La
lágrima fue dicha.
Olvidemos
el
llanto
y
empecemos de nuevo,
con
paciencia,
observando
las cosas
hasta
hallar la menuda diferencia
que
las separa
de
su entidad de ayer
y
que define
el
transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A
qué llorar por el caído
fruto,
por
el fracaso
de
ese deseo hondo
compacto
como un grano de simiente?
No
es bueno repetir lo que está dicho.
Después
de haber hablado,
de
haber vertido lágrimas,
silencio
y sonreíd:
nada
es lo mismo
Habrá
palabras nuevas para la nueva historia
y
es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Ángel
González
Grado
Elemental (París, Ruedo Ibérico, 1962)
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