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3417. Asturias es la tumba del fascismo gallego

Milicianos Gallegos de A Coruña a su llegada a Gijón


VALENCIA, 15.— Han llegado a esta ciudad, después de vicisitudes sin cuento, dos jóvenes músicos madrileños que han vivido en La Coruña, donde les sorprendió la sublevación militar fascista, durante los ocho meses transcurridos desde entonces. 

Nos hablan rodeados de sus compañeros de la Banda Municipal de Madrid, entre los que les hemos encontrado, de lo que han visto y han sufrido. 

—No quedan hombres en Galicia —afirman—, porque han muerto en Asturias. Como Madrid es la tumba del fascismo internacional, Asturias lo es de la del gallego. Allí han caído la inmensa mayoría de los hombres jóvenes de Galicia. 

—¿Iban voluntariamente? —preguntamos. 

—No ha ido nadie, o casi nadie, voluntario. El fascismo no contaba con adeptos entre el elemento civil gallego, y después de su dominación y vista su actuación, no cuenta ni con las simpatías de sus antiguos adeptos. Se le soporta por miedo, pero se le combate, veladamente, de la manera que se puede. Y la manera más generalizada es la resistencia pasiva. 

Las poblaciones, al mismo tiempo que una desolación, son una vergüenza. Los jóvenes que pueden huyen antes de verse enviados a Asturias; los labradores no trabajan y los pescadores no salen al mar. 

Ni en La Coruña ni en el resto de Galicia hay pescado. Los pescadores no se hacen a la mar. Se dice que para evitar el peligro de los "bous" armados en corso que vigilan aquellas aguas. Pero la verdad es que a la mayoría de los hombres jóvenes los incorporaron a filas y quedaron en Asturias, y que a los otros que pudieron hacerse a la mar no se les permitió salir porque apenas se alejan de la costa hacen rumbo hacia los puertos leales. 

Esto ocurrió al principio tan continuamente, que se les hizo salir a pescar con vigilancia; pero como en el frente asturiano hacía falta gente, optaron por enviar a él a los vigilantes y a los marinos jóvenes y prohibieron la salida al mar de los viejos, porque hasta éstos, en su odio al fascismo, ponían la proa de sus embarcaciones rumbo a puertos leales. Y por esta razón no hay pescado en Galicia.

Ni comida. Falta todo. Como los pescadores, los campesinos, se resisten a trabajar. De manera que los productos del campo son tan pocos que no bastan ni siquiera para el elemento armado. Y se resisten también los obreros y los comerciantes. Toda la población.

—¿Y la Burguesía? —insinuamos. 

—A las clases burguesas y también a las capitalistas pueden servirles de ejemplo lo que ha ocurrido en Galicia. El fascismo no respeta nada ni a nadie. Se apoderan de todo, se lo llevan todo. 

Se llevan dinero, géneros y efectos de las casas que roban, que saquean, y al día siguiente se leen en los periódicos notas diciendo que la familia tal o el comerciante cual ha hecho entrega de tantas pesetas o tales géneros para la causa fascista. Parecen donaciones y son robos. 

Así se da el caso —agregan— de que el ambiente antifascista ocultamente subsiste, aumenta y actúa, a pesar del terror y del crimen. 

Los dos músicos evadidos relatan escenas de crueldad, crímenes, actos de terror cometidos por el fascismo en Galicia. 

—La persecución —dicen— ha sido y es sañuda, violenta. La menor sospecha es bastante para la detención y, en muchos casos, para la muerte. Nosotros también corrimos un serio peligro, aunque no se nos detuvo por sospechosos. Nos sorprendió el movimiento cumpliendo un contrato. No se nos molestó, quizá por nuestra condición de músicos y sobre todo, por que allí se ignoraba nuestra significación sindical y política. Pero al poco tiempo de hallarse la ciudad bajo la planta de los sublevados, los fascistas organizaron una Banda de música. Y se nos llamó para que nos incorporáramos a ella. Acudimos, acompañados de algunos fascista y oímos tocar a la banda.

—Y éste —sonríe uno de los músicos, señalando a su compañero— sintió un ramalazo de indignación ante aquel grupo de fascistas, y exclamó, airado: 

—Si se nos ha de fusilar por negarnos a tocar, que forme el piquete, porque nosotros no tocamos con esos... 

Los fascistas, que habían oído a su banda, dieron un sentido irónico a la frase, se miraron entre sí, soltaron a reír y dejaron en libertad a los dos músicos. Creyeron que se negaban a actuar con los otros porque lo hacían mal. 

Y así, una verdad les salvó la vida. 

—¿Cómo pudieron salir del campo faccioso? 

—Ya hemos dicho que el ambiente antifascista, que es cada vez más fuerte, protege y ampara. Gracias a él conseguimos un contrato para actuar en Portugal, y, también gracias a él, nos llegó un contrato para actuar en París, Y de Lisboa pasamos a Francia. Y de Francia a España. Aquí respiramos; estamos entre los nuestros. 


Ahora, 24 de marzo de 1937






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