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3361. ¿Cuál debe ser la labor de las mujeres en la República? IV

Mujeres trabajando en la fábrica de cerillas La Fosforera en Carabanchel, Madrid. Años 30


Margarita Nelken

Margarita Nelken, inteligencia luminosa y combativa, espíritu periodístico de fibra, da a su respuesta un noble ardimiento: 

—¿La actuación de la mujer en la República? lo preferiría decir «la actuación frente a la mujer», pues lo más necesario, a mi juicio, es enterar a la mujer de lo que es la República. Una petición reciente, firmada por unas señoras que ostentan su fe de católicas como pendón político, y por las sirvientas, porteras y hasta niñas pequeñas de dichas señoras (esto no es humorismo sino afirmación comprobable y comprobada), ha puesto una vez más de manifiesto la lamentable ignorancia política y social de un gran sector de la feminidad española. La confusión entre el acatamiento de un dogma y la imposición de una creencia: entre la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria y la prohibición de la enseñanza religiosa; entre el respeto a las autoridades eclesiásticas en el orden espiritual y la sumisión a las mismas en el orden temporal; entre la firmeza de creencias religiosas y el hacer depender la ley de estas creencias, aun para quien no las tuviere (cual, verbigracia, en la cuestión del divorcio, que ningún país hace «obligatorio», sino simplemente «posible»); entre, incluso, el respeto a la religión y a las comunidades religiosas, y la tolerancia dentro de las comunidades religiosas de actividades industriales que suponen, por su existencia al margen de toda ley, una competencia ilícita para el resto de la producción: esa confusión, fruto de una ignorancia que raya en la falta de sentido común, demuestra bien a las claras que lo más urgente, con respecto a la mujer española, es la necesidad de cultura. 

Y no me refiero a instrucción escolar o universitaria, sino a esa cultura que proviene de la amplitud de miras, de la comprensión «humana» de la vida, y que es norma elemental en todos los pueblos civilizados, por muy arraigadas que sean en ellos las creencias religiosas. 

Por lo tanto, a mi juicio, la actuación de la mujer en la República ha de constituir en España, ante todo, una obra de enseñanza, de divulgación, de cultura, en una palabra, por parte del reducido número de las «preparadas», para con aquellas que carecen de preparación y sólo por eso —entiéndase bien, sólo por eso, no por falta de capacidad— demuestran en sus manifestaciones o en su inhibición un desconocimiento absoluto de aquello mismo que constituye su principal preocupación.


«Hildegart» 

La joven y entusiasta propagandista, que a la edad en que las niñas de antaño jugaban con sus muñecas o confiaban a las margaritas sus nacientes conflictos sentimentales, se entrega a la labor de vulgarizar temas difíciles y espinosos, y de aclarar conceptos que han merecido secular y espesa incomprensión, es un símbolo de la evolución que han realizado nuestras juventudes. Hildegart ha respondido a nuestra encuesta: 

—La labor de la mujer debe ser doble, como es doble también su personalidad. El sentido depurador del feminismo sitúa a la mujer ante un horizonte de derechos, pero ante la realidad de unos deberes. La noción de la responsabilidad, al penetrar en el espíritu de la mujer, le hará ver lo que debe dar para poder exigir. 

Dentro del núcleo femenino español hay en la actualidad dos sectores, el de una minoría que se ha preocupado de los candentes problemas de España cuando el hablar de libertad era sentar plaza de rebelde y el luchar contra la Monarquía ocasionaba molestias y persecuciones. Otra, la de la masa que se ha unido al sentir republicano por sugestión del momento o por imperativo de la necesidad. Unas y otras tenemos un deber que cumplir con la República. Ayudarla con nuestra propaganda y con nuestra mayor instrucción. 

La cooperación inmediata que la mujer debe prestar a la República será la de alistarse en los partidos políticos ya existentes, no la de crear núcleos femeninos que mantengan la hoy más que nunca ridícula separación de sexos. 


Matilde Muñoz
Crónica, 21 de junio de 1931








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