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3263. Mujeres del Pueblo




"Tiorras desgreñás" llamaba con torpe erudición un literato de nuestra época a esas mujeres de nuestra nación que unidas muchas veces a sus compañeros de trabajo formaban parte de manifestaciones tumultuosas con las cuales el pueblo pretendía emanciparse del yugo de su esclavitud. Nombre y calificativo despectivos, que no podían ser jamás adjudicados a esas mujeres sino con el deseo ferviente de ofenderlas, toda vez que en el alma de esas humildes mujeres no podía sino anidar el entusiasmo noble y sincero de unir sus quejas muy hondas a las de sus compañeros, con miras a un mejoramiento, primero material, de sus condiciones de vida, base de un bienestar de otro orden. 

Porque no cabe duda que el deseo innato en todos los seres racionales es el de superar mejorativamente sus condiciones de vida, escalar, por decirlo así, un puesto más elevado en la sociedad, aunque a veces la voluntad, palanca formidable de nuestras actividades, no acompañe constantemente a nuestras aspiraciones para realizarlas.

Por eso, al llamar de ese modo a las mujeres del pueblo, este literato envolvía todo un juicio de desdén hacia esas nobles mujeres que no teniendo más caudales valiosos que su honra, se lanzaban a veces a la calle para gritar con denuestos viriles y exigir la liberación de sus compañeros de trabajo. No perdiendo su honra, la mujer, ¿no es mil veces plausible que grite y que escupa, que mueva y aliente a los hombres para luchar junto a ella si con ello pretende conseguir un mejoramiento para sus hijos y para los hermanos de su clase? ¿Qué importa entonces que su pelo —ficticio marco vistoso muchas veces de cerebros ruines— se ondule a los soplos del viento y sus puños se cierren en alto y el tono de su voz se agríe, si su alma y su honra no pierden su pureza? 

Esas mismas mujeres de entonces, que tanto gritaban y que tan injustamente fueron calificadas, son las que hoy contribuyen muy activamente a libertar a España. Sin duda, todas ellas, con la vista fija en un porvenir venturoso de la Patria, ofrecieron la fuerza de sus músculos para trabajar en fábricas y talleres y hoy suplen a los hombres que luchan en los frentes. 

Hermosa lección de patriótico heroísmo nos dan esas mujeres. Con su pelo suelto y sus vestidos sucios trabajan sin descanso. Pero esas compañeras del humilde paria ya no gritan desaforadamente en plazas y paseos y si lo hacen a veces es para llamar a los hombres a cumplir con su deber de empuñar las armas para defender a España. 

No les importa que sus encantos femeninos hoy sufran menoscabo. Tiempos vendrán en que sus manos, encallecidas hoy por los hierros del taller o la mancera del arado, recobren la delicadeza suave que deben tener. Pero sobre todo, habrán conservado incólume su honra. Ya no podrán dejarse seducir por el señorito satisfecho de quien nos habla otro insigne literato de nuestra época. Y no envidiarán tampoco a las que mecieron su infancia en plateadas cunas, a las que más tarde fueron traidoras a su patria, estrechando entre sus brazos a los invasores de su suelo.

Trabajando en los campos y en las fábricas construye para el día de mañana una España próspera y feliz. Por eso estas mujeres "desgreñás" merecen todo nuestro respeto y toda nuestra admiración. Porque quieren a sus hijos con el tierno amor de madre, más hondamente sentido cuanto más profunda es la desgracia de la vida humilde, trabajan sin descanso para ofrecer a sus hijos un porvenir más halagüeño que el que ellas vislumbraron hasta ahora. No regateando sacrificios, dieron muchas veces incluso la vida en los campos de batalla luchando contra los invasores extranjeros, de mostrando al mundo de ese modo que la virtud heroica de los sacrificios en la guerra no era exclusiva de los hombres. Esa mujer española de costumbres toscas, de ademanes bruscos y desordenado pelo es el espejo de la mujer buena. Por eso no importa que un literato las haya calificado con tanto desdén. ¡Ojalá que todas las mujeres españolas sintieran tan hondo anhelo de justicia social, aunque en apariencias merecieran calificarse de tal modo! 


C. Codes
Comisario del S.I.A.
A sus puestos núm. 6, octubre de 1938







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