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3407. Habla el gran poeta Antonìo Machado

Antonio Machado, segundo por la derecha, en la Conferencia Nacional de las J.S.U. - Valencia, enero de 1937


Hemos ido a buscarle a su retiro. Este paisaje valenciano —tan lejos, tan distinto del suyo: Castilla, Andalucía...— es la nueva perspectiva del poeta. He aquí cómo, por los azares de la guerra, Antonio Machado ha venido a ser algo nuestro. (¡Quién sabe si existe ya en potencia el poema definitivo de nuestra huerta!) 

He llegado hasta él con cierta emoción inquietante, aplacada al verle. Su bienvenida bondadosa, el cariño con que acoge mis deseos, me lo han puesto tan pronto y tan naturalmente a mi nivel, que la charla ha surgido espontánea y serena en una intimidad de estimulo. 

Le he prometido no fantasear a mi modo, no alterar en nada lo que él me ha dicho. Lo transcribo a continuación de una manera escueta, tal como ha surgido de sus labios. 

—Alguien ha dicho que "el gran poeta debe estar en medio de todos los hombres, sin cuidarse de sus banderas, regalando a unos y a otros su cosecha de altas verdades". ¿No cree usted que estas verdades (de serlo) no serían aceptadas en modo alguno por todas las clases de hombres? 

—Evidentemente. No a todos sentarían igual; pero, sin embargo, el poeta debe rendir culto a la verdad por encima de todo. Yo siempre lo he hecho así, y no me arrepiento. 

—Por el contrario, ¿no cree usted en el poeta de bandera al servicio de la alta y única verdad del pueblo? 

—De una manera dogmática, no. Pero en España el poeta debe estar siempre con el pueblo. Lo mejor en España es siempre del pueblo. El patriotismo, por ejemplo, es siempre popular, no es de ‘‘señorito". El ‘‘señorito" vende a la Patria y el pueblo la salva con su esfuerzo y con su sangre. Ocurrió así en la guerra de la Independencia, está ocurriendo ahora. 

—Efectivamente, parecen una cosa actual, y es que uno ve las cosas siempre a distancia, cuando vienen o cuando se van. La visión requiere distancia. Yo no podría escribir ahora sobre el hoy mismo. Así, estas poesías mías que compuse en 1911, tal vez sin justificación plena, pueden referirse —por milagro de intuición— a lo que hoy vivimos. 

—Recientemente se celebró en Valencia el Congreso de la Juventudes; a él asistió usted, aunque silenciosamente ¿Qué impresión le produjo?

—Magnificó Su idea central de agrupar a toda la juventud en estos momentos de lucha, pese a sus dificultades por la diversidad de ideología, es digna de llevarla a la práctica cuanto antes. Lo que me conmovió profundamente fué la intervención de "Pasionaria''. ¡Qué tono de slnceridad, de mujer española auténtica! (Y en su voz, que evoca la figura de la gran dirigente comunista, hay temblores de emoción contenida.) 

—El hecho de que personalidades como el profesor Carrasco, como usted, ocuparan un puesto de honor en dicha Conferencia, ¿no le parece altamente significativo? 

—Evidentemente. Fué una cosa muy simpática y muy representativa. Como significación, magnífica. A mí me honró inmerecidamente (apunta su modestia) y de manera extraordinaria la prueba de cariño que se me dispensó. 

—Para terminar, quisiéramos de usted unas palabras dedicadas expresamente a los estudiantes antifascistas españoles, como no ignora usted, agrupados en la F.U.E. 

—A los estudiantes os está reservado un gran papel en la revolución, ya que toda revolución no es sino una rebelión de menores. (¿Dice esto Antonio Machado o es Juan de Mairena quien habla?) Además, yo he tenido siempre un alto concepto de vosotros. He expresado ya en otras ocasiones que la enseñanza española no podría reformarse, encauzarse de manera eficaz, sin la colaboración de los estudiantes. Tampoco he creído justa la idea del estudiante apolítico. Los estudiantes debéis hacer política, si no la política se hará contra vosotros. 

Y en la despedida afectuosa vuelve a poner Machado toda su enorme bondad que le rezuma de su cuerpo gigante ya cansado.


J. Orozco Muñoz
Ahora, 1 de mayo de 1937







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