XXIII
Testamento (I)
Dejo a los sindicatos
del cobre, del carbón y del salitre
mi casa junto al mar de Isla Negra.
Quiero que allí reposen los maltratados hijos
del cobre, del carbón y del salitre
mi casa junto al mar de Isla Negra.
Quiero que allí reposen los maltratados hijos
de mi patria, saqueada por hachas y
traidores,
desbaratada en su sagrada sangre,
consumida en volcánicos harapos.
desbaratada en su sagrada sangre,
consumida en volcánicos harapos.
Quiero que al limpio amor que
recorriera
mi dominio, descansen los cansados,
se sienten a mi mesa los oscuros,
duerman sobre mi cama los heridos.
mi dominio, descansen los cansados,
se sienten a mi mesa los oscuros,
duerman sobre mi cama los heridos.
Hermano, ésta es mi casa, entra en el
mundo
de flor marina y piedra constelada
que levanté luchando en mi pobreza.
de flor marina y piedra constelada
que levanté luchando en mi pobreza.
Aquí nació el sonido en mi ventana
como en una creciente caracola
y luego estableció sus latitudes
en mi desordenada geología.
como en una creciente caracola
y luego estableció sus latitudes
en mi desordenada geología.
Tu vienes de abrasados corredores,
de túneles mordidos por el odio,
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía.
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía.
Testamento (II)
Dejo mis viejos libros, recogidos
en rincones del mundo, venerados
en su tipografía majestuosa,
a los nuevos poetas de América,
a los que un día
hilarán en el ronco telar
interrumpido
las significaciones de mañana.
Ellos habrán nacido cuando el agreste
puño
de leñadores muertos y mineros
haya dado una vida innumerable
para limpiar la catedral
torcida,
el grano desquiciado, el filamento
que enredó nuestras ávidas llanuras.
Toquen ellos infierno, este pasado
que aplastó los diamantes, y
defiendan
los mundos cereales de su
canto,
lo que nació en el árbol del
martirio.
Sobre los huesos de caciques, lejos
de nuestra herencia traicionada, en
pleno
aire de pueblos que caminan solos,
ellos van a poblar el estatuto 20
de un largo sufrimiento victorioso.
Que amen como yo amé mi Manrique, mi
Góngora,
mi Garcilaso, mi Quevedo:
fueron
titánicos guardianes, armaduras
de platino y nevada
transparencia,
que me enseñaron el rigor, y busquen
en mi Lautréamont viejos lamentos
entre pestilenciales agonías.
Que en Maiakovsky vean cómo ascendió
la estrella
y cómo de sus rayos nacieron las
espigas.
Pablo Neruda
Canto General, 1950
felicitaciones por la maravilla de tu blog
ResponderEliminarabrazos desde el silencio de Miami
Gracias por tus palabras. Seguimos ... Abrazos.
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