Carmen Hornero, alcaldesa de Fernancaballero en 1933. A la derecha el Gobernador civil, Fernández Matos |
En los pueblos manchegos, como
en el resto de España, han florecido también alcaldesas. Una sonrisa femenina,
juvenil en la mayoría de los casos, va a alegrar las sesiones de no pocos
Ayuntamientos hasta las próximas elecciones municipales. El gobernador civil de
Ciudad Real, señor Fernández Matos, que es, ante todo, un agudo periodista, nos
facilitó amablemente un boceto de información, y como le dijéramos:
—Aquí, en la provincia de Madrid, también hay muchas
alcaldesas.
El contestó:
—Sí; pero ¿a que no tienen ustedes ninguna en plena luna de miel?
Y es verdad. En Fernancaballero, la alcaldesa, que es, al mismo
tiempo maestra, se casó exactamente hace un mes con el maestro del pueblo. No
es difícil imaginarse las terribles complicaciones que de esta coincidencia se
derivan. Yo, aunque nadie me las ha contado, las imagino.
A los veintitrés años, bonita, ilusionada, ¿qué novia no le
repite, como un leit motiv, al novio: "¿Verdad que no nos separaremos
nunca?" "¿Verdad que iremos a todas partes juntos?..." Y los dos
se lo prometen repetidas veces, lo cumplen fielmente durante dos o tres meses,
y luego, por acuerdo tácito, introducen ciertas modificaciones en el
programa de felicidad conyugal elaborado antes del matrimonio.
Pero durante esos dos o tres meses primeros no hay quien deshaga
la pareja. Alguien me ha contado que la gentil alcaldesa de Fernancaballero ha
tenido el rasgo delicioso de hacer de su esposo algo así como un alcalde
consorte. Los dos juntitos presidían las sesiones, o iban al frente de una
Comisión para entrevistarse con el gobernador civil. No sé si lo seguirán
haciendo, después de un elocuente discurso de Fernández Matos sobre la
sublimidad de los deberes ciudadanos. Es muy joven —veintitrés años—, guapa,
simpática. Se llama Carmen Hornero; su marido Enrique Duarte. No parecen,
ninguno de los dos, entusiasmados por el nuevo cargo.
—Fué una sorpresa —me dice el marido—. Yo hice cuanto pude por
que me eligieran a mí alcalde y evitar a mi mujer todos los trastornos
consiguientes. Pero no conseguí nada y la nombraron a ella.
—¡Y con bien poca oportunidad! —interrumpe la alcaldesa—. Acababa
de quedarme sin criada, y desde entonces estoy atendiendo a la escuela, al
Ayuntamiento y a la cocina. ¡Es demasiado!
Luego hablamos de cosas serias:
—Quiero que arreglen la plaza del pueblo, que está muy mal. Y que
se apruebe la construcción de un grupo escolar. Lo que no me dice, pero que yo
creo adivinar, es su deseo de que las próximas elecciones municipales le
permitan continuar esa luna de miel interrumpida por unas austeras discusiones
en un Ayuntamiento manchego.
L.G. de L.
Estampa, 11 de febrero de
1933
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