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3442. La mujer en la Pedagogía. María de Maeztu

María de Maeztu en la Residencia de Señoritas, 1931 (Foto: César Benítez)


Hace 15 años en Madrid, una mujer sola y sin apoyo inicial de nadie, puso en movimiento la idea de fundar la Residencia de Señoritas, donde las mujeres, principalmente provincianas, tuvieran un hogar acogedor donde albergarse que les permitiera asistir a la universidad y formar su cultura. El propósito cayó en medio de la indiferencia y del escepticismo de aquel tiempo en que el tema cultural de la mujer interesaba a tan poca gente. Pero María de Maeztu, autora de la idea, es hija de inglesa y vasco, y no se amilanó por los obstáculos. Luchó denodadamente, y por fín logró ver realizado su propósito. La Residencia de Señoritas comenzó a funcionar bajo un plan modesto, con el reducido pensionado de tres alumnas.

Hoy está instalado en diez hoteles rodeados de jardines. El pensionado asciende a 200 alumnas. Posee buena biblioteca, laboratorios para estudios y prácticas de Química e Historia Natural y magnífico campo de tenis. El Instituto Internacional de Boston, que tan nobilísima ayuda presta a la formación cultural de la mujer española, les ha concedido el espléndido edificio de la calle de Miguel Ángel, donde tienen instalados los salones de la biblioteca, la dirección y las oficinas. 

Como en 1915, María de Maeztu sigue siendo la inspiradora y directora de este gran núcleo de cultura femenina. E igual que entonces, perdura el lema espiritual y docente original de su fundación: "perfeccionamiento de la naturaleza humana por medio del cultivo desinteresado del espíritu, del desenvolvimiento de los sentimientos más puros y de la formación moral del carácter".

A los tres lustros de existencia —primavera de edad, madurez de formación—  la Residencia de Señoritas es, sin duda, la más solida y brillante institución docente femenina que tenemos en España, y al frente de ella ha sabido demostrar María de Maeztu que no sólo es una gran figura de la pedagogía española, sino formidable propulsora de este gran movimiento femenino. 

Por tal motivo, hemos recabado su criterio sobre los tres temas enunciados a continuación, en torno a la Universidad, a la juventud y a la mujer, sobre los que muy pocas personas en nuestro país pueden hablar con tanta autoridad y experiencia como la señorita Maeztu.


Misión de la Universidad 

—La misión de la Universidad, en cualquier país y en determinada época, dependerá del concepto que se tenga de la Escuela y del Instituto —habla la maestra—. Estas tres instituciones han de formar el hombre culto y prepararle para el ejercicio de su profesión o para su labor investigadora y científica. Sin Universidad es cierto que no hay Escuela; pero sin Escuela ni Instituto, no hay Universidad. Si la Escuela primaria no educa, la voluntad no forma el carácter y da al niño los elementos de instrucción —número, forma y palabra— sobre los cuales hace descansar Pestalozzi toda la enseñanza elemental; y si el Instituto no crea el hábito de pensar, ni forma el juicio con la intensificación de las Matemáticas y de las lenguas clásicas, la Universidad, a pesar de sus altas aspiraciones, no podrá hacer con sus alumnos una recia labor científica. Los tres grados de la enseñanza —primaria, secundaria y superior— son correlativos y están en función el uno del otro. Toda reforma universitaria debe implicar la de la Escuela y la del Instituto, para que colaboren estrechamente al mismo fin. 

—La actividad docente (enseñanza de las disciplinas que forman el plan de estudios) y la actividad investigadora (creación de la Ciencia) corresponde a aptitudes muy distintas do la mente humana que rara vez se dan juntas. El investigador o el especialista son los hombres que tienen talento analítico; en cambio el que trasmite la ciencia y busca el camino más adecuado para llegar a la inteligencia del alumno y exponerle con claridad y precisión las ideas centrales de la materia que explica, ha de poseer talento sintético. No me atrevo a afirmar hasta donde puede realizar la Universidad ambas funciones por no conocer con honda intimidad la vida universitaria. Pero creo que la enseñanza en este grado de la cultura, más aún que los anteriores, debe de ser intuitiva, esto es, creadora; que no se limite el alumno a recibir el conocimiento ya hecho, sino que lo recree y elabore de nuevo en su mente hasta convertirlo en médula mental. Además considero esencial que el profesor esté en estrecha comunicación con sus alumnos para conocer las almas jóvenes y ganar así si confianza. 

—Creo que la reforma más urgente que se impone en la Universidad es suprimir esas clases de centenares de alumnos que existen actualmente, distribuyéndolos en grupos pequeños donde el maestro pueda realizar con el estudiante una labor activa y educadora.


La mujer ante la cultura

—Soy optimista. Si no creyese que la mujer tiene la misma capacidad que el hombre para recibir y asimilar el contenido de la cultura superior, no estaría al frente de esta Residencia, cuyo propósito inicial al fundarse no fué otro que el de responder afirmativamente a esta pregunta. Y, en efecto, por mí han contestado varios centenares de mujeres jóvenes que han pasado por las aulas universitarias en los quince años que tiene de vida esta casa: licenciadas y doctoras en todas las Facultades, que han sido el honor y el orgullo de su clase y han merecido y obtenido las más altas calificaciones. 

—Ahora bien, ¿cuál será el papel de la mujer en las creaciones científicas? El camino recorrido es todavía demasiado breve para un vaticinio rotundo. Cuando yo fundé esta Residencia, apenas había una muchacha estudiando en la Universidad. Hoy, en algunas Facultades, hay más mujeres que hombres y, si continuamos a este paso, no sería aventurado afirmar que dentro de algunos años gran parte de las actividades intelectuales estarán en manos femeninas. Por consiguiente, no se puede decir hasta dónde puede llegar su potencia creadora y su desarrollo científico; pero por la experiencia ya adquirida, hay que sentirse grandemente optimista. 


Reflexión sobre la juventud actual

—Si he de juzgar por esta agrupación de mujeres jóvenes que conmigo viven, tengo que decir que la juventud actual es mejor, más sana y sincera, más libre de prejuicios, más recta y clara en su conducta, más valiente y decidida que las de nuestra generación. Algunos opinan que es menos generosa y más egoísta. No lo sé, pero el egoísmo es respetable y legítimo cuando sirve a la salvación de la propia vida interior. Aquel falso recato, aquel miedo ante la lucha por la vida y el temor a perder su jerarquía, que mantenía a la mujer de la clase media española, en el hogar, atenta a la labor de encaje, esperando al príncipe libertador y ajena a toda inquietad intelectual, ha dado paso a una otra mujer de vida más limpia y auténtica. Nuestra juventud es rebelde, pero esto no es una cualidad peculiar de nuestra época. Lo ha sido siempre, y tiene que serlo en esa edad en que el nivel de las aguas tranquilas no se ha conseguido. Hasta este instante, en los años de infancia y adolescencia, ha vivido el muchacho sumido en el mundo de la fantasía, entre sueños y en sueños. Era como una cosa entre otras cosas; no sentía la necesidad de pronunciarse a si mismo como distinto, solo y único. Pero en este momento, con la formación de la personalidad, se opera un milagro insospechado: surge la conciencia que distingue el yo del no yo; las cosas y las personas están infinitamente lejanas... le parece que no tienen por qué respetarlas. Por primera vez se encuentra dueño de sí mismo y formando parte de una generación que con él empieza; advierte la distancia que le separa de sus padres y maestros y se rebela porque aspira a la formación de un mundo nuevo y mejor. Se siente libre y no admite más traba ni mandato que el que ha de dictarle su conciencia moral. Por eso la educación no puede hacer más que robustecer esta conciencia. 

—El americano Lindsey, en su último libro, cita datos muy curiosos de rebeldías de muchachos y muchachas jóvenes, pero no estoy de acuerdo con él al señalar la causa del mal. "El joven —dice— salta por encima de la ley y la quebranta porque la ley se empeña en desconocer sus necesidades vitales; y añade que "la hipocresía de la sociedad es la única responsable y culpable de este fracaso". No; yo entiendo que el desconocimiento que se tiene de los impulsos y anhelos de la juventud ha producido esta incomprensión que padecemos. El padre no conoce al hijo; el maestro no conoce al discípulo; el uno vive ausente del otro. 


Tito L. Menéndez
Ahora, 24 de abril de 1931







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