Caídos sí, no muertos, ya postrados
titanes,
están los hombres de resuelto
pecho
sobre las más gloriosas
sepulturas:
las eras de las hierbas y los
panes,
el frondoso barbecho,
las trincheras oscuras.
Siempre serán famosas
estas sangres cubiertas de abriles y
de mayos,
que hacen vibrar las dilatadas
fosas
con su vigor que se decide en
rayos.
Han muerto como mueren los leones:
peleando y rugiendo,
espumosa la boca de canciones,
de ímpetu las cabezas y las venas dc
estruendo.
Héroes a borbotones,
no han conocido el rostro a la
derrota,
y victoriosamente sonriendo
se han desplomado en la besana
umbría,
sobre el cimiento errante de la
bota
y el firmamento de la
gallardía.
Una gota de pura valentía
vale más que un océano cobarde.
Bajo el gran resplandor de un mediodía
sin mañana y sin tarde,
unos caballos que parecen
claros,
aunque son tenebrosos y
funestos,
se llevan a estos hombres vestidos de
disparos
a sus inacabables y entretejidos
puestos.
No hay nada negro en estas muertes claras.
Pasiones y tambores detengan los
sollozos.
Mirad, madres y novias, sus
transparentes caras:
la juventud verdea para siempre en
sus bozos.
Miguel Hernández
Ahora, 1 de enero de 1937
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