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3239. Romance de la vida, pasión y muerte de Encarnación Jiménez, la lavandera de Guadalmedina





I

¡Adiós las aguas del río
camino de la mar brava!
adiós las aguas crueles,
cuchillos que se afilaban
en la piedra del invierno!
¡Manos mías traspasadas!

¡Adiós las duras orillas
que me miraron esclava,
la rodilla hincada en tierra,
arco agobiado la espalda,
arrojar a la corriente
con ignorancia heredada
hora por hora una vida
sin florecer, agostada!

¡Ay, río Guadalmedina, 
cauce de penas amargas!
¿Tuviste como otros ríos
nocturnos de lunas claras,
pájaros de amanecer,
chopos vestidos de plata,
cielo cuajado en remansos,
flechas de sol en el agua?

¡Ay, río Guadalmedina,
¿para quién eran tus galas?
¿Dónde esas vegas floridas
y esas veredas románticas
que andan siempre con los ríos
disputándose distancias?
¡Ni espejo quisiste ser,
ni espejo para mi cara
si nacía una sonrisa
robando sal a mis lágrimas!
¡Siempre es como el agua turbia
debajo de mis miradas!

¡Ay, río Guadalmedina,
cauce de penas amargas!
¿Quién ha dicho que los ríos
tienen flautas encantadas
que tañen en los crepúsculos
con lenguas de viento y agua?
¡Ay, dolor! dolor del río
sobre mi cuerpo y mi alma
-frío, dureza, fatiga,
hambre, sudor, ignorancia-.
¡Ay, río Guadalmedina,
cauce de penas amargas!


II

Cambié ropas de "señores",
batistas finas y claras
por ropas de miliciano
obscuras y ensangrentadas.
¿Qué pecado han cometido
mis pobres manos esclavas?
Cambié de ropa, buen juez,
que también los tiempos cambian.

Sangre y sudor como Cristo
los hijos del pueblo daban.
¡Si yo supiera por qué!
¡Maldición de mi ignorancia!
tan sólo sé que eran carne
de mi carne atormentada.
Esto es lo que sé tan sólo,
de lo demás no sé nada.
El río era el mismo río,
turbia como siempre el agua,
las mismas duras orillas
y la misma hambre insaciada.

Yo no sé nada, buen juez.
Estoy loca de palabras
y nadie acierta a decirme
por qué los hombres se matan.
Eran de mi misma carne...
¿Es esto una cosa mala?
Ayer lavé ropas finas,
hoy ropas ensangrentadas.
Si me sacan de ahí, buen juez,
no comprendo una palabra.

El juez se encogió de hombros;
huyó mirarla a la cara.
Para escarmiento de pobres
ha mandado fusilarla.


III

Caliente de sangre está
la hora más fría del alba,
de estupor cuajado el aire,
la conciencia desvelada
y el sueño, rotas las venas,
vigilante en las ventanas.

Siegan cuchillos de miedo
las voces en las gargantas

¿A dónde va Encarnación
Giménez, altiva y pálida,
una pregunta en los labios
que nadie ha de contestarla
y una escolta de fusiles
con bayoneta calada?
Sólo la luna la sigue
desde los cielos del alba
y el río Guadalmedina,
crecido de sangre y lágrimas.

Ya está la tapia alevosa
traicionándole a la espalda.
La van a matar por pobre
-cosa ruin de la "canalla"-.
Justicia que manda hacer
código de aristocracia.
Pobres del mundo ¡acorradla !
¡suene clarín de batalla!
¡Ahajo todos los códigos,
corran veloces las llamas!
¡cayó Encarnación Giménez
bajo un huracán de balas!
¡Si hundir el mundo precisa,
derrúmbese noramala!
¡En pie los pobres del mundo
en torrentes desbordada!


Lucía Sánchez Saornil
Mujeres Libres núm. 9, 1937






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