Por radio aúlla Doval,
el cabo mayor de vara
del gran presidio en que el fascio
quiere convertir a España.
Arenga a sus cuadrilleros,
y esta consigna les daba:
que no habían de quedar,
al final de la jornada,
ni heridos, ni prisioneros,
ni piedras que lo contaran.
¡Mal contaba él con el pueblo!;
que en Navalperal le aguardan,
flor de la española sangre,
las Milicias de Mangada.
Le rechazan por dos veces,
dos veces le derrotaban.
El campo deja cubierto
de muertos de su mesnada,
y en manos del vencedor
sus pertrechos de campaña
Con reniegos cuarteleros
a escape se encierra en Ávila,
donde roquetes y fascios
salían a echarle en cara
los humos perdonavidas
de sus pasadas bravatas.
Disolvió allí su columna
—que ya bien disuelta estaba—
y ladeándose el tricornio
a Valladolid marchaba.
Requiem aeternan de zumbas
le hacía la clerigalla
que se echó al campo a salvar
a cristazo limpio a España,
y él coro de señoritos,
guerrilleros de mandanga,
viéndole tomar soleta
le hacia un corte de mangas.
¿Dónde irá que no le alcance
la justicia que no marra?
Pidiéndola están a gritos
las viejas piedras serranas
y los ríos enturbiados
de sangre moza y honrada,
y por montes y breñales,
con el puño en alto, avanza,
clamando justicia, nuestra
República democrática,
que el pueblo ha sacado a vida
del hondón de sus entrañas,
y está dando a manos llenas
sangre y vida por salvarla.
La Libertad va con ella,
vestida de miliciana;
su brazo firme da al viento
la bandera proletaria.
¡Unidos, hijos del pueblo,
corramos tras sus pisadas!
Mirad que sin libertad
no hay vida de hombre que valga.
¡Pobre del que en su camino a
atravesársele salga;
que aquí todos somos pueblo,
y el pueblo se ha puesto, en marcha
a dar escopeta al brazo,
batida a las alimañas!
José María Quiroga Plá
Madrid, agosto 1936
Romancero de la Guerra civil
El Mono Azul, 8 de octubre de 1936
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