Fotografía de Alfonso |
María Martínez
Sierra
María Martínez
Sierra, todos lo sabéis, acaba de dar en el Ateneo un cursillo de conferencias
bajo el tema La mujer española ante la República. Ha sido un
cursillo de vulgarización de deberes y derechos ciudadanos y de aclaración de
algunos conceptos que se prestaban a lamentables confusiones. María Martínez
Sierra ha hecho con esto una gran obra. Todavía están en el aire sus palabras
transparentes. Y asímismo, claros, diáfanos, son los conceptos con que responde
a nuestra encuesta:
—Nuestra primera y más eficaz labor ha de ser la propaganda. Las mujeres somos por naturaleza
habladoras. ¡Gran ocasión se nos presenta para aprovechar esta condición de
nuestro carácter! Hablar, hablar incansablemente, hablar constantemente en bien
de la República, aclarar ideas, esclarecer conceptos, hasta que entren y se
afiancen en la conciencia de todos...
—¿Y después?
—Después, cuando
nos encontremos en posesión de nuestros derechos de ciudadanía, estos que se
nos reconocen ampliamente, buscar con nuestro voto no la coalición de partidos,
sino la reunión de hombres sinceros. El voto de las mujeres en América dio como
resultado la dispersión de los partidos políticos. Y es porque ellas votaban
buenamente al que le parecía más apto, más honrado, de conducta más intachable,
sin importarles que vinieran de este o del otro lado. Aclaro. Ya sabe usted que
las mujeres somos un poco comprometidas, un poco curiosas; de este modo ellas
enteraron de la vida y milagros de sus candidatos y votaron aquellos que las
ofrecieron más garantía y verdadera moralidad.
Luego aún —hay
más— la labor de la mujer al frente los poderes públicos abarca un vasto campo
con un programa aparentemente sencillo: la escuela. Hay que ir a la escuela
única, hay que embellecer la enseñanza, haciendo de las Universidades lugares
acogedores, bellos, atractivos.. Yo pondría en la Universidad tapices, cuadros,
estatuas, jardines, para que nuestra juventud no encontrara en ella sino
motivos de honda satisfacción espiritual..., y vería con inmensa alegría la fundación
de la Universidad del Trabajo, en que se dieran grados y doctorados de la la
labor manual. ¿No es maravilloso imaginar que los albañiles —los «doctores en
albañilería» del porvenir— pudieran ponerse el smoking después de su labor, con
el mismo derecho que se lo pone el médico terminadas sus tareas en el
quirófano?
Como soy
maestra, toda la labor de las mujeres en la República la veo a través de ese
prisma: la escuela.
María
Luisa Navarro de Luzuriaga
Entre las nuevas asociaciones y
corporaciones formadas al calor de la República hay que conceder importancia
excepcional a esta Asociación Republicana Femenina, a la que pertenece la
ilustre María Luisa Navarro de Luzuriaga, cuyas opiniones están revestidas de
máxima autoridad.
—La mujer —nos
dice— debe incorporarse completamente a la vida pública y contribuir a la
consolidación de esta forma de Gobierno, por su propio interés y por el de la
Nación. No debe por ello abandonar la vida privada, sino organizarla en forma
tal que sean compatibles.
Tienen ya
señalado su rumbo las mujeres que pertenecen actualmente a las llamadas
«juventudes», en las cuales los muchachos y las muchachas viven los mismos
valores como iguales: ellas prestarán valiosos servicios a la República,
organización más propicia que la monarquía, para recoger y aprovechar sus
esfuerzos. A ellas se sumarán la minoría de mujeres que las precedieron y
rompieron la marcha en tiempos difíciles, por la incomprensión del medio y que
aún disfrutan de una madurez capaz. Las otras mujeres, las que han adoptado
hasta ahora el doloroso gesto de oprimidas, deben sacudirse de su inercia y
participar, en la medida de sus fuerzas, en los problemas planteados a los
seres libres de un Estado democrático. «Los oprimidos», cuando no escudan tras
una cómoda posición egoísta un espíritu parasitario, tienen derechos. «Pero
tienen ante todo el deber de no ser oprimidos.»
Matilde Muñoz
Crónica, 7 de
junio de 1931
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