Un nombre al pie de muchos carteles
Al pie de los carteles mejores —de los más
bellos y de los que mejor sirven a la idea— que decora ahora las calles de
Madrid está la firma de Bardasano. Hace muy pocos meses. El Socialista, en un
fino artículo, bello y justo, citó el nombre de aquel artista, y en elogio de
él y de los que con él trabajan dijo que algún día llegaría el momento de
rendir la debida justicia a la tarea que emocionadamente venía realizando aquel
equipo de muchachos.
Los combatientes, el público de la calle,
esa anónima multitud que desfila y se detiene ante los carteles, conocen bien
el nombre de Bardasano. Lo han visto, además de en esos carteles, en folletos,
en hojas de propaganda, en periódicos de lucha. Conocen su nombre; pero, en
realidad, nada más. Bardasano ha salido ahora, con la guerra, y para el gran
público su nombre estaba como en penumbra, desconocido entre los de siempre,
oculto, inexistente casi. Arte oficial, ambiente angosto, intereses creados,
hostilidad, convencionalismo: entre todo ello se ahogaba el arte recio y
sincero de Bardasano.
¿Quién es Bardasano? ¿Cómo es Bardasano?
Estas preguntas se formulan ahora, ante la belleza y el vigor de estos carteles
de formidable huella expresiva, en muchos pensamientos. ¿Cómo es el hombre que
se oculta tras esas hondas y justas expresiones infantiles, que acierta a dar
vida plástica al dolor y a la injusticia de la guerra?
Bardasano, Pepe Bardasano, trabaja todo el
día en si taller de Artes Plásticas del Comité de Madrid de las J.S.U. Está
entregado en cuerpo y alma a esa tarea: carteles, dibujos, decoración...
Trabaja alegremente, ilusionadamente, con un júbilo de niño, con un magnífico
acento de fe en su tarea. Es un muchacho: un rostro franjo y noble, que casi
sería de chiquillo si no fuese por la breve barba que el artista se ha dejado.
Una paradójica barba en sus veintiséis años de mozo fervoroso y entusiasta. Es
sencillo, efusivo y cordial.
Una vida breve y áspera
—¿Mi vida? La vida dura, áspera, del hijo
de un obrero. Mi padre era tranviario aquí, en Madrid. Intervino en aquella
huelga del año diecisiete. Yo era entonces un «chaval». He trabajado mucho y en
muchas cosas, como la necesidad exigía. Me he sentido acosado a veces, pero
nunca se inclinó mi ánimo. Yo trabajaba y trabajaba, esperando... Despidos
injustos, huelgas en que se transigía con todo, menos con que yo volviese a
trabajar... ¿Tu te acuerdas, no hace muchos años, en Madrid, de un muchacho que
pintaba en la calle y luego rifaba sus cuadros? Ese ara yo...
Autoformación
—La formación de un artista es siempre
suya, personal. Es el propio temperamento el que va surgiendo, imponiéndose,
desligándose de las posibles influencias. Yo por mi origen humilde, no podía
asistir a las clases oficiales de Pintura en la Escuela de San Femando. Fui a
las de la Escuela de Artes y Oficios. Aquella Escuela de los Cuatro Caminos —el
barrio rojo—, en la que era profesor mío el buen don Marceliano Santa María.
Pero ya se sabe lo que en este sentido eran esas Escuelas de Artes y Oficios.
Mi formación es realmente mía.
La pasión de la pintura
—Este arte del cartel ¿cuándo nace en
ti?
—Ahora, con la guerra, con la necesidad de
hablar desde los muros de las calles a la gente. Con el anhelo de buscar, en
formas sencillas y fuertes, la emoción de la hora. Yo, antes, no hacía
carteles. Pintaba. La pintura es mi gran ilusión. Ahora, en esta Exposición de
Bellas Artes que la guerra ha clausurado trágicamente y que ha quedado sin el
final y las recompensas de otras veces, tenía un cuadro que había pintado con
un gran fervor. Se llama «Evacuación». Cuando lo hice no había aún,
naturalmente, guerra en España, y, sin embargo, hay en él como un acento
profético. «Evacuación»: una madre lleva a su hija sobre un carrillo de la
leche. Es Bélgica y es 1914... ¿Qué me llevó a pintar aquello, a dar vida en
color a lo que después, sobre esta misma tierra nuestra de España, iba a tener
tan dramática realidad?
El cartel es así para
Bardasano
—Volviendo al cartel, ¿puedes darme algún
nombre que te interese más que los otros?
—Este: Renau. Es un formidable dibujante.
También Puyol es un artista excelentísimo. Me parece que en el arte nuevo,
lleno de la emoción de la hora, esos dos nombres son los más
interesantes.
—¿Cuál es tú misión del cartel?
—Ante todo, la idea, el contenido. Su
acento social. La busca apasionada de lo que mejor pueda servir la idea.
Después, claro, la belleza y la armonía como fórmula de expresión de ese
contenido ideológico. El cartel tiene, necesariamente, que servir, ante todo,
el anhelo de lucha y de renovación que pasa ahora sobre España.
«Derechas» e «izquierdas» en arte
—Y cuando esto pase, cuando la vida del
arte vuelva a ser serena y ceda en su acento agitador y combativo de hoy,
¿seguirás haciendo carteles?
—No. Volveré a la pintura. Es mi gran
pasión. Yo veo un cambio profundo y un nuevo tiempo en la pintura. Dejará de
ser regalo de unos pocos, motivo decorativo en los palacios de los poderosos.
Será para todos, para las multitudes. Yo veo una pintura monumental, que
decorará los estadios, los talleres, los sindicatos, los teatros. Los cuadros
no serán el goce egoísta de un hombre afortunado, sino el pan estético de
muchos.
—En pintura, ¿que nombre nuestro actual te
interesa más?
—López Mezquita. Y ya ves, un nombre que en
pintura es «derecha». En esto hay un confusionismo que, aunque no engaña a
nadie, ha logrado embobar durante mucho tiempo a la gente. Se cree que en
pintura la «izquierda» —lo avanzado, lo renovador— es lo dislocado, lo
torturado, lo extravagante. Y no. Eso es solamente snobismo, artificio,
insinceridad y, a la larga, y en realidad, impotencia. La prueba mejor de que
ese arte, pretendidamente llamado de «izquierda», no lo es y no sirve, es que
ahora no ha rendido ningún servicio, como si no hubiera existido. De encerrar
algún valor, se hubiera confundido con la emoción que llena hoy a toda España.
Truco, nada más, créeme...
—Y en nuestra pintura total, ¿te interesa
más especialmente algún nombre?
—Velázquez. Soy un apasionado de
Velázquez.
El pueblo
—De nuevo al cartel. ¿Cuántos habrás hecho
ahora, en la guerra?
—Deben acercarse ya a los cuarenta.
—Y de todos ellos, ¿cuál es el que a ti te
gusta más?
—Aquel que me premiaron en el Concurso de
hace unos meses, por votación de la gente. Me gusta, sobre todo, porque el
hecho de que el público lo hubiera escogido como, a su juicio, el mejor, indica
que yo había acertado a recoger el anhelo del pueblo, a fundirme con él, a
sentirlo como cosa propia y auténtica. El pueblo, el pueblo... Creo en él, creo
que en él está lo mejor y más sano. Por eso el verdadero artista tiene que
estar con él, dentro de sus dolores, de sus rebeldías y de sus sueños. Goya fué
pueblo. Y lo sería ahora también. ¡Qué cosas formidables hubiese hecho ahora
don Francisco!...
Y Bardasano funde en un mismo acento de
pasión a Goya y al pueblo, a la multitud que lucha, grita, sufre y espera, y al
artista que acierta a expresar toda esta palpitación extraordinaria.
Mundo Gráfico, 3 de febrero de 1937
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