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3078. Ciudad sitiada

Tras el bombardeo en la Plaza de Antón Martín de Madrid, invierno de 1936. Foto: Juan Miguel Pando



Entre cañones me miro,
entre cañones me muevo:
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
¿dónde comienza mi entraña
y dónde termina el viento?
No tengo pulso en mis venas,
sino zumbidos de trueno,
torbellinos que me arrastran
por la selvas de mis nervios:
multitudes que me empujan,
ojos que queman mi fuego,
bocanadas de victoria,
himnos de sangre y acero,
pájaros que me combaten
y alzan mí frente a su cielo
y ardiendo dejan las nubes
y tembloroso mi suelo.
¡Allá van! Pesadas moles
cruzan mis venas de hierro;
toda mi firmeza aguarda
parapeteada en mis huesos.
Compañeros del presente,
fantasmas de mi recuerdo,
esperanzas de mis manos
y nostalgias de mis juegos:
¡Todos en pie, a defenderse!
Que está mi vida en asedio,
que está la verdad sitiada,
amenazada en su pecho.
¡Pronto de pie, las barricadas,
que el corazón está ardiendo!
No han de llegar a apagarlo
negros disparos de hielo.
¡Pronto, deprisa, mi sangre,
arremolíname entero!
Levanta todas mis armas:
mira que aguarda en el centro,
temblando, un turbión de llamas
que ya no cabe en mi cerco.
¡Pronto, a las armas mi sangre,
que ya me rebosa el fuego!
Quien se atreva a amenazarme
tizón se le hará su sueño.
¡Ay, ciudad, ciudad sitiada,
ciudad de mi propio pecho,
si te pisa el enemigo
antes he de verme muerto!
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
mi ciudad está sitiada,
entre cañones me muevo.

¿Dónde comienzas, Madrid,
o es, Madrid, que eres mi cuerpo?


Emilio Prados







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