Mujeres trabajando en la fábrica de cerillas La Fosforera en Carabanchel, Madrid. Años 30 |
Margarita Nelken
Margarita Nelken, inteligencia luminosa y
combativa, espíritu periodístico de fibra, da a su respuesta un noble
ardimiento:
—¿La actuación de la mujer en la República?
lo preferiría decir «la actuación frente a la mujer», pues lo más necesario, a
mi juicio, es enterar a la mujer de lo que es la República. Una petición
reciente, firmada por unas señoras que ostentan su fe de católicas como pendón
político, y por las sirvientas, porteras y hasta niñas pequeñas de dichas
señoras (esto no es humorismo sino afirmación comprobable y comprobada), ha
puesto una vez más de manifiesto la lamentable ignorancia política y social de
un gran sector de la feminidad española. La confusión entre el acatamiento de
un dogma y la imposición de una creencia: entre la supresión de la enseñanza
religiosa obligatoria y la prohibición de la enseñanza religiosa; entre el
respeto a las autoridades eclesiásticas en el orden espiritual y la sumisión a
las mismas en el orden temporal; entre la firmeza de creencias religiosas y el
hacer depender la ley de estas creencias, aun para quien no las tuviere (cual,
verbigracia, en la cuestión del divorcio, que ningún país hace «obligatorio»,
sino simplemente «posible»); entre, incluso, el respeto a la religión y a las
comunidades religiosas, y la tolerancia dentro de las comunidades religiosas de
actividades industriales que suponen, por su existencia al margen de toda ley,
una competencia ilícita para el resto de la producción: esa confusión, fruto de
una ignorancia que raya en la falta de sentido común, demuestra bien a las
claras que lo más urgente, con respecto a la mujer española, es la necesidad de
cultura.
Y no me refiero a instrucción escolar o
universitaria, sino a esa cultura que proviene de la amplitud de miras, de la
comprensión «humana» de la vida, y que es norma elemental en todos los pueblos
civilizados, por muy arraigadas que sean en ellos las creencias
religiosas.
Por lo tanto, a mi juicio, la actuación de
la mujer en la República ha de constituir en España, ante todo, una obra de
enseñanza, de divulgación, de cultura, en una palabra, por parte del reducido
número de las «preparadas», para con aquellas que carecen de preparación y sólo
por eso —entiéndase bien, sólo por eso, no por falta de capacidad— demuestran
en sus manifestaciones o en su inhibición un desconocimiento absoluto de
aquello mismo que constituye su principal preocupación.
«Hildegart»
La joven y entusiasta propagandista, que a
la edad en que las niñas de antaño jugaban con sus muñecas o confiaban a las
margaritas sus nacientes conflictos sentimentales, se entrega a la labor de
vulgarizar temas difíciles y espinosos, y de aclarar conceptos que han merecido
secular y espesa incomprensión, es un símbolo de la evolución que han realizado
nuestras juventudes. Hildegart ha respondido a nuestra encuesta:
—La labor de la mujer debe ser doble, como
es doble también su personalidad. El sentido depurador del feminismo sitúa a la
mujer ante un horizonte de derechos, pero ante la realidad de unos deberes. La
noción de la responsabilidad, al penetrar en el espíritu de la mujer, le hará
ver lo que debe dar para poder exigir.
Dentro del núcleo femenino español hay en
la actualidad dos sectores, el de una minoría que se ha preocupado de los
candentes problemas de España cuando el hablar de libertad era sentar plaza de
rebelde y el luchar contra la Monarquía ocasionaba molestias y persecuciones.
Otra, la de la masa que se ha unido al sentir republicano por sugestión del
momento o por imperativo de la necesidad. Unas y otras tenemos un deber que
cumplir con la República. Ayudarla con nuestra propaganda y con nuestra mayor
instrucción.
La cooperación inmediata que la mujer debe
prestar a la República será la de alistarse en los partidos políticos ya
existentes, no la de crear núcleos femeninos que mantengan la hoy más que nunca
ridícula separación de sexos.
Matilde Muñoz
Crónica, 21 de junio de 1931
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