La historia nos tiene acostumbrados a desterrar al
olvido aquello que políticamente no se quiere recordar, pero el conocimiento de
la historia es la única forma de minimizar el riesgo de que se repita. Tenemos
muchos ejemplos. Uno de los más crueles fue la masacre de Sabra y Chatila. Sus
responsables no han sido condenados y las víctimas siguen sin tener un mínimo
reconocimiento.
María Torres / 16 septiembre 2011
Durante toda la mañana del 16 de septiembre de 1982,
los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, a las afueras de
Beirut, fueron bombardeados. Pasaban unos minutos de las cinco de la
tarde del 16 de septiembre de 1982 cuando más de 200 hombres de la Falange
libanesa y del Ejército del Sur de Líbano a las órdenes de Elie Hobeika,
sucesor de Gemayel y de Saad Haddad, se internaron en los campos de refugiados
en busca de guerrilleros de la OLP. Pero lo que ocurrió estuvo muy lejos de una
operación limpia. Autorizados por el ejército israelí, y durante alrededor
de cuarenta horas, violaron, asesinaron y torturaron a un número indeterminado
de civiles desarmados, la mayoría de ellos niños, mujeres y ancianos, mientras eran
alumbrados por bengalas y reflectores del ejército israelí, que impidieron la
huida de los refugiados con sus carros de combate mientras tenía lugar la
masacre.
Se trataba de una operación ordenada para vengar el
asesinato de Bachir Gemayel, jefe del ejército libanés recién elegido para la
presidencia de Líbano con el apoyo de los acorazados israelíes, que murió
pulverizado a los 35 años por una explosión en su cuartel general la
víspera de su toma de posesión. Nunca llegó a saborear el poder y no pudo
cumplir su sueño de arrasar los campos palestinos para convertir su país en un
paraíso terrenal, donde no cabían miserias.
El 19 de septiembre de 1982 y después de tres días de
un silencio total, los libaneses descubrieron horrorizados la matanza de esos
civiles, algunos identificables, otros hinchados por el sol, apuñalados o
destripados. Ni los supervivientes ni los familiares de las víctimas
tuvieron derecho a una investigación. Israel nunca pidió perdón.
Jamás se podrá determinar la cifra exacta de
muertos. Aproximadamente mil personas fueron enterradas en fosas
comunes por el Comité Internacional de la Cruz Roja o en los cementerios de
Beirut por sus familiares. Muchos quedaron sepultados bajo los edificios
derribados y cientos de personas fueron sacadas vivas de los campos en camiones
y nunca regresaron. La cifra de víctimas oficial que aportó Israel es de
setecientas personas y la investigación realizada por el periodista israelí
Amnon Kapeliouk arroja alrededor de tres mil quinientas vidas perdidas.
La condena de la ONU, mediante la resolución 521,
calificó la masacre como “acto de genocidio” y junto con la presión
mediática, el primer ministro israelí Menahem Begin se vio obligado en
1983 a iniciar una investigación para depurar responsabilidades. Una
comisión de investigación reconoció la responsabilidad personal en la matanza
del entonces ministro de defensa Ariel Sharon, pero el procedimiento no siguió
curso penal por tratarse de un asunto que había ocurrido fuera de Israel. Sharon
dimitió de su cargo, pero permaneció en el gobierno como ministro sin cartera.
El falangista Elie Hobeika, uno de los lugartenientes
de Bachir Gemayel y responsable del servicio de inteligencia de la formación
paramilitar libanesa, considerado el responsable material de la matanza, nunca
fue acusado ni se sentó en el banquillo de un tribunal. Amparado por la
impunidad fue ministro en el gobierno libanés en los años 90, hasta que un
atentado con coche bomba en la puerta de su en Beirut le costó la vida en enero
de 2002. Tenía 46 años.
Antes de su muerte se declaró enemigo de Israel y se
ofreció para declarar contra Ariel Sharon en el proceso emprendido contra él en
Bélgica por «crímenes contra la humanidad». Quería poner sobre el tapete a las
unidades del ejército israelí que habrían tomado parte, sin uniforme, en la
ejecución de la masacre.
Samir Geagea es el único superviviente de los
principales protagonistas de la masacre de Sabra y Chatila. El segundo
lugarteniente de Elie Hobeika y responsable operativo de las fuerzas
libanesas. Ha escapado de la justicia de los hombres y esperemos que jamás
escape del castigo de la Historia.
No podemos olvidar a las miles de víctimas de
Sabra y Chatila, como tampoco podemos obviar el sufrimiento al que se ve
sometido el pueblo palestino, ante la indiferencia de la comunidad
internacional.
Nos han robado la tierra y la seguridad.
Nos han puesto en campos de angustia y de prohibición.
Nos han ametrallado en todos los sitios.
Nos han prohibido los derechos humanos.
Nos han querido torturar y rendirnos.
Y han ignorado que somos siempre como un volcán
Y resurgirán de nosotros hombres, donde no los haya.
Nos han puesto en campos de angustia y de prohibición.
Nos han ametrallado en todos los sitios.
Nos han prohibido los derechos humanos.
Nos han querido torturar y rendirnos.
Y han ignorado que somos siempre como un volcán
Y resurgirán de nosotros hombres, donde no los haya.
(Texto de una pared de los campos de refugiados de Sabra y Chatila)
Como historiadora no puedo sino darte la razón. Por un lado en lo fácil que es manipular la historia en favor de unos o de otros, lo fácil que es seleccionar las fuentes que nos interesan, postergando las otras... Pero es cierto también que la historia es necesaria para reflexionar, aprender y pensar en lo hecho por la humanidad y en lo que no queremos que se vuelva a hacer.
ResponderEliminarLa matanza de Sabra y Chatila es un ejemplo de lo segundo.
Un abrazo!!
Gracias por tu comentario Laura.
ResponderEliminarLa Historia es fácil de manipular desde el momento, ya que siempre tendemos a dar como bueno lo que se aproxima a nuestra línea de pensamiento. Es difícil ser objetivo, pero hay que serlo, y para ello hay que contar la verdad, estemos o no de acuerdo con ella.
Lo mismo ocurre con las fuentes, no todo vale.Si conseguimos ser neutrales habremos conseguido el primer objetivo: la reflexión, y este nos llevará a todo lo demás.
Un abrazo.
La clave es utilizar un método científico de análisis: basado en fuentes, sin marginar ninguna y haciendo explícitas las hipotésis de trabajo. En la medida de lo posible alejarnos de los sucesos en el tiempo. El análisis de estos sucesos aún serían más objeto de la sociología que de la historia, están demasiado cerca para tener perspectiva histórica.
ResponderEliminarGran de bate el de la objetividad de las Ciencias Sociales.
Un abrazo!!