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3420. Lo que esperan de la República las mujeres que ganan su vida pobremente y con gran esfuerzo. Las verduleras

Plaza de Lavapiés de Madrid. Vendedoras de verduras ofreciendo su mercancía (Foto. Cámara)


Calle de la Ruda... Cabecera del Rastro, entraña viva de la chulería madrileña. Un gentío inmenso, que a duras penas puede abrirse paso, llena la estrecha calle. Entre la multitud van y vienen mujerucas con un puñado de verduras en la mano, que ofrecen insistentemente. El griterío ensordece. Un insulto restalla de pronto: «¿Pero se ha creído usté que yo lo robo? ¡Nos amolao la señorita del charles! Chica, regálaselo; a ver si se compra una piel más honrá, que la que lleva es de gato...» Poco a poco las vendedoras hacen causa común con la ofendida, hasta que la causante del tumulto, que tampoco se muerde la lengua, se pierde a lo lejos. Hay un silencio para escuchar a una rifadora, que grita: «¡El veintisiete! ¡El corte de bata en el veintisiete! ¿Quién lo tiene?» «¡Yo!», dice una que lleva al cuello des o tres ristras de ajos, que fingen collares monstruosos. «Pero qué suerte tié la Paca, siempre le toca algo... Pa mí que...» «¿Qué quieres decir?», responde airada la de la rifa, y hay otro conato de pelea. 

No veo la ocasión de acercarme sin peligro para la integridad de mi persona. Con algo de miedo, interpelo a una... y mi sorpresa es grande al ver que no sólo suaviza su voz, sino que me sirve de amable mediadora con sus compañeras. Habla asi: 

—¿...?

—Nos venimos a sacar unas dos pelas diarias, y en los días que repican fuerte hasta diez reales 

—¿...? 

—¡Pues tengo cinco chicos! 

—¿...?

—Como si lo fuera, porque mi hombre se ha declarao huelguista oficial. ¡Le han dao una credencial pa eso! 

—¿...?

—Pues que no trabaja nunca, y se aprovecha de las huelgas pa unirse a la comitiva. 

—¿...?

—¡Figúrese usté! No le puedo decir que a coci sólo, porque sale muy caro para los pobres. Pero entre las herejes y las patatas inconsolables... 

—Mudas, que dice el pueblo: las once mil vírgenes alguna vez, pa que vean que somos cristianos. Y, cuando se puede, un poco de carne, pa no perderla de vista. Vamos tirandillo... 

—¿...?

—Vivo en la Pradera. Pago cinco duros de cuarto... Bueno, pago es mucho decir. El casero es muy bueno, y me espera... 

—Regálale una cama turca, que se va a cansar —comenta una. —Además, como el comunismo está al llegar, ¿pa qué me voy a molestar en pagar, si to va a ser de tos. ¿Verdá usté? 

—A mí, con que me toque una de tres pisos con ascensor, estoy conforme —dice otra—.

—Ele. Y a mí una casa en la calle Alcalá, con portero de levita, que viste mucho. 

—¿...?

—Ah, ¿pero no van a dar na? Pues, entonces, ¿pa qué sirve eso? 

—¿...?

—Nosotras queremos que nos rebajen les impuestos, que nos cuestan cuatro pesetas por metro. ¡Casi na! ¡Ocho pesetas por mes! Que hagan colegios ande tener a los chicos recogios y... na más. ¿Qué más va a pedir una que salú y mucha venta? ¿Verdad. chicas?

—¡Sí! ¡eso! ¡Muy bien dicho! —Oiga usted, ¿puede usted decir to esto en la  Crónica?

 —¿...?

—Pues cuente usted con unas parroquianas; que ya era hora de que se acordasen de nosotras. Digo, y pa sacarnos en un periódico de lujo. ¡En cuanto me vea mi marido retrata en él se va a creer que he cometió un crimen! 


Florencia M. Marqués 
Crónica, 31 de mayo de 1931







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