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3449. Bardasano

Un nombre al pie de muchos carteles 

Al pie de los carteles mejores —de los más bellos y de los que mejor sirven a la idea— que decora ahora las calles de Madrid está la firma de Bardasano. Hace muy pocos meses. El Socialista, en un fino artículo, bello y justo, citó el nombre de aquel artista, y en elogio de él y de los que con él trabajan dijo que algún día llegaría el momento de rendir la debida justicia a la tarea que emocionadamente venía realizando aquel equipo de muchachos. 

Los combatientes, el público de la calle, esa anónima multitud que desfila y se detiene ante los carteles, conocen bien el nombre de Bardasano. Lo han visto, además de en esos carteles, en folletos, en hojas de propaganda, en periódicos de lucha. Conocen su nombre; pero, en realidad, nada más. Bardasano ha salido ahora, con la guerra, y para el gran público su nombre estaba como en penumbra, desconocido entre los de siempre, oculto, inexistente casi. Arte oficial, ambiente angosto, intereses creados, hostilidad, convencionalismo: entre todo ello se ahogaba el arte recio y sincero de Bardasano. 

¿Quién es Bardasano? ¿Cómo es Bardasano? Estas preguntas se formulan ahora, ante la belleza y el vigor de estos carteles de formidable huella expresiva, en muchos pensamientos. ¿Cómo es el hombre que se oculta tras esas hondas y justas expresiones infantiles, que acierta a dar vida plástica al dolor y a la injusticia de la guerra? 

Bardasano, Pepe Bardasano, trabaja todo el día en si taller de Artes Plásticas del Comité de Madrid de las J.S.U. Está entregado en cuerpo y alma a esa tarea: carteles, dibujos, decoración... Trabaja alegremente, ilusionadamente, con un júbilo de niño, con un magnífico acento de fe en su tarea. Es un muchacho: un rostro franjo y noble, que casi sería de chiquillo si no fuese por la breve barba que el artista se ha dejado. Una paradójica barba en sus veintiséis años de mozo fervoroso y entusiasta. Es sencillo, efusivo y cordial. 


Una vida breve y áspera 

—¿Mi vida? La vida dura, áspera, del hijo de un obrero. Mi padre era tranviario aquí, en Madrid. Intervino en aquella huelga del año diecisiete. Yo era entonces un «chaval». He trabajado mucho y en muchas cosas, como la necesidad exigía. Me he sentido acosado a veces, pero nunca se inclinó mi ánimo. Yo trabajaba y trabajaba, esperando... Despidos injustos, huelgas en que se transigía con todo, menos con que yo volviese a trabajar... ¿Tu te acuerdas, no hace muchos años, en Madrid, de un muchacho que pintaba en la calle y luego rifaba sus cuadros? Ese ara yo... 


Autoformación 

—La formación de un artista es siempre suya, personal. Es el propio temperamento el que va surgiendo, imponiéndose, desligándose de las posibles influencias. Yo por mi origen humilde, no podía asistir a las clases oficiales de Pintura en la Escuela de San Femando. Fui a las de la Escuela de Artes y Oficios. Aquella Escuela de los Cuatro Caminos —el barrio rojo—, en la que era profesor mío el buen don Marceliano Santa María. Pero ya se sabe lo que en este sentido eran esas Escuelas de Artes y Oficios. Mi formación es realmente mía. 


La pasión de la pintura 

—Este arte del cartel ¿cuándo nace en ti? 

—Ahora, con la guerra, con la necesidad de hablar desde los muros de las calles a la gente. Con el anhelo de buscar, en formas sencillas y fuertes, la emoción de la hora. Yo, antes, no hacía carteles. Pintaba. La pintura es mi gran ilusión. Ahora, en esta Exposición de Bellas Artes que la guerra ha clausurado trágicamente y que ha quedado sin el final y las recompensas de otras veces, tenía un cuadro que había pintado con un gran fervor. Se llama «Evacuación». Cuando lo hice no había aún, naturalmente, guerra en España, y, sin embargo, hay en él como un acento profético. «Evacuación»: una madre lleva a su hija sobre un carrillo de la leche. Es Bélgica y es 1914... ¿Qué me llevó a pintar aquello, a dar vida en color a lo que después, sobre esta misma tierra nuestra de España, iba a tener tan dramática realidad? 


El cartel es así para Bardasano 

—Volviendo al cartel, ¿puedes darme algún nombre que te interese más que los otros? 

—Este: Renau. Es un formidable dibujante. También Puyol es un artista excelentísimo. Me parece que en el arte nuevo, lleno de la emoción de la hora, esos dos nombres son los más interesantes. 

—¿Cuál es tú misión del cartel? 

—Ante todo, la idea, el contenido. Su acento social. La busca apasionada de lo que mejor pueda servir la idea. Después, claro, la belleza y la armonía como fórmula de expresión de ese contenido ideológico. El cartel tiene, necesariamente, que servir, ante todo, el anhelo de lucha y de renovación que pasa ahora sobre España. 


«Derechas» e «izquierdas» en arte 

—Y cuando esto pase, cuando la vida del arte vuelva a ser serena y ceda en su acento agitador y combativo de hoy, ¿seguirás haciendo carteles? 

—No. Volveré a la pintura. Es mi gran pasión. Yo veo un cambio profundo y un nuevo tiempo en la pintura. Dejará de ser regalo de unos pocos, motivo decorativo en los palacios de los poderosos. Será para todos, para las multitudes. Yo veo una pintura monumental, que decorará los estadios, los talleres, los sindicatos, los teatros. Los cuadros no serán el goce egoísta de un hombre afortunado, sino el pan estético de muchos. 

—En pintura, ¿que nombre nuestro actual te interesa más? 

—López Mezquita. Y ya ves, un nombre que en pintura es «derecha». En esto hay un confusionismo que, aunque no engaña a nadie, ha logrado embobar durante mucho tiempo a la gente. Se cree que en pintura la «izquierda» —lo avanzado, lo renovador— es lo dislocado, lo torturado, lo extravagante. Y no. Eso es solamente snobismo, artificio, insinceridad y, a la larga, y en realidad, impotencia. La prueba mejor de que ese arte, pretendidamente llamado de «izquierda», no lo es y no sirve, es que ahora no ha rendido ningún servicio, como si no hubiera existido. De encerrar algún valor, se hubiera confundido con la emoción que llena hoy a toda España. Truco, nada más, créeme... 

—Y en nuestra pintura total, ¿te interesa más especialmente algún nombre? 

—Velázquez. Soy un apasionado de Velázquez. 


El pueblo 

—De nuevo al cartel. ¿Cuántos habrás hecho ahora, en la guerra? 

—Deben acercarse ya a los cuarenta. 

—Y de todos ellos, ¿cuál es el que a ti te gusta más?

—Aquel que me premiaron en el Concurso de hace unos meses, por votación de la gente. Me gusta, sobre todo, porque el hecho de que el público lo hubiera escogido como, a su juicio, el mejor, indica que yo había acertado a recoger el anhelo del pueblo, a fundirme con él, a sentirlo como cosa propia y auténtica. El pueblo, el pueblo... Creo en él, creo que en él está lo mejor y más sano. Por eso el verdadero artista tiene que estar con él, dentro de sus dolores, de sus rebeldías y de sus sueños. Goya fué pueblo. Y lo sería ahora también. ¡Qué cosas formidables hubiese hecho ahora don Francisco!... 

Y Bardasano funde en un mismo acento de pasión a Goya y al pueblo, a la multitud que lucha, grita, sufre y espera, y al artista que acierta a expresar toda esta palpitación extraordinaria.


Mundo Gráfico, 3 de febrero de 1937








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