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3499. Indalecio González Gabriel


 

«
Ves en qué estado estoy, mañana ya no resistiré más, va a acabar conmigo, tengo que despedirme de ti, para mí se ha terminado. Si llegas a salir de este infierno, el mundo entero tiene que saber las atrocidades cometidas por los nazis… y por sus vasallos» (Indalecio González Gabriel)[1]

 

 

María Torres / 27 de enero de 2023

 

Hasta hace poco tiempo se creía que Indalecio González Gabriel había nacido en Santa Cruz de la Zarza, Toledo. Gracias a la investigación de Juan Crespo, de la Mesa de Deportados de Ocaña, y a las gestiones de Ana Esteban, ha sido posible conocer que la localidad natal de Indalecio es un municipio de Cuenca, Torrubia del Campo, que tristemente cuenta con otro deportado que pereció en Mauthausen: Ángel Espada Zamarra.

 

Con la esperanza de que más adelante se pueda ofrecer una completa biografía de Indalecio, y con el objeto de que vea la luz su historia en el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, trazo con urgencia la información disponible hasta la fecha, para recomponer la historia de un joven cuya corta vida se sitúa entre dos pueblos de Castilla-La Mancha, la Guerra de España y una Europa asolada por uno de los conflictos más terribles de todos los tiempos.

 

 

Indalecio de Torrubia

 

En Torrubia del Campo, el pueblo natal de mis antepasados, vino al mundo Indalecio González Gabriel el 1 de agosto de 1919. Nació en una vivienda de la calle Prior a las cinco de la mañana. Su padre Guillermo González Rodríguez, jornalero de 40 años, acudió raudo al Registro civil al día siguiente para dar constancia de su nacimiento. Su madre, Lauriana Gabriel García, tenía 39 años, y por ello es fácil suponer que Gabriel no era su primer hijo. Ambos eran naturales de Torrubia del Campo, al igual que los abuelos paternos (Bonifacio y Águeda) y los maternos (Isidoro y Celestina).

 

Más adelante, la familia se trasladó a Santa Cruz de la Zarza, posiblemente en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida.

 

Aunque a la espera de documentarlo, es posible que Indalecio tuviera, al menos, dos hermanos: Manuel[2] y Leocadio[3], éste último campesino y cabo del Ejército de la República, que desapareció en la Guerra de España.

 

Indalecio no realizó el servicio militar obligatorio. Hubiera entrado en la Caja de Reclutas en 1939, pero la Guerra y el exilio se lo impidieron.

 

 

Guerra de España

 

Tras el golpe de Estado de los generales traidores contra el legítimo gobierno republicano, formó parte de las milicias de la República hasta el 1 de abril de 1937, que ingresó en el Instituto de Carabineros con destino a las Brigadas Mixtas de Carabineros.[4] Juan Pedro Yunta, archivero municipal de Santa Cruz de la Zarza, afirmaba que en 1938 era miembro de la Unidad Móvil de Carabineros en Olot (Gerona)[5], dato que no ha sido posible confirmar.

 

Las condiciones para ingresar en Cuerpo de Carabineros durante la Guerra eran ser español, tener entre dieciocho y veinticinco años de edad, de un metro sesenta y cinco centímetros de alto como mínimo y presentar un certificado de buena conducta y otro de lealtad de una organización política o sindical del Frente Popular.

 

Lo cierto que pendientes de indagar y recuperar su periplo en la Guerra de España, hay una imagen que le sitúa en la ciudad de Valencia en 1937, con mono de miliciano, y acompañado de varios santacruceros: Emilio Sánchez Aráez, Félix Valdeolivas, Miguel Sánchez, "El Opera", Antolín Peña Torrijos, Jesús Izquierdo del Moral, Joaquín Arias Loriente, Vitorio Gallo Teruel, Sotero Sotero Piqueras Arribas y Julián Figeroa Valencia.[6]

 

 

Exilio

 

Desconocemos cuándo pasó la frontera francesa y creemos que estuvo en el Campo de Argelés, que se enroló voluntario en la 9ª Compañía de Trabajadores Extranjeros del ejército francés con base en Embrún y así pudo abandonar el campo con destino a los Altos Alpes. Para conocer su periplo, reproducimos lo relatado por José Marfil Peralta en su libro He sobrevivido al infierno nazi:

 

«Con los camaradas que se han alistado nos instalamos en el cuartel. Esta vez de manera correcta. Tenemos mucha necesidad de higiene y además esta estancia nos va a permitir recuperar algo de fuerzas.

 

Una vez equipados subimos hacía un pequeño pueblo situado a dos mil metros de altitud donde vamos a construir una carretera estratégica y un puente. ¡El paisaje es magnífico!»

 

«Durante la estancia en el cuartel nos enteramos de la declaración de guerra, con lo que ahora nos encontramos en guerra contra la Alemania nazi. El estado mayor nos pregunta si queremos alistarnos voluntariamente mientras que dure la guerra. Toda la compañía se alista, sabemos que vamos a luchar contra el fascismo, ese fascismo que ya conocemos de nuestro país.»

 

Más adelante la Compañía recibe la orden de dirigirse hacia la frontera belga. Allí ayudan al 22 Regimiento de Ingenieros a terminar un Blockhaus, ya que según José Marfil el lado belga no tenía ninguna defensa fortificada.

 

«Al poco tiempo de instalarnos, los bombarderos del Reich, lanzan bombas sobre nuestra línea de defensa mientras que el ejército de tierra invade Bélgica. Los acontecimientos se precipitan, ahora la única solución para nosotros es replegarnos hacía Dunkerque a lo largo de la frontera belga.»

 

 

Prisionero de Guerra

 

Tras la invasión de Francia, varias compañías de trabajadores extranjeros se retiraron hacia Dunkerque. Alrededor de 1500 hombres pertenecientes a las mismas quedaron atrapados junto al ejército británico. La mayoría murieron o fueron hechos prisioneros, ya que ni por un momento, dentro de la operación Dynamo, se plantearon rescatar a los españoles de las CTEs, al no considerarles miembros del ejército francés.

 

Indalecio fue capturado por la Wehrmacht el 4 de junio de 1940, el mismo día que partía el último barco de rescate repleto de soldados en dirección al Reino Unido. Su detención figura en la Lista oficial de prisioneros de guerra franceses núm. 46 publicada en París el 30 de noviembre de 1940.[7]

 

Primero fue confinado en el stalag XIII-A en Núremberg y poco tiempo después trasladado al stalag VII-A ubicado al norte de la ciudad de Moosburg (Baviera), uno de los campos de prisioneros de guerra más grandes del antiguo Reich, donde quedó registrado con la matrícula 65066. Según los registros de Moosburg, al menos 451 españoles fueron prisioneros en ese campo, de los cuales 32 pertenecían a la Comunidad de Castilla-La Mancha.

 

Del 5 al 6 de agosto de 1940 los mandos del Stalag VII-A recibieron la orden de deportar 392 prisioneros españoles al KZ Mauthausen. Indalecio fue uno de ellos y pasó a engrosar el primer convoy de españoles que llegó al campo el 6 de agosto. Según datos facilitados por el investigador Juan Crespo, que ha estudiado a fondo los listados de ingresos, de los 392 prisioneros españoles del convoy que llegaron a Mauthausen, perecieron un total de 277 hasta la fecha de liberación del campo en mayo de 1945. 

 

 

Mauthausen / Gusen

 

A su llegada al campo de los españoles es registrado como carpintero de profesión y se le asigna la matrícula 3297. Apenas cinco meses después, el 24 de enero de 1941 es trasladado al infierno de Gusen, donde la esperanza de vida apenas superaba los tres meses, y le reasignan otro número de matrícula, el 9307.

 

Aquel 24 de enero de 1941, fue un día que quedó grabado en la memoria de los prisioneros de Mauthausen: «Ese día, un viernes, que se presentaba como una jornada más de sufrimiento en Mauthausen, los SS realizaron la primera gran selección entre prisioneros. El objetivo era hacer hueco para los dos grandes convoyes de republicanos que iban a llegar durante las siguientes 24 horas. Los oficiales nazis agruparon a los enfermos e inválidos en un extremo del campo. Después formaron al resto de los deportados para completar el cupo, cercano al millar, eligiendo entre los sanos a los hombres de mayor edad.» [8]

 

Cuando José Marfil, hijo de José Marfil Escalona, primer muerto español en Mauthausen, es transferido a Gusen el 21 de abril de 1941 se encuentra a Indalecio González Gabriel, al que no había vuelto a ver desde el repliegue hasta Dunkerque. A partir de su testimonio podemos recomponer una parte de la historia de Indalecio:

 

«Esta noche he visto a un detenido acercarse y con la mirada llena de tristeza decirme: “¡Marfil tú también!”. Es por su voz que lo he reconocido a este amigo de la Novena Compañía, con el que yo había tomado el hábito de salir el domingo en los tiempos del ejército. Físicamente no se puede reconocer, pertenece a la primera expedición del mes de julio y ocho meses de campo han hecho de él un despojo humano. El pobre me cuenta las peripecias que lo han traído aquí. Me describe los detalles, el fin trágico de nuestra compañía, todo esto me da un bajón, sobretodo porque hemos comprendido que nuestra estancia aquí se anuncia sombría. Por otra parte: ¿Se puede hablar aquí del futuro? El toque de queda suena y volviendo cada uno a su barraca prometemos reencontrarnos cada vez que sea posible en el mismo sitio.»

 

«Por la noche, después de pasar lista me encuentro con mi camarada de la Novena Compañía que me anuncia feliz que hace parte de los carpinteros del campo y que todas las tardes recibe una fiambrera suplementaria de sopa. “Mañana, me dice, vienes a buscarme y la compartiremos”. Estoy contento por él porque necesita recuperar muchas fuerzas. Al día siguiente, según lo convenido, voy a su encuentro. Veo de lejos que me espera con su fiambrera de sopa… pero el hambre es terrible y mientras me espera coge una cuchara de sopa, después otra y otra… sólo pude aprovechar las últimas cucharas. Esto dura así algunas semanas. Veo bien para él que desde que está en la carpintería todo ha cambiado a mejor evidentemente. Para mí también todo ha cambiado gracias a su amistad.»

 

José Marfil e Indalecio González hacen por verse cada vez que es posible. Y así describe el primero uno de sus últimos encuentros:

 

«Esta tarde es posible. Pero yendo a su encuentro lo percibo de lejos sin su fiambrera habitual. Al acercarme adivino en su mirada una inmensa tristeza casi con desesperación. Me anuncia que lo han echado de la carpintería. Estoy indignado de no poder hacer nada por él. “Ahora estamos los dos en el mismo barco” me dice él y añade: “Creo que debería inscribirme en el comando Asturias”. Le aviso que es muy arriesgado: “No te das cuenta que ese capo es un criminal, su comando es el peor que hay”. “Lo sé, pero te acuerdas que era mi mejor amigo, hemos hecho la guerra de España juntos en la misma unidad, los dos tenemos el mismo nombre y apellido aunque no seamos parientes. No creo que sea capaz de hacerme mal.»

 

La persona a la que se refiere es a Indalecio González González, apodado el “Asturias”, un minero asturiano que ejerció como kapo en Gusen. Fue condenado a muerte por crímenes de guerra y ejecutado en la horca en la prisión de Landsberg el 2 de febrero de 1949.

 

«Efectivamente ese Asturias era parte de nuestra Compañía y lo habíamos vivido como alguien muy amable. En esa época nos enseñaba a menudo la foto de su mujer y de sus hijos que estaban entonces en Francia. Un día que le dieron permiso, todos nosotros colaboramos para darle un poco de dinero. Con lágrimas en los ojos nos dio las gracias por nuestro gesto.

 

Mi amigo tenía razón no podía haber olvidado esa amistad. Confiando en ese recuerdo decide inscribirse en el comando de Asturias. Un poco inquieto voy a verle tres días más tarde. Habitualmente se encuentra cerca de nuestro punto de encuentro cerca del bloque. Como no le veo le pregunto a un camarada que me lleva junto a él. Está irreconocible. Ese capo desgraciado “su mejor amigo” ha decidido pura y simplemente eliminarlo.

 

Mi camarada me cuenta que se presentó a él con los brazos abiertos, confiando como con un antiguo amigo, con la esperanza de encontrar en su equipo un poco de protección en este infierno. Como respuesta, ese tipo repugnante lo previene sarcásticamente: “No cuentes conmigo, he decidido suprimir todos los testigos de mi pasado. Los alemanes van a ganar la guerra, tengo que hacerles ver que estoy con ellos: es la única forma de salir de aquí vivo, es la única manera de poder algún día ver a mi mujer y a mis hijos.”

 

Mi amigo desesperado al límite de su capacidad me dice, acurrucado en su colchón de paja: “Ves en qué estado estoy, mañana ya no resistiré más, va a acabar conmigo, tengo que despedirme de ti, para mí se ha terminado. Si llegas a salir de este infierno, el mundo entero tiene que saber las atrocidades cometidas por los nazis…y por sus vasallos.»

 

Esas fueron las últimas palabras de Indalecio González Gabriel. Era diciembre de 1941. El día 9, a las 04:40 horas fallece. Según los documentos nazis, la causa de la muerte se produce por «debilidad circulatoria». Su cuerpo fue cremado el 12 de diciembre. Tenía 21 años.

 

José Marfil, terminó este triste capítulo de la historia de Indalecio diciendo: «Escribo estas líneas pensando en él, es por él por el que hago este esfuerzo. Mi vida va ahora muy rápidamente hacía el final, pero si un día queda una sola imagen en mi memoria, será la de su sonrisa y su fiambrera tendida hacía mi hambre.»

 

En Memoria de Indalecio González Gabriel y de todas las personas que sufrieron la deportación.


¡Nunca más!


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[1] Recogido en José Marfil Peralta: He sobrevivido al infierno nazi. Recuerdos, p. 54

[2] BDST-Guadalajara.  Caja 302956  - Expediente 66424

[3] CDMH. Pensiones: Muertos, desaparecidos e inválidos del Ejército de Tierra de la República. Caja 62, folio 362bis

[4] Gaceta de la República,  núm. 93  - 3 Abril 1937, p. 35

[5] Juan Pedro Yunta: En honor a la vida. Por la memoria de un santacrucero. 2013 Archivo Digital ACAME "Joaquín Arias")

[6] Fototeca de ACAME. Archivo visual de Santa Cruz de la Zarza

[7] Gallica. Biblioteca Nacional de Francia

[8] Hernández de Miguel Carlos: Los últimos españoles de Mauthausen, p. 208





1 comentario:

  1. Crueles finales para aquellos humanos,solo por pensar y ser diferentes. Gracias

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