María Silva Cruz, "La Libertaria" (Casas Viejas, Cádiz, 1917 - Laguna de la Janda, Tarifa, 24 de agosto de 1936) |
María Silva por
nombre
ya era un romance
certero.
María Silva traía
los grandes ojos
ardiendo,
muda su lengua
andaluza,
pálido el rostro
moreno
y un espasmo de
terror
por las entrañas
adentro.
Estampa de noche
trágica.
Benalup, en su
recuerdo
raía como una lima
la carne de su
cerebro;
cerebro de niña
pobre,
sin pan, sin libro y
sin credo.
En una disputa
trágica
gritan la llama y el
viento;
rayan la noche
fusiles
con resplandores
siniestros
buscando al hombre
en el monte
como el lobo
carnicero.
Dieciséis años tenía
María Silva
incompletos.
¡Ay, María Silva
Cruz,
nieta del bravo
“Seisdedos”,…
tus piernas de corza
joven
hacen competencia al
viento!
¡Corre hacia los
negros campos;
corre viva, corre
presto;
salva tus dieciséis
años,
tu vida en flor, que
aún es tiempo!
Salta las tapias
enanas,
busca refugio en los
cerros;
chacales con voz
humana
siguen tu rastro
sangriento.
¡Corre, María Silva,
corre!
Y el sol la alumbró
corriendo
por caminos de
Jerez,
duros de noche y de
invierno.
¡A la zaga iba el
destino
como una fiera al
acecho!
En cárceles
tenebrosas
–Cádiz, Sevilla–
murieron
como dieciséis
jazmines
dieciséis años
parleros.
Alguaciles y
escribanos
–jeta asquerosa de
puercos–
olisqueaban tu carne
y tu pobreza,
sabiendo
que el hambre es la
celestina
mejor de sus
trapicheos.
¡Pecado tus ojos
grandes,
aún abrasados de
incendio,
tu dulce lengua andaluza,
tu labio tímido y
fresco!
¡Pecado con que
soñaban
sus apetitos sin
freno!
Un incentivo, tu
llanto,
mejor que un dique a
su sueño
y la flor de tu
inocencia,
aguijón de su deseo.
Fuera botín
descontado
tu carne, carne del
pueblo,
si en la sombra no
velaran
como dos puntas de
acero
–carne de tu misma
carne–
un afán con ojos
negros.
Quebró el destino su
vara
y te miró con
respeto.
¡Ay, María Silva
Cruz,
(“Libertaria”, por
tu abuelo),
qué poco dura la
dicha!
¡qué poco dura!,
¡ay! El tiempo
mide con varas
distintas
una alegría y un
duelo.
Apenas tuviste un
dulce
collar de brazos
morenos,
roncos cañones
tronaron
sus tempestades de
hierro;
Atila picó de
espuelas
su raudo potro
siniestro;
sobre los campos de
España
la sal del odio
vertieron,
por que no dieran
más pan
que el pan de su
privilegio.
Se desbordaron de
sangre
el Guadalquivir y el
Ebro;
torrentes rojos
teñían
montes, collados y
oteros;
y a la luna subió el
grito
de guerra del pueblo
ibero.
–¡A las armas!,
camaradas,
¡a las armas!, que
los perros
han quebrado sus
carlancas.
¡A las armas!
¡Rompan fuego!
Lucha cruel han
trabado
la aristocracia y el
pueblo,
y en un revuelto
amasijo
de carnes rotas y
nervios,
rugen por tierras de
España
cada uno por sus
fueros.
–¡Camaradas, a las
armas!
¡El grito deshizo el
cerco
adorable de los
brazos
y quedó desnudo el
cuello!
Sola, no, que ya
reclinas
un sueño de oro en
tu pecho;
aún tienes una
sonrisa
que devuelve tu
reflejo.
¡”Libertaria”, has
de ser fuerte!
María Silva, ¡de
hierro!
Pedazos de tus
entrañas
necesitan tus
alientos.
Látigos hienden la
noche.
–Corazón mío, es el
viento…
Y María Silva canta:
–“Duerme…, nanita…,
arrapiezo.”
Puños de gigante
baten
la puerta del
aposento
y la noche entra de
pronto,
negra de horror y
misterio.
–Ráfagas de fuego
arrancan
desgarrones de
silencio–.
¡Ay, María Silva
Cruz,
carne dolida del
pueblo!
Rugió brutal el
destino,
–¡Al fin, María
Silva! ¡Fuego!
¡Ay!, María Silva
Cruz
(“Libertaria”, por
tu abuelo),
¡carne de tu misma
carne,
te vengará el pueblo
ibero!
Lucía Sánchez
Saornil
Mujeres Libres, núm. 5, 1936
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