En homenaje a
las mujeres libertarias asesinadas en Galicia desde julio de 1936.
A
Sebastiana Vitales Gascón, anarquista perseguida y exiliada.
A los historiadores
Dionisio Pereira, Eliseo Fernández y Emilio Grandío Seoane.
Con asombro creían a veces
que existiría
la utopía libertaria
y a veces creían que no,
con más asombro todavía...
Era entonces la Galicia anarquista
unas cuantas viviendas obreras
como amapolas muy abiertas
en los barrios proletarios de las Atochas,
una choza clandestina en Cea
sobre las raíces del helecho dentabrón,
unas humildes moradas campesinas
con líquenes de Badiña o de Marselle,
donde no había mucho que comer,
pero tampoco poder.
Era la Galicia corsaria sin estado,
ni dios ni amo de dentro ni de fuera,
luz y vida por Elviña y por Monelos,
resplandores sobre el abismo por la Silva,
ateneos en los Castros y en las Quintas
despertares al final de las corveras,
resplandores más allá de la aurora sueva,
lecciones contra poder y servidumbre
libres de imaginar lo que se quiera,
libres para hacer lo que se piensa.
Porque no nos dejan cruzar los arroyos
cruzaremos los océanos, pensaban.
No pudo tener esperanza sin miedo
ni miedo sin esperanza María Bello Paz,
empacando pescado en el puerto de A Coruña
hasta la hora en que los poderes de julio
batieron resistencias de mujeres
como merluzas que leyesen a Spinoza
donde yo te amo anarquista o muerte.
Porque no nos dejan cruzar los ríos
cruzaremos los mares, está claro.
Así quizá pensaba Teresa Varela Calviño,
sindicando sardinas en el puerto de A Coruña
hasta ser baleada por el plomo de octubre,
la revolución en la cesta y la cesta en la cabeza
y el pescado despiezado, eviscerado y empacado
por las manos nunca inertes de la proletaria muerta,
pues en las fosas comunes anarquista te amo.
Porque no nos dejan cruzar en barco
cruzaremos en latas de sardinas.
Casas de María Otero y de Alicia Dorado,
refugios coruñeses de las Atochas,
Atocha Alta, Atocha Baja, Monte Alto,
atochas en las alpargatas abatidas a balazos,
viudas rojas de marineros sin mar,
presagios de panaderos sin pan,
abismos de albañiles sin andamios,
el pasado dulcemente sellado con estampilla
de caucho y tinta azul,
el presente huyendo clandestino,
el futuro purgado amargamente
y amargamente abortado con aguardiente alemán.
Morada de María de Allariz, Atocha Alta,
treinta y tres años y muerta con tres más,
sin contar niños heridos en la masacre,
cantando la Internacional a voz en grito
como quien entra en el infierno proclamando
utopías contra la angustia del fascismo.
Porque las crónicas no fueron escritas
con tinta, sino con el hilo de las costureras
y la verdad en la punta de una aguja.
Allí fue la última vez que se vivió la vida
iluminando la lucha con tanta libertad,
pues te amo y anarquista, última luz y puente.
Buhardilla de Alicia en Villa Rosalía,
Calle del Carmen y veinticinco años,
preguntó quizá Fournarakis a Acebedo,
poco antes de morir los dos a tiros:
- ¿Sabes que el nombre de tu compañera
significa la verdad en lengua griega?
- El nombre de la compañera significa la verdad
en todos los idiomas del mundo, contestó.
- Pues la verdad va a morir pronto,
terció Alicia, y los tres más otro
fenecieron acribillados ante la última verdad,
y te amo allí anarquista iluminando a los libres.
Se exterminan los sueños en el Portiño
como la niebla sin luces hacia los fondos.
Los cuerpos estrellados contra las rocas
en mares con resaca son rubíes.
La delación bivalva, la caza del crustáceo,
la tortura de la rata, la condena de la gaviota.
Percebes de los abismos en vanguardia,
mariscos proletarios en la gran nasa.
Del mono de los obreros ahogados
destiñó el azul del mar contra los cantiles.
Marineros sin chalanas ni botes,
pescadores sin pesqueros de esperanza.
Luego fusilamientos de las algas y las lapas,
sardinas empacadas en latas comunes.
Allí la supervivencia era solamente
llegar a la taberna de Chinta Canosa,
en la Moura, hasta beber la muerte.
Les cerraron la puerta de los océanos,
pero abrieron el Portiño a la libertad.
Redada al pie del premonitorio Matadero:
asalto a tiros infiltrándose por las espirales
sinuosas de la delación en las sombras.
Al fin torturados, paseados, fusilados,
Brazo y Cerebro, Espartaco, Nervio,
Sin Dios ni Patria, Ni Dios ni Fronteras,
portugueses del grupo Inadaptables,
Germinal, Ideal, Intransigentes,
CNT, FAI, ninguno de ellos creería nunca
que Durruti había muerto ya en el Ritz.
Así se perecía en la Coruña libertaria
desde 1936, fecha del último Medulio.
Porque no nos dejan cruzar la calle real
cruzaremos la ciudad imaginada.
Pilar Fernández Seijas, metalúrgica,
alambrera en la Empresa Vasco-Galaica
y quemada con tres más cual brasa viva
en una cabaña con tierra por pared
y techo de retama en Cea enramada,
y te amo anarquista y arde Arousa.
Porque no nos dejan cruzar el campo raso
cruzaremos los montes más en cumbre.
Josefa Barreiro de Trabanca, madre humilde,
limpiaba casas, laboraba la humilde tierra madre
en Badiña de Carril, ocultaba a un anarquista
en su mínima moradita inmensa
como campo comunal, y fue martirizada,
y te amo anarquista y a tu huérfana estirpe.
Porque no nos dejan cruzar libres la Tierra
cruzaremos libérrimos la Luna.
Carolina Regueiras, veinticuatro años,
natural de Bóveda de Amoeiro,
mujer de un libertario y enamorada,
supliciada en Ponte Irixa por la bestia
y tirada en Tamallancos por la estrada
y te amo anarquista hasta la cuneta.
Porque no nos dejan cruzar con su horror
cruzaremos solamente con amores.
María Becerra Laíño, estaño solidario,
ocultó en su vivienda de Marselle
a un minero anarquista de Lousame
y fue asesinada como la luz del carburo,
testigo del contrabando y del volframio,
y te amo anarquista mineral en bruto.
Porque no nos dejan cruzar las minas
cruzaremos las estrellas.
Dolores Blanco Montes, mal paseada,
la voz de las conserveras y atadoras del Morrazo,
vindicadora de Aldán, de Cangas y de Hío,
herida en el suplicio y huida por los montes
con un hijo asesinado, otro en exilio,
y te amo en la cárcel donde anarquista sufres.
Porque no nos dejan cruzar las carreteras
cruzaremos en Mogor los laberintos.
Nos ocultaron a las mujeres más libres
y, no obstante, lo habían sido hasta el fin.
Dicen que algunas murieron por amor
a los anarquistas que escondían,
lo que es morir también mujer y ácrata.
Las borraron de la historia y pese a todo
setenta años después hay quien las ama.
Sardinas para ellas y una libra de cerezas
rojas como su primavera libertaria
y para siempre te amo anarquista o nada.
Claudio Rodríguez Fer.
Anarquista o nada. Ed. Amargord, 2016
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