Margarita Fuente es una muchacha preciosa. A pesar de su atuendo
militar y de su serenidad y su paso marcial, más que una guerrillera parece una
burguesita dispuesta a volar en avión.
Veintiún años, soltera, madrileña, lectora, mujer culta. Todas
estas cosas asoman en su cara graciosa y en sus ademanes finos.
Y, a pesar de aspectos y delicadezas, una decisión magnífica de
miliciana auténtica.
—Si; yo estaba empleada en casa de un abogado.
Allí tenía un trabajo constante, que no me dejaba más que leer
mis libros preferidos... Nunca pertenecí a ningún partido. Pero tan pronto como
empezó la sublevación, me alisté en las Milicias para lo que fuera. ¡Lo
que yo quería era servir a la República! Una cosa inesperada adelantó mi
incorporación. Uno de los primeros días de lucha, me encontré con que el
abogado había abandonado su bufete.
Inmediatamente se presentó en la oficina de alistamiento y
vistió el "mono". Marchó a Cercedilla, donde ha estado más de dos
semanas en servicios auxiliares. A la vuelta a Madrid se encontró con que le
ofrecían el mando de un grupo en organización: el Femenino de Investigación,
que quizá no tarde mucho tiempo en comenzar sus servicios.
Por ahora, mientras empieza o no, he aquí a Margarita Fuente
trabajando en la secretaría de la Comandancia de las Milicias. Teléfono,
órdenes delicadas, partes a máquina, informaciones taquigráficas. Todo sale de
sus manos en trabajo vivo y constante.
—Pero no tardaré mucho en volver al frente. Quiero observar de
cerca, luchar junto a la línea de fuego, anotar todo esto que estamos viviendo,
que es tan interesante, escribirlo...
Nada tendría de extraño que esta bella muchacha, deseosa, como
las otras, de estar en el frente, e interesada, como nosotros, en apuntar los
momentos que estamos viviendo frente a la vida que nace, fuese dentro de poco
nuestra compañera de Prensa.
¿Quién iba a decir, hace poco más de un mes, a ninguna de ellas
—la obrerilla, la mujer de su casa, la mecanógrafa, tan alejadas en sus
trabajos— que iban a verse ahora vestidas de milicianas, arma al hombro,
entusiasmo en los labios y fuego bélico en los ojos? ¿Quién iba a suponerlo?
Pero así son las cosas de inesperadas y espontáneas; así es el airón de nuestra
raza, así, bajo una sonrisa dulce o bajo un gesto humilde, puede surgir —como
ahora ha pasado— el corazón, ardiente de libertad, de España.
Claudio Laín
Estampa, 29 de agosto de 1936
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