Republicanos asesinados en la calle Carnicerías de Talavera del Tajo (hoy de la Reina) el 3 de septiembre de 1936 tras la entrada de las tropas franquistas |
"Que se mueran
los muertos
de una vez para siempre..."
Compusieron el gesto,
arreglaron las dulces cabelleras,
sacudieron el polvo ingrato de las sendas,
y, relucientes, penetraron
en la casa revuelta.
Amontonados, yacían
hombres, sangres, palabras,
miserables partículas de música,
amarillas cartulinas feroces,
maderas pulidas por el sueño.
Reclinados
contra la sombra, refulgían
humildes armas de trabajo,
de vacilantes aureolas;
grumos de muerte y duelo
y mantos y banderas oscuras de silencio.
Y dijeron:
- ¡Basta!
¡Hay que cambiarlo todo!
Abrieron grandes fosos
y en ellos arrojaron
-ardiente escoria que traspasa
los límites del odio-,
sangres, mantos, banderas
aún húmedas de pólvora;
recuerdos con los ojos arrasados
de vibrantes grafías,
viejos marcos
vacíos de su cálida entraña, y el silencio,
el silencio anudado
a la garganta indómita del grito...
Y añadieron:
-¡Ya está...! Ahora a olvidarlo.
Porque hay que enterrar posmuertos
de una vez para siempre.
Y vivieron felices y tranquilos
en la casa vacía.
de una vez para siempre..."
Compusieron el gesto,
arreglaron las dulces cabelleras,
sacudieron el polvo ingrato de las sendas,
y, relucientes, penetraron
en la casa revuelta.
Amontonados, yacían
hombres, sangres, palabras,
miserables partículas de música,
amarillas cartulinas feroces,
maderas pulidas por el sueño.
Reclinados
contra la sombra, refulgían
humildes armas de trabajo,
de vacilantes aureolas;
grumos de muerte y duelo
y mantos y banderas oscuras de silencio.
Y dijeron:
- ¡Basta!
¡Hay que cambiarlo todo!
Abrieron grandes fosos
y en ellos arrojaron
-ardiente escoria que traspasa
los límites del odio-,
sangres, mantos, banderas
aún húmedas de pólvora;
recuerdos con los ojos arrasados
de vibrantes grafías,
viejos marcos
vacíos de su cálida entraña, y el silencio,
el silencio anudado
a la garganta indómita del grito...
Y añadieron:
-¡Ya está...! Ahora a olvidarlo.
Porque hay que enterrar posmuertos
de una vez para siempre.
Y vivieron felices y tranquilos
en la casa vacía.
Victoriano Crémer
El amor y la sangre, 1966
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