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3085. Un sindicalista salva del fuego la imagen del Cristo de la Santísima Sangre en Denla




El salvador de la escultura había estado condenado por los sucesos de Octubre 

Una iglesia en llamas 

La  vida tranquila de Denia se vio alterada un día por un incendio de dramáticas proporciones. Estaba ardiendo la iglesia de las Agustinas Descalzas. Un cortocircuito habla producido el fuego, y eran inútiles cuantos esfuerzos se hacían para dominar las llamas. El incendio seguía, y la gente contemplaba emocionadamente cómo crepitaban los altares, cómo caían puertas y ventanas, cómo una espesa columna de humo se elevaba al cielo. 

La iglesia era de un gran valor artístico e histórico al mismo tiempo. Fundación real —en la España gloriosa de los Felipes—, el templo guardaba, especialmente, una imagen que tenia los máximos fervores en el pueblo: el Cristo de la Santísima Sangre. Esta imagen tenía en torno suyo una leyenda de milagros. Eran muchos los que en Denia o en los pueblos comarcanos debían al Cristo el remedio de una desgracia o el alivio en una angustiosa situación. 

El incendio iba destrozando todo. Con una increíble rapidez devoraban las llamas cuanto encontraban a su paso. Todas las personas congregadas allí tenían en su pensamiento y en su mirada la misma angustia: la suerte que pudiera correr aquel Cristo de la Santísima Sangre. En los rostros anhelantes se reflejaba esta profunda emoción. 

—¿Y cl Cristo? ¿Qué será del Cristo? 

Algunos tienen la intención de entrar para salvar la imagen milagrosa. Mas todo intento es imposible. Fuertes columnas de humo cierran el paso. No se puede avanzar. El desaliento se pinta en los rostros de los que han de contemplar resignadamente aquella infatigable destrucción de las llamas. El fuego sigue y sigue, y ya la imagen del Cristo, seguramente, arde en la gran hoguera que está consumiendo el templo. 

En las monjitas que habitaban el convento a que pertenecía esta iglesia, el dolor se hace más trágico. Están allí, contemplando la furia del fuego, llorando por los altares destruidos, llorando, sobre todo, por aquella imagen que era la mejor joya del templo: junto a su valor artístico, la escultura tenia para todos una emoción sentimental. Una luz irreal de milagro parecía envolver a la imagen.

Entre los que contemplaban el incendio, entre los que iban y venían queriendo abatir aquel vendaval del fuego, un hombre, de pronto, surge, más decidido que todos. Actitud resuelta, gesto firme. Desafía las llamas, entra en el templo, pasa por entre la humareda. Su decisión causa estupor entre los allí reunidos. Unos a otros se preguntan quién es. 

—Es Baldó —se oye—. Ese muchacho sindicalista...

Momentos después, estaba salvada, merced al gesto valeroso de este hombre, la imagen del Cristo de la Santísima Sangre.


La imagen milagrosa 

Tenía la iglesia destruida un abolengo ilustre: había sido fundada por Felipe III, a instancias de su privado el duque de Denia, en los comienzos del siglo XVII. El propio monarca apadrinó a una de las doce novicias fundadoras del convento, dotadas cada una de ellas por el favorito del rey con seiscientas veintisiete libras anuales. 

Fue inaugurado este convento de Agustinas Descalzas por el mismo Felipe III. Denia tuvo una gran devoción hacia este templo. Devoción que un hecho singular hizo acrecer considerablemente, a partir de 1633. En el mes de Marzo de ese año se declararon en Denia unas fiebres contagiosas, que causaban numerosas victimas entre los habitantes de la ciudad. No se lograba combatir el mal, y el día de la Santísima Sangre (13 de Julio) un religioso, fray Pedro Esteve, bendijo ante el altar en que se veneraba el Cristo citado los panes que había de consumir el pueblo. 

Comieron las gentes ese pan. Inmediatamente decreció la mortalidad, desapareciendo la epidemia. No sólo esto: en el resto del año y en los años sucesivos hubo muchas menos defunciones, como posteriormente se ha podido comprobar por los libros parroquiales. 

Esta es la imagen milagrosa y venerada que un extremista, ha salvado ahora del fuego en Denia.


Cómo ha quedado el templo 

Las huellas dramáticas del incendio están, mudas y dolorosas, en lo que queda en pie de la destruida iglesia de Agustinas Descalzas. Todos sus muros están ennegrecidos, desconchados por las llamas. En las paredes interiores, magníficamente decoradas antes por los altares, sólo hay ahora unas enormes pinceladas negras. El suelo está lleno de escombros y de astillas. Restos de artesonado, hierros retorcidos, trozos calcinados de objetos religiosos... Las puertas han quedado totalmente destruidas. Se desprende de la iglesia destrozada una infinita sensación de tristeza. Nada ha podido ser salvado del templo. Nada, excepto esa escultura que un muchacho de la C.N.T. consiguió liberar de las llamas, jugándose su propia vida.


Cómo cuenta su hecho el sindicalista que salvó al Cristo de la Santísima Sangre 

Un café del Paseo del Marqués del Campo. Unos cuantos hombres de ideas avanzadas se reúnen en él. Se oye el ruido de las fichas de dominó. A veces, entre los comentarios a la partida, se escuchan opiniones de táctica política y de lucha sindical. 

—Ahora cierro a blancas...

—Pues yo os digo que si Pestaña... 

Entre esos muchachos que hablan y juegan al dominó en tomo a una mesa está Baldó, el sindicalista que libró del fuego a la imagen de Cristo de la Santísima Sangre. 

Es un muchacho joven y fuerte, de mirada leal y expresión tranquila. Sigue atentamente las incidencias del juego. Habla marcando mucho las eses, en señal de buen alicantino. 

Cuando le hablamos de aquel gesto suyo con el que logró salvar la imagen, hay en él una sonrisa ingenua, de buen muchacho que no reconoce mérito a lo que hizo. 

—¡Bah! Aquello no tuvo importancia. Me pareció que en aquellos momentos era mi deber. Y me lancé a ello, sin fijarme en si corría o no riesgo, atento sólo a que el fuego no destruyese  aquella escultura tan venerada por Denia. 

—¿Qué le impulsó a usted a lanzarse a las llamas con el propósito de salvar el Cristo? 

Tarda unos momentos en responder Baldó. Por su frente parece pasar el recuerdo de aquellos instantes trágicos. Empieza a hablar, poniendo en sus palabras un firme acento de verdad: 

—Mire usted; le voy a ser sincero. Vi en las monjitas del convento una expresión tan triste, que eso fue lo que me hizo ir en busca del Cristo. Lloraban silenciosamente. Me pareció leer en sus lágrimas la pena por la pérdida de aquella imagen. Fue un instante nada más. Cerca de mí los bomberos aseguraban que no era posible salvar el Cristo. Todos presenciaban consternados cómo el fuego destruía la iglesia. Sin pensarlo casi, sintiendo en el corazón una fuerza secreta que me empujaba, me lancé al fuego. ¡Adelante! Yo, entonces, no me di cuenta de que pudiera correr peligro. A saltos crucé por entre las hogueras, cogí la imagen y salí de nuevo al aire libre, fuera ya de aquel calor espantoso. Mientras estaba en el templo sentí que me ahogaba; sentía junto a mí los lengüatazos de las llamas. ¡Bah! ¿Qué era todo eso al lado de la alegría que vi en los rostros de las monjitas al ver salvada su imagen? Lloraban de gozo. 


El salvador de la imagen estuvo encarcelado por el movimiento de Octubre

—Me han dicho que es usted sindicalista. 

—Sí. Soy un creyente firme de la causa proletaria. Tan firme, que intervine en el movimiento revolucionario de Octubre, y por él estuve después encarcelado. Tampoco tiene importancia. Es cumplir un deber nada más. Creí que entonces mi deber era unirme a la revolución, como he creído ahora que mi deber estaba en salvar esa escultura, por la que estaban llorando las monjitas de Denia. 

La mano de Baldó se tiende leal en signo de despedida. El muchacho rehuye hablar de sí mismo. Pero este admirable gesto suyo no es solo un hecho material, no es simplemente el salvamento de una obra de arte y de fe. Hay en ello, además, un significado espiritual y simbólico, un signo de comprensión y de generosidad, la afirmación de que todas las ideas son posibles y de que por encima del rencor político y social hay un imperativo de amor y de respeto. En esta hora sombría, mientras el hombre es lobo del hombre y mientras el odio y la crueldad separan fratricidamente a los hombres de España, allá, en una ciudad levantina, un muchacho de la C.N.T. salva de la hoguera al Cristo de la Santísima Sangre. 


Mundo Gráfico,
17 de junio de 1936








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