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3134. Romance de "La Libertaria"

María Silva Cruz, "La Libertaria"
(Casas Viejas, Cádiz, 1917 - Laguna de la Janda, Tarifa, 24 de agosto de 1936)


María Silva por nombre
ya era un romance certero.

María Silva traía
los grandes ojos ardiendo,
muda su lengua andaluza,
pálido el rostro moreno
y un espasmo de terror
por las entrañas adentro.

Estampa de noche trágica.
Benalup, en su recuerdo
raía como una lima
la carne de su cerebro;
cerebro de niña pobre,
sin pan, sin libro y sin credo.

En una disputa trágica
gritan la llama y el viento;
rayan la noche fusiles
con resplandores siniestros
buscando al hombre en el monte
como el lobo carnicero.

Dieciséis años tenía
María Silva incompletos.
¡Ay, María Silva Cruz,
nieta del bravo “Seisdedos”,…
tus piernas de corza joven
hacen competencia al viento!
¡Corre hacia los negros campos;
corre viva, corre presto;
salva tus dieciséis años,
tu vida en flor, que aún es tiempo!
Salta las tapias enanas,
busca refugio en los cerros;
chacales con voz humana
siguen tu rastro sangriento.
¡Corre, María Silva, corre!
Y el sol la alumbró corriendo
por caminos de Jerez,
duros de noche y de invierno.
¡A la zaga iba el destino
como una fiera al acecho!

En cárceles tenebrosas
–Cádiz, Sevilla– murieron
como dieciséis jazmines
dieciséis años parleros.
Alguaciles y escribanos
–jeta asquerosa de puercos–
olisqueaban tu carne
y tu pobreza, sabiendo
que el hambre es la celestina
mejor de sus trapicheos.
¡Pecado tus ojos grandes,
aún abrasados de incendio,
tu dulce lengua andaluza,
tu labio tímido y fresco!
¡Pecado con que soñaban
sus apetitos sin freno!
Un incentivo, tu llanto,
mejor que un dique a su sueño
y la flor de tu inocencia,
aguijón de su deseo.
Fuera botín descontado
tu carne, carne del pueblo,
si en la sombra no velaran
como dos puntas de acero
–carne de tu misma carne–
un afán con ojos negros.
Quebró el destino su vara
y te miró con respeto.
¡Ay, María Silva Cruz,
(“Libertaria”, por tu abuelo),
qué poco dura la dicha!
¡qué poco dura!, ¡ay! El tiempo
mide con varas distintas
una alegría y un duelo.

Apenas tuviste un dulce
collar de brazos morenos,
roncos cañones tronaron
sus tempestades de hierro;
Atila picó de espuelas
su raudo potro siniestro;
sobre los campos de España
la sal del odio vertieron,
por que no dieran más pan
que el pan de su privilegio.
Se desbordaron de sangre
el Guadalquivir y el Ebro;
torrentes rojos teñían
montes, collados y oteros;
y a la luna subió el grito
de guerra del pueblo ibero.
–¡A las armas!, camaradas,
¡a las armas!, que los perros
han quebrado sus carlancas.
¡A las armas! ¡Rompan fuego!
Lucha cruel han trabado
la aristocracia y el pueblo,
y en un revuelto amasijo
de carnes rotas y nervios,
rugen por tierras de España
cada uno por sus fueros.
–¡Camaradas, a las armas!
¡El grito deshizo el cerco
adorable de los brazos
y quedó desnudo el cuello!

Sola, no, que ya reclinas
un sueño de oro en tu pecho;
aún tienes una sonrisa
que devuelve tu reflejo.
¡”Libertaria”, has de ser fuerte!
María Silva, ¡de hierro!
Pedazos de tus entrañas
necesitan tus alientos.

Látigos hienden la noche.
–Corazón mío, es el viento…
Y María Silva canta:
–“Duerme…, nanita…, arrapiezo.”
Puños de gigante baten
la puerta del aposento
y la noche entra de pronto,
negra de horror y misterio.
–Ráfagas de fuego arrancan
desgarrones de silencio–.
¡Ay, María Silva Cruz,
carne dolida del pueblo!
Rugió brutal el destino,
–¡Al fin, María Silva! ¡Fuego!

¡Ay!, María Silva Cruz
(“Libertaria”, por tu abuelo),
¡carne de tu misma carne,
te vengará el pueblo ibero!


Lucía Sánchez Saornil
Mujeres Libres, núm. 5, 1936









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