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3139. Para que los luchadores del pueblo no tengan frío

Fotografía de Vicente López Videa


Una iniciativa generosa de la diputado socialista Margarita Nelken ha movilizado en Madrid todo un ejército femenino. Milicianas pacíficas y laboriosas, que en vez del fusil y la cartuchera tienen en sus manos largas agujas de metal o de pasta y madejas de hilos de lana. 

Margarita Nelken pidió a las mujeres madrileñas que ayudasen a los luchadores por la causa del pueblo proveyéndoles de prendas de abrigo de confección casera: jerseys de punto, cuellos y bufandas, que les defiendan del frío en estas madrugadas que, pese al rigor de la canícula,'son ya cruelmente frías en las crestas serranas. 

Apenas la voz amiga de la Radio lanzó el llamamiento, una legión de trabajadoras, muchachas de la clase media, obreritas de la aguja, empleadas y artesanas, formó «cola» en la secretaría de la Casa del Pueblo donde se organizaba el reparto de lana para las prendas. 

La «mano de obra» se ofreció generosamente por varios millares de madrileñas, ávidas de colaborar, cada cual a su modo, en el esfuerzo heroico de las Milicias populares. 

Acabaron pronto con la provisión de madejas que fábricas y comercios habían ofrecido espontáneamente. Las más humildes sólo podían contribuir con sus manos hacendosas y hábiles, dispuestas a trabajar sin descanso. Pero son muchos millares ya las madrileñas que invirtiendo sus pequeños ahorros, las «sisas» del modesto presupuesto cotidiano, en madejas de lana están en sus hogares, durante la tregua de sus labores caseras, trabajando afanosamente en la labor «de punto», que irá a los cuerpos de los luchadores impregnada de una tibia fragancia femenina. 

Manos diligentes de artesanas habituadas al trabajo; manos pulidas y finas de modistas y empleadas; manos fragantes de artistas y burguesitas antes ociosas, mariposean incansables desde hace muchos días tejiendo esas prendas de abrigo. Los dedos suaves que saben de los ardientes contactos del amor y de las santas caricias de la maternidad, juegan veloces con los fonjos hilos, con las finas agujas calceteras. 

En la dramática tensión de las horas que vivimos, esta labor hogareña y silenciosa tiene un entrañable sentido de colaboración espiritual. Las manos trabajan; pero el pensamiento puede volar, mientras tanto, a su antojo.Y mientras «las vueltas» del tejido crecen entre las agujas afanosas, la mujer puede imaginar el destino de la prenda, que, hecha aún un blando ovillo tibio, descansa en su regazo. El jersey o la bufanda será para un hombre, un hermano desconocido que en aquellos mismos momentos se estará jugando bravamente la vida por defender esta vida, esta libertad, este hogar donde la mujer trabaja. 

Estas prendas que las madrileñas con tanta generosidad trabajan serán para los combatientes las más preciadas. No serán el abrigo anónimo lanzado en series enormes por las máquinas de las grandes industrias. Estos otros jerseys y bufandas tejidos individualmente tendrán un hondo prestigio sentimental: cada uno representará varias horas de la vida de una mujer —hermana, madre o esposa— que los tejió poniendo en la labor un fervor de su corazón, un deseo de ventura, un anhelo profundo de su alma de mujer por que el Destino favorezca al hombre que ha de llevarlo sobre su pecho, ofrecido gallardamente a la muerte. 

Mujeres madrileñas: Que vuestra generosa colaboración se extienda en un alud de entusiasmo y de esfuerzo por todos los ámbitos de la ciudad, capital y símbolo de la nueva España que se está forjando, en una trágica depuración, ante el asombro del mundo. Contribuid todas a esta obra de piedad y civismo; que no haya una mano ociosa ni un céntimo dilapidado en frivolidad. Los soldados del pueblo, los que luchan en llanuras extremeñas y serranías castellanas, no deben pasar frío en estas madrugadas agosteñas, gélidas ya en las campiñas. El dinero de que podáis disponer, aun sacrificando pequeños hábitos de coquetería; todas las horas libres que tengáis deben convertirse: en madejas de lana, las monedas; en trabajo, el tiempo de ocio, para ayudar a los bravos luchadores del pueblo.

Hay muchas maneras de hacer la guerra, de colaborar en la gran empresa en que la nueva España fragua su porvenir. La vuestra es de estímulo y de piedad. Ya estáis también en los frentes de combate y en los hospitales de sangre. En la retaguardia, en el refugio de vuestros hogares, vuestra obra no será menos fecunda. Que vuestras manos, ungidas por el amor, santas por la maternidad, no estén ociosas mientras puedan.


Juan Ferragut
Mundo Gráfico, 2 de septiembre de 1936








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