Más de
una vez los diplomáticos alemanes han asegurado: "En España no hay
soldados nuestros; sólo algún que otro voluntario..."
A mi lado está un fuerte muchacho. Frente
estrecha, ojos de poca expresión, buena musculatura. Es Gunther Loning,
sargento del Ejército alemán. El no es entusiasta ni fanático. El es un simple
sargento. En los cuarteles de Gripwald mandaba: "Firmes". Bebía
cerveza y gritaba "Heil Hitler". Luego vino la orden. A Gunther
Loning, y con él a otros sargentos, tenientes y cabos los llevaron a Hamburgo.
Los embarcaron en el "Niguea". El capitán ordenó rumbo al Sur: a la
primera colonia del tercer Reich, a los puertos ocupados por Franco.
El 27 de enero, "el Ejército
nacional" del general Franco se completó con otro patriota español más: el
sargento Gunther Loning empezó a defender las santas tradiciones del Cid y de
Cervantes. Para esto le metieron en un "Junkers". Era ametrallador, y
cuando tenía ocasión tiraba sobre las mujeres y niños españoles. El tenía ganas
de encontrar a su madre.. ¡Qué magníficas palmeras crecen en las colonias
alemanas! Pero el capitán Kauffmann dijo: "Se prohibe escribir a
la familia; que os encontréis en España".
Yo pregunto al sargento: "¿Su madre
entonces no sabe dónde está usted?"
Gunther Loning sonríe: "Lo
presume".
El sargento alemán no es tan tonto. ¿Dónde
va a estar ahora sino en España "
El 23 de febrero el capitán Kauffmann
ordenó bombardear a Puertollano. Cerca de Andújar el "Junkers" tuvo
una avería. Perecieron tres alemanes. Gunther Loning se salvó con un sólo
chichón en la frente. ¿Por qué ha bombardeado usted Puertollano? Contesta indiferente:
"Hemos probado el efecto de las bombas tirándolas de distintas
alturas.
—¿Por qué ha venido usted aquí?
—Yo soy soldado y obedezco al mando.
—¿Es posible que no se haya preocupado
usted para qué le han traído a España?
Guniher Loning me mira extrañado:
—Un soldado alemán nunca debe pensar.
Tiene veintidós años. Le han enseñado a
tirar. Pero a pensar no le han enseñado. En su libreta de notas tiene apuntados
con letra gótica los nombres de los tenientes y sargentos. Después siguen las
señas de un degenerado burdel de Sevilla. Gunther Loning recuerda con
melancolía: "En Sevilla hay un establecimiento con clientela alemana y
cocina alemana..." Resulta que los tenientes y sargentos comen, entre las
palmeras, salchichas de Francfort.
¿De qué hablan? ¿De la guerra, del pueblo
español, de los ojos rabiosos de la ciudad, donde los fascistas han fusilado la
mitad de la población? Gunther contesta ruborizado: "Hemos hablado de las
muchachas".
Se acerca un español. Pregunta al sargento:
"¿Por qué hace usted la guerra contra nosotros?" Gunther Loning le
miгa por debajo de las cejas.
Es difícil creer que es un hombre vivo el
hijo de un sastre de Hannover, que ha estudiado en un colegio, que tiene el
pelo rizado. Todos estos datos son casuales y no tienen importancia alguna. El
no es más que un sargento, y la ametralladora que él servía es mucho más viva,
tiene más personalidad y es incluso más humana. Gunther es el representante
ideal de esta nueva raza fascista que se fabrica ahora en el Tercer Reich. Es
terrible y lastimoso al mismo tiempo. Francamente, asesinaba a los españoles
sin molestarse en pensar qué daño había hecho esta gente a su infalible
"führer".
¿Qué le importa la vida ajena? En cambio,
tiene un interés enorme por la suya propia. Continuamente pregunta: "¿Qué
van a hacer de mí?" Y murmura: "Me tratan bien..."
Llama el teléfono. Los bombardeos alemanes
acaban de realizar un vuelo sobre Gandía. Hay nueve muertos, entre ellos dos
niños. Gunther Loning mira indiferente a un lado...
Otto Winterer era soldado de Caballería. Es
capitán del Ejército alemán. No es un novato. En España se encuentra desde
noviembre. En noviembre los alemanes eran mucho más tímidos; a Otto Winterer le
ofrecieron, antes de venir, firmar la petición de retiro. Gunther Lonning, que
se marchaba en enero, ya no tuvo que firmar nada, ¿para qué estropear el papel
en vano?
Otto Winterer es más blanco y
más inquieto que Gunther Lonning. Lleva una raya perfecta. Ha sido piloto
en un Heinkel. El 24 de febrero tuvo que hacer un aterrizaje forzoso cerca de
Navalmoral. Otto Winterer sonríe a todos: al guardia, a un marroquí preso, al
retrato de Largo Caballero. El tiene cinco años más que Gunther. También repite
eso de que el soldado alemán no piensa.
Pero tenía un pequeño pensamiento. Por
ejemplo, quería ascender al grado inmediatamente superior. Tres abuelas del
capitán le eran totalmente arias, pero la cuarta le fastidió. Al capitán no le
ascendían; el 25 por 100 de la sangre impura resultaba ser una barricada
infranqueable. El capitán calculó —con la sangre de las mujeres españoles podía
arreglar su sangre—. Murmura sonriendo: "He calculado mal". Tenía
haber pedido el retiro total. Le habían dicho que el vencer a los españoles era
un juego, y resultó ser una guerra de verdad.
Con un desprecio profundo habla del
capitán, del general Franco y de los oficiales españoles. "Esto no es el
Ejército alemán. No valen nada".
Sí, no había contado con algunas cosas. No
presumía que iba a caer en manos de los republicanos. "Realmente me he
equivocado...". No le queda más remedio que regalar sonrisas
amables.
Esto son los héroes del Tercer Reich: el
capitán con la raya perfecta, que soñaba con el ascenso, y el sargento que en
su vida había conocido más que los discursos de su "führer" y las
señas de diversos burdeles.
Los escombros de Madrid; Cartagena, miles
de cadáveres de mujeres y niños. ¿Por qué?
"Un soldado alemán no debe pensar
nunca."
Ilya Ehrenburg
Ahora, 11 de marzo de 1937
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