"Las humillaciones a las mujeres republicanas eran una práctica habitual de los falangistas"
"Lo que no se debe perder. Memoria de una republicana" (Ediciones Tébar, Madrid), es la historia de una mujer que ha consagrado su vida a la lucha por los ideales en los que ha creído desde niña.
Carmen Arrojo Maroto (Madrid, 1918), aún vive en la misma casa donde nació hace ya más de 90 años. Esta vivienda del madrileño barrio de las Vistillas, da cuenta del escenario que ha sido su intensa vida. Está llena de objetos que vienen a ser guías de un viaje por el tiempo al observar los cuadros que trajo de París en los años 50, el piano que compró su padre en el rastro, el escritorio antiguo de la familia o las fotografías de Carmen y su novio cuando eran jóvenes, de aspecto, ya que ella de espíritu, lo es más que nadie. Lo antiguo convive con lo actual: varias placas de reconocimiento a su labor de luchadora republicana por la justicia y la libertad, recorren toda su casa.
En la puerta de su vivienda tiene clavada una bandera republicana con un mensaje: "No a la guerra". Esta mujer menuda y vivaracha concibe la militancia contra lo injusto como un modo de vida. Su voz siempre se alzará ante los que quieran escucharla.
Un 18 de julio de hace 74 años Carmen se encontraba en Madrid. Como militante de la Juventud Socialista Unificada, estaba muy enterada de los acontecimientos políticos y, al igual que el resto de compañeros, se temía que el pronunciamiento militar se diera en cualquier momento.
Por la radio recibieron la noticia ese mismo día. No tardaron en reunirse para planificar acciones de cara a lo que se les vendría encima. "Pasionaria hablaba mucho por la radio; informaba muy bien de los acontecimientos esos primeros días de confusión e incertidumbre", evoca Carmen con total claridad.
A esta jovencísima militante le tocó encargarse de la secretaría femenina del sector de Vistillas. Pronto se significó notoriamente por llevar a cabo iniciativas que sentaron precedente y ayudaron sobre todo a muchas mujeres que quedaban en la retaguardia. Y es que Carmen organizó, esos primeros días de hace ahora 74 años, varios talleres para ayudar a los que acudían al frente surtiéndoles de comida y ropa. Con estas iniciativas, Carmen logró que el trabajo de esas mujeres que cosían y cocinaban para los soldados fuera remunerado cuando se institucionalizó la intendencia militar, y corriera con los gastos el Ministerio de Guerra de la II República.
"Cuando se estableció la intendencia las chicas de los talleres pasaron a cobrar 10 pesetas al día, en total más de 90 mujeres vieron remunerada su labor", aclara Carmen.
A esta militante de pro no se le acababan las ideas. Organizó una guardería para los niños de los combatientes que iban al frente a defender la legalidad republicana e impedir que las tropas franquistas avanzaran hacia la capital. Demostró con creces su valía y mantuvo un puesto de responsabilidad dentro del partido. "Fui secretaria de estudiantes en el comité de Madrid de la JSU" (Juventud Socialista Unificada), "y de ahí pasé a ser profesora de la escuela de cuadros del partido" (escuela donde se impartía formación para los militantes de la JSU).
Una historia de amor truncada por la represión franquista.
Compaginó esta labor de maestra con las charlas que le encargaban dar al cuerpo de artilleros. Así fue como conoció a su novio, Eugenio Moreno, un hombre intelectual, con conciencia social y de justicia, maestro y abogado del Cuerpo Jurídico de la II República que encontró la muerte ante un pelotón de fusilamiento en Valencia, en 1940. Su único delito: defender unos ideales en los que creía con firmeza. 73 años después, a Carmen aún le tiembla la voz cuando se detiene en su recuerdo.
Cuando las cosas empezaban a no vislumbrar punto de retorno, Carmen tramitó pasaportes para escapar de la barbarie. Acudió al puerto de Alicante a la espera del barco inglés que nunca llegó. Como ella, alrededor de 20.000 personas más ahogaron su desesperanza en las prisiones y campos de concentración donde fueron trasladados desde el puerto.
Carmen logró volver a Madrid. Su aspecto aniñado fue su aliado para hacerse pasar por una menor de edad y hacerse con la piedad de sus captores.
"En Madrid volví a casa de mi madre, ella me dijo que me marchara de allí pero yo sólo quería dormir unas horas, estaba agotada tras el viaje en tren de tres días desde Alicante, sin apenas comer nada".
De nuevo en la capital, consiguió refugio en casa de una tía, pero pronto comenzó su "exilio interior". Primero en Galicia, donde llegó gracias a la identidad y el salvoconducto que le tramitó una compañera de la JSU y después en diferentes ciudades españolas. Carmen sobrevivió ocultando su verdadera identidad.
La historia de Carmen Arrojo es la de una de esas mujeres republicanas, las grandes perdedoras tanto en la guerra como en la dictadura. Y es que a la pérdida de familiares, compañeros o amigos, se sumó otra que no recuperarían hasta volver a la democracia: la de los derechos sociales y políticos conseguidos en la II República.
La biografía de esta superviviente es también la historia de muchas luchadoras a las que, salvo escasas excepciones, no se les ha reconocido su labor de militancia en la lucha por los derechos civiles de las mujeres. Carmen representa la valentía y heroicidad de la mujer republicana.
Fuente: www.publico.es
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