Claro está que
no siendo el fascismo una doctrina que recoja el progreso y la necesidad de las
masas productoras, al engañarlas tan villanamente necesita un poder de fuerza
que, más que fuerza, es terror, para sostener ese poder. Y sabido es también
que, aun a fuerza de terror y de crimen, a la corta o a la larga ese poder se
resquebraja y se hunde allá donde se ha impuesto.
Porque en
definitiva el fascismo no es más que la continuación en la historia de las
luchas contra la clase oprimida.
El fascismo
oculta su mercancía antigua, tan antigua como el feudalismo, deslumbrando a los pueblos con un postulado de grandeza, de saneamiento y de
justicia; pero en el fondo de esas palabras no hay nada, mejor dicho, no hay
más que el reclamo tras el cual se oculta todo lo contrario. Porque esas
grandezas que busca son las grandezas de los señores, de los plutócratas, de
los parásitos. Ese saneamiento no es otra cosa que robar el sudor y la sangre
de los que trabajan, para aumentar el placer y el capital de los zánganos.
Esa justicia no es otra que la de exterminar a todos cuantos alteren la plácida
digestión de esos mismos gandules.
¿Pues qué
grandezas, ni qué moral, ni qué justicias pueden ser las de un Gil Robles, de
un Lerroux, de un Sotelo o de un Juan March, de un Goicoechea o de un Cabanellas, de un Mola, Queipo o Franco?
Todos estos
moralistas tienen unos antecedentes como para ir a la horca. El que no hizo sus
millones contrabandeando, robando y asesinando, los hizo explotando miles
de hombres, a los que en los campos de Andalucía o de Extremadura pagaban una
peseta de salario y el que no hizo así su carrera ganó sus
estrellas matando nuestra juventud en los riscos y barrancos de las tierras
marroquíes, para luego, además, traicionarnos, emborrachándose un día y otro
para darse la satisfacción de gozar el crimen monstruoso de una guerra en que
sus víctimas más predilectas, son las mujeres y los niños.
Eso es el
fascismo, la grandeza de sus crímenes y la justicia de sus verdugos.
Un
marinero
La Armada, órgano oficial de los marinos de la
República
Cartagena, 10 de abril de 1937
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