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3163. El relato de Calixto Garrido, fusilado y enterrado en la fosa común

Un día, hace poco, entre los tantos milicianos y milicianas que entran a la fotografía de Mona a retratarse para carnets, penetró un joven. Llevaba la cabeza vendada, y sobre el vendaje, el gorro de miliciano. Como le preguntasen sobre su herida, comenzó a contar sus andanzas, desde que salió evadido de su pueblo hasta su llegada a Madrid, donde fué hospitalizado. El relato de Calixto Garrido Castilla, que así se llama el hombre que "ha vivido la muerte", se hizo de tal interés, que todos estuvieron pendientes de su charla, Calixto habla con un gran vigor expresivo, como todos los hijos de las tierras del Sur. En los tiempos de antes de la Guerra civil, Calixto Garrido Castilla era pintor mural y vivía en su pueblo, con sus dos hijos. Tenía ideas libertarias y no se quedaban en el buche, sino que las propagaba con valor. Tenia una compañera. Era feliz... Y, de pronto, la película trágica, que se alargaba días y días, por caminos, por cortijos, por los maizales frescos de luna y de noches de rocío ...


Al amanecer del 27 de julio 

—Al iniciarse la sublevación traté de salvarme con mi madre y mis hijos. Salimos el alba del día 27. Antes, en el casino, destruí un fichero para evitar responsabilidades. Mi madre, Rosalía Castillo Molina, llevaba al chico, y yo, a la pequeña. Así caminamos por los caminos hasta llegar a otro pueblo próximo, que creíamos limpio del fascismo. Estaba también revuelto. Entonces acomodé a mi madre y a mis hijitos en un camión que salía para una capital, y en que estarían pronto a salvo. En cuanto a mí, me quedé en el pueblo y me encaminé a una pequeña isla que forma el río, conocida por mí desde muchacho. Creí que estaría seguro. Pronto tuve confidencias de que la isleta iba a ser registrada. Antes de que esto ocurriese, busqué otro escondrijo en la misma isla, un nidal de zorros. ¡Zorrera de la Puente de Gilena, bien me acuerdo de ti!... Catorce días estuve en ella, y sólo mi cuñado y mi hermana lo sabían. Todas las noches me traían comida. Alguien tuvo que verlos y sospechar. Debió de saberse lo de la zorrera, porque el 15 de agosto, una madrugada, oí el alentar caliente de los perros de caza, los pachones, que abrían la tierra buscándome, azuzados por los de la remonta ... Oí fuera las voces de los fascistas ... Ya los perros iban a dar conmigo ... Me olfateaban. Ladraron ...  ¿Qué hacer?... ¿Cómo salir de allí? ... 


"Usted no tiene corazón para entregarme"

—Descubrí que mi cueva daba salida a la Barranca, una cueva con agua. Me guarecí allí. A las tres de la mañana del otro día salí con dirección a la capital. Estaba a treinta kilómetros. Fatigado llegué al cortijo que le dicen Montesino, propiedad del Algabeño, ex matador de toros, y yo no sabia que lo era de hombres ahora, con cuatrocientas pistolas a su alrededor. Yo iba disfrazado con una varilla, una alforja y una manta. Me salló al frente el cortijero, el Calaño. Y a mi pregunta de si pasaba un camión para la ciudad, se me quedó mirando fijo al entrecejo. 

"Compañero —me dijo—, ¿tienes valor de viajar?" 

"Llevo en regla mi documentación". 

"Mira que están asesinando a mucha gente..." 

Salí del cortijo y fui a donde me envió el Calaño, a una caseta de peón caminero, donde me darían de comer... ¡Nunca hubiera ido allí! ... 

El peón se me quedó mirando fijamente: 

"Camarada —me habló—, tu situación es grave. Lo mejor es entregarse a los fascistas. Yo te entrego..." 

Y se sonreía, torciendo la boca. 

"iUsted no tiene corazón para entregarme! ..." —le dije con coraje, aunque se me helaba la sangre. 

Y él, con pausada energía: 

"Menos polémica y adelante ... Por el camino de la verdad ..." 

Yo me fui más que aprisa.


Fusilado

—Me metí en un río. Nadé como pude y logré ganar tierra firme. Era la Vega de Carmona. ¡Estaba salvado! ... Pero, de pronto, me vuelvo y veo junto a la sombra de un álamo, en el sol rojo de la caída de la tarde, la sombra de un caballo. Me fijo más y atisbo otro caballo de militares... ¡Me entró un miedo horroroso, porque yo no llevaba armas! ... No sabía qué hacer. Me agacho y tiro a correr a lo largo de unos maizales. 

"Cógelo" —oigo gritar. 

Y en seguida sesenta o setenta disparos. Estaba herido ... Sentía fluir la sangre ... Me dejé caer y, para que me creyesen muerto, me restregué con la sangre toda la cara, y chupando las heridas hice ver que la sangre me fluía de la boca, como si tuviera destrozados los pulmones ... 

"¿No te decía que lo había matado?" —oí decir a un fascista, y luego—: "Vete por el camión y nos llevaremos a éste con los otros seis de hoy.'' 

Me quedé frió de horror cuando oí la bocina del camión. Sentí cómo me cogían de brazos y piernas y, como a un saco, me lanzaban dentro del coche, sobre una veintena de cadáveres ... Llegamos al cementerio de noche. Al bajarme del camión, sentí que un faccioso me acuchillaba los brazos. Nos arrojaron a una fosa de cal, la fosa común. El enterrador comenzó a remover la tierra con su azada para sepultarnos. 

"Compañero —le musité —, que yo vivo aún ..." 

Y su voz, como un hilo, delgada: 

"Calla ... Están ahí, todavía ..., a la puerta ..." 

Estuve tres u cuatro horas entre los muertos ... ¿Se habría olvidado de mí? No se olvidó. Vino a la alta noche, con un farolillo rojo ... 

"¿Dónde estás? ..." 

"Aquí, compañero ..." 

"Coge ese camino —me dijo— y antes de que salga el sol te escondes ... Te escondes en el fondo de la tierra ..." 

Le di un abrazo muy grande ... Cuando llegué a Palma del Río estaba salvado. Don Enrique Becerril, médico y miliciano, me hizo la primera cura ... Los compañeros Algorada, Garrido, Fernández y Navarrete, del Comité Popular, me dieron un pasaporte ... Ahora ya estoy tranquilo. Sólo esta, herida de la cabeza, que me ensordece ... Tienen que operarme. 


Emilio Fornet
Estampa, 3 de octubre de 1936








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