Carmen Conde Abellán (Cartagena, 15 de agosto de 1907 - Majadahonda, 8 de enero de 1996) |
Mientras
los hombres mueren fue escrito en un tiempo de inmenso dolor por lo que la
guerra destruía y seguirá destruyendo. No unos hombres determinados sino todos
los hombres son llorados aquí con el profundo desconsuelo que siente una mujer
ante los inescrutables designios que permiten el horror donde vivía la confiada
sonrisa.
Los
poemas "A los niños muertos en la guerra" que figuran en este mismo
libro, me fueron arrancados de la entraña con más profunda desesperación
todavía.
Todo
dolor es inútil. Lo supe entonces y lo sé mejor ahora. Y, sin embargo, decir en
voz alta cuanto se está sufriendo por lo irremediable, parece que borra todos
los límites entre los demás y nosotros.
Y
ese fue el único consuelo que entonces encontré.
I
Mientras
los hombres mueren os digo yo, la que canta desoladas provincias del Duelo, que
se me rompen sollozos y angustias contra barcos de ébano furibundo; y la fruta
par de mis labios quema de suspiros porque los cielos se han dejado hincar
imprecaciones sombrías.
A
los hombres que mueren yo los sigo en su buscar por entre las raíces y los
veneros fangosos, pues ellos y yo tenemos igual designio de ensueño debajo de
la tierra.
¡Cállense
todos los que no se sientan doblar de agonía hoy, día de espanto abrasado por
teas de gritos, que esta mujer os dice que la muerte está en no ver, no oír, ni
saber. ni morir!
II
¿Ninguna
mano puede sacar el puñal que me ha multiplicado el corazón...? ¿Son los
felices de pan , o los heridos de pánico los míos? Llevo mis dedos al costado
que fue de Cristo y me zumba la sangre de dos mil años de terror inútil.
¿Quién
monta esos caballos azules de fríos que corren las mesetas donde el pasado alzó
murallas de Ávila y Segovía trágicas? ¿Qué cinturas metálicas de guerreros se
bañan en el Tajo y en el Guadalquivir por donde se tradujo al romance Atenas y
Arabia?
La
tierra está nutrida de simientes frescas porque los seres que se incorporan,
desfrutecidos, devuelven intacto el caudal de generaciones que no tuvieron
tiempo de crear.
¡Y
mi corazón en puñal, como el vuestro, hermanos de la sangre en llamas, tiene
cada día más rotas sus geografías de latidos!
III
En
la más ahondada raíz del mar clavaron mis hermanos sus gritos de terror:
"No queremos morir", y los ojos hacían más azules a los gritos. Y el
mar se fue creciendo, monte y monte denso de carne verde, con cuellos de
alados encajes, hasta que el cielo lo recibió poseyéndolo en clamores.
Yo
iba por las noches negras sin rosas de sol en mi frente. ¿Cómo encender mis
sienes si aquellos a los que yo amaba tanto apagaban sus brasas en el gemido
desbocado del morir?
¡Dadme
un barco con el más esbelto pabellón de sonrisas para alcanzar el llanto que
brotas tu, Mar, y que nacen los míos en agonía desbordante! ¡Que yo quiero ser
fuerte, que yo quiero ser ágil, que yo contendré la vida que se derrama por la
vid de los muertos!
IV
¡El
duelo!
Vienen
gritando las voces por entre las alamedas de suspiros.
¡El
duelo!
Vienen
gritando las madres sobre ascuas desorbitadas de llantos.
¡El
duelo! ¡El duelo! ¡El duelo¡ -grito yo, sola, río de orillas quemadas. Y hay
luces sin llamas, pánicos en clavos largos a la carne sacudida, bajo mi duelo
conciencia del espíritu.
V
La
muerte en el aire
Alguien
contó en la desguarnecida noche sin ángeles una desgarradora música de
lágrimas. Los seres que ya se liberaron del espanto del día estridencial de
duelos escucharon con voraz oreja y aprendieron los golpes estrictos del
corazón arrastrando de la almohada.
Quien
decía, habló de continentes y de volcadas mares; pero una primavera sencilla de
hojas, sin riesgo de plumas hizo el contrapunto agudo. Los que atendían. sonrieron
dichosos de oler el azul de la vida tierna.
¡Ay
de los desvelados que ninguna promesa, ninguna palabra duermen en dicha!
Se
quedarán fijos, eternos abiertos ojos despavoridos contra los abismos en donde
la voz de la muerte rueda piedra sin musgo, serpea río con espinas.
Carmen Conde
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