanto apagaban sus brasas en el gemido desbocado del morir?

¡Dadme un barco con el más esbelto pabellón de sonrisas para alcanzar el llanto que brotas tu, Mar, y que nacen los míos en agonía desbordante! ¡Que yo quiero ser fuerte, que yo quiero ser ágil, que yo contendré la vida que se derrama por la vid de los muertos!


IV

¡El duelo!
Vienen gritando las voces por entre las alamedas de suspiros.
¡El duelo!
Vienen gritando las madres sobre ascuas desorbitadas de llantos.
¡El duelo! ¡El duelo! ¡El duelo¡ -grito yo, sola, río de orillas quemadas. Y hay luces sin llamas, pánicos en clavos largos a la carne sacudida, bajo mi duelo conciencia del espíritu.


V

La muerte en el aire

Alguien contó en la desguarnecida noche sin ángeles una desgarradora música de lágrimas. Los seres que ya se liberaron del espanto del día estridencial de duelos escucharon con voraz oreja y aprendieron los golpes estrictos del corazón arrastrando de la almohada.

Quien decía, habló de continentes y de volcadas mares; pero una primavera sencilla de hojas, sin riesgo de plumas hizo el contrapunto agudo. Los que atendían. sonrieron dichosos de oler el azul de la vida tierna.

¡Ay de los desvelados que ninguna promesa, ninguna palabra duermen en dicha!

Se quedarán fijos, eternos abiertos ojos despavoridos contra los abismos en donde la voz de la muerte rueda piedra sin musgo, serpea río con espinas.


Carmen Conde
Mientras los hombres mueren, (Valencia 1938-1939)







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